Aquí presentamos los capítulos finales de nuestra plática con Justo Méndez Arámburu. Para ver la primera parte de la entrevista, pulse aquí.
Episodio IV: El “tercer sistema educativo”
“Era un diseño bonito que nos echamos encima con mucho esmero”.
“Yo no iba a ser maestro, ni profesor. No quería bregar con escuelas. No quería bregar con educación”, dice Justo como modo de transición para este capítulo de su vida. “Lo que yo estudié fue planificación social, especializado en el tema de la juventud marginada. Pero sucedió algo”.
En 1979 se enteró que iba a ser padre por primera vez. “Cuadré con su mamá que yo la criaría. La crié de pequeña por toda la Iupi. Pero ya uno tenía que ponerse pa’ su número”, menciona sonriendo.
Se casó y nació su segunda hija, Ana Mercedes. Terminó su bachillerato en 1980 y buscó trabajo. Pero la situación política y social del país lo llamaba. El gobierno de Romero Barceló, bajo la supervisión federal de siempre, oprimía a los independentistas. Cuatro años antes asesinaban a Santiago ‘Chagui’ Mari Pesquera. El descontento sociopolítico sonaba tan duro como un abucheo masivo en los Juegos Panamericanos ’79 y dolía tanto como los asesinatos de Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado en el Cerro Maravilla. Encubiertos se infiltraban en los movimientos independentistas de Puerto Rico, había reacción activa de grupos como las Fuerza Armadas de Liberación Nacional, surgían figuras como Filiberto Ojeda Ríos que le hacían frente al imperialismo, medio mundo tenía carpetas. Era una guerra cuyas magnitudes hasta la misma historia aún menosprecia.
Sucesos como el del Cerro Maravilla hacían titulares a finales de los setenta y en la década del ochenta.
A finales de 1988, durante la administración del exgobernador Rafael Hernández Colón (RHC), Justo comenzó a trabajar en el novel Programa de Educación y Preparación para el Empleo (PEPE) del Departamento de Educación (DE, en aquel momento Departamento de Instrucción Pública).
Al notarse que su compromiso con la educación no se regía por el chijí chijá del bipartidismo, a Justo lo nombraron como director de la Oficina de Proyectos Especiales del DE, “donde tenía licencia para inventar”.
“‘Cuchín (RHC) implantó un programa nuevo de estudios vocacionales, lo que yo le llamé el tercer sistema educativo. El sistema público es el primero, el privado es el segundo. Este que es el tercero mezcla la empresa pública y privada. Era un diseño bonito que nos echamos encima con mucho esmero”, asegura.
Justo maximizó eso de “licencia para inventar”. Recuerda que entre los proyectos vocacionales que trabajó estuvo uno del PSP en Salinas junto a Nelson Santos, donde utilizó pescadores analfabetas, “maestros que no habían ido a la escuela”, que le enseñaron a pescar a los estudiantes, que a su vez “terminaron enseñándoles a leer y escribir a los pescadores”.
Recuerda que este sistema educativo vocacional tomó un giro de autogestión comunitaria y resultó en siete empresas propiedad de los mismos trabajadores, bajo la Ley Especial de Corporaciones Especiales de los Trabajadores, a su vez una iniciativa que surgía de la lucha sociopolítica en el País Vasco para los tiempos del inicio de las cooperativas de Mondragón.
“Eran movimientos de base comunitaria”, indica Justo. Pero los tiempos cambiaban.
“Llegó Pedro Rosselló. Y se acabó todo”.
Episodio V: La peregrinación hacia Nuestra Escuela
“…Un día me dice en un sueño: ‘Papi, vamos a hacer una escuela’…”
Vendrían tiempos oscuros. De mano dura y tecnocracia educativa. En lo personal, Justo enfrentaría sus más difíciles retos. Al inicio de 1993, Justo renunció al DE ante la entrada de Rosselló y porque “yo pude hacer esas alianzas con Hernández Colón, pero ahí llega el doblete porque lo próximo, en términos políticos, sería partirse”.
“Salí a buscar algo que con todo y lo que había logrado en ese momento, aún no encontraba. Había realizado proyectos que trabajaban la parte académica y la parte productiva de los individuos, incluso como pueblo, pero no teníamos un proyecto que atendiera las necesidades de autoestima” del puertorriqueño o de sectores de Puerto Rico que así lo ameritaban.
Muchos educadores, como hizo Justo, buscaron autogestionar proyectos ante las nuevas políticas educativas que imponía Rosselló.
Justo se volvió a empatar con su padre, levantaron un proyecto para dar talleres motivacionales a empleados de empresa privada “y conseguimos un contrato con el Banco Popular, que era más o menos como bregar con Hernández Colón”.
En ese entonces, Justo vivía con su esposa Ana Iris Guzmán, a quien conoció en República Dominicana, con el hijo de esta, Jorge, y con la segunda de sus cuatro hijas, Ana Mercedes. El padrino de Ana Mercedes, Estrella, había fallecido en 1985, cuando Justo estaba con la FUPI, pero aún estaba con él en espíritu y, entiende Justo, en el aura de la chica.
“De igual forma y con el respaldo del banco, decidimos dedicarnos a hacer los talleres motivacionales pero para adolescentes, enfocados en la juventud marginada con la que ya yo había conectado en el DE y guiados por las mismas ideologías de mi formación política. Todo empieza a coger forma en ‘96 y ‘97. Entonces, el 10 de septiembre de 1997, mi hija Ana Mercedes tiene un accidente y fallece”.
“Yo quería morirme”, confiesa.
Cayó en una depresión profunda hasta que su hija Ana Mercedes empezó a visitarlo en sueños. “Compartíamos como siempre”, comenta.
“Al principio despertaba y salía corriendo a su cuarto, pensando que era una pesadilla y seguía viva. Un día me dice en un sueño: ‘Papi, vamos a hacer una escuela’. ‘¿Cómo, Ana? ¡Tú ni muerta dejas de inventar!’. ‘Vamos a hacer una escuela, papi, déjate llevar’. Le digo a mi esposa: ‘Mira lo que dice Ana Mercedes, dizque hacer una escuela’. Me dice: ‘Tú sabes como es ella. Así que vamos a hacerla’. Mi esposa luego me dijo que ese día fue la primera vez, desde el accidente de Ana Mercedes, que me veía con brillo en los ojos”, relata Justo.
Tras muchos malabares, el 11 de agosto de 2000 se funda Nuestra Escuela. Bueno, el verdadero malabarismo comenzaría en los primeros años de fundarse la institución. Llamémosle dolores de crecimiento.
“Probamos en varios sitios. En un inicio encontramos un socio capitalista, que realmente era un ladrón. Me lo presenta un amigo y me dice que tiene una escuela cerrada, que simpatizaba con nuestro esfuerzo y que podíamos reabrir la escuela con el modelo que nosotros traíamos. Me dice: ‘Yo soy conocido del alcalde’ (de la ciudad donde ubicaría la escuela). Les presento una propuesta por $60 mil y me la aprueban por $600 mil. Cuando llega el primer cheque, empiezo a tirar números para montarlo todo y contratar maestros, trabajadores sociales, comprar esto y aquello. Aquel socio me dice: ‘¿Tú vas a gastar todos esos chavos?’. Le digo: ‘Para eso son, ¿no?’. Me dice: ‘Fírmame este cheque cash por el 10% del cheque grande, que son para el alcalde’. Ahí mismo renuncié, y no quiero mencionar personas específicas ni el alcalde, pero yo no puedo bregar con corrupción”, expresa Justo un chin airado.
Lo más difícil fue decirle que no a esa primera matrícula de jóvenes con hartos problemas personales y sociales por culpa de “una forma de hacer gobierno que existe en casi todos los municipios”. Con esa misma situación se tropezaría nuevamente más tarde. “Yo me fui de tres municipios”, señala.
De ese municipio que pidió que no mencionáramos pero que “queda cerca de la ciudad capital”, pasaron a siete residenciales sanjuaneros, donde montaron cédulas de Nuestra Escuela, con base en el caserío de Monte Hatillo.
“Pero, ¿qué pasa? En ese entonces había un lío en [el Departamento de] Vivienda Pública, que administraba John Blakeman, y en Recursos Naturales, porque el legislador Freddy Valentín se estaba llevando hasta los clavos de la cruz. La compañía privatizadora de los siete caseríos decide recortar servicios y cerró la escuela principal en Monte Hatillo. Ahí los estudiantes me dicen: ‘No, eso no es así, nosotros vamos a seguir’. Nos quedamos en la escuela, pero la privatizadora nos quería sacar. Yo le digo que voy a trabajar gratis, porque despidió a todos los empleados menos a mí. Pero no querían. Nos fuimos a un apartamento vacío. Nos sacaron. Nos fuimos debajo de un palito que había. Nos sacaron. Esto era el año 2000”, interpone Justo.
Ahí, Justo procede a describir qué era Nuestra Escuela en ese entonces: “Era una escuela dentro del caserío. Las clases eran tradicionales, en un horario de ocho a tres, pero la relación es una basada en el amor, basada en el respeto”. Y prosigue.
“Entonces, Albita Rivera, la senadora penepé, que terminó siendo madrina de Nuestra Escuela, nos consiguió un espacio en el residencial Manuel A. Pérez. Los estudiantes, que no eran de allí, no tenían como ir. Les cuadré ir y venir de Monte Hatillo a Manuel A. Pérez en las patrullas municipales. Imagínate, esas muchachas y esos muchachos, muchos que eran maleantes, yendo de un caserío a otro en los carros de los guardias. Pero había ganas de echar hacia adelante y lo hicieron”, recuerda.
En Manuel A. Pérez la cosa también era un tanto incómoda. Un día, Justo le comentó el vía crucis que vivía con Nuestra Escuela a un amigo, que hizo “una llamada a una señora que trabajaba con Willie Miranda Marín en Caguas”.
“Y allí eso era otra cosa”, dice Justo, calificando al difunto alcalde del Valle del Turabo como “un caballero, un verdadero revolucionario”.
“Nos hicimos socios de Miranda Marín y eso era otra cosa. Allí Nuestra Escuela echó raíces”, explica.
En aquel primer plantel, “en un campito de Caguas”, dice Justo que su primera clase montó cuatro puntos de drogas. Los estudiantes hacían lo indecible por fumar marihuana, cigarrillos y crack y hasta por fornicar dentro del plantel. Se dio un entra y sale, hubo que buscar dos guardias de seguridad de la misma comunidad y ponerle candado al portón para controlar el tránsito humano. Pero al final, todo se controló.
Justo recuerda bien aquella clase de Caguas. Arturo. El Chino. Chimbi. Juan Ramón. Tamara. Ana Durán. Cachete. Pumba. Yuri. Elsie. Ricky. Josián. Altagracia Espinoza. Melissa.
“La jodedera se fue calmando. Nuestra sentencia era que nadie se resiste al amor: Si joden conmigo, yo no voy a joder contigo. Entonces no tienes remedio entre escoger vivir en la hostilidad todo el tiempo o recibir un buen trato en un espacio chévere de convivencia de ocho de la mañana a tres de la tarde”, resume.
Esa clase, todos desertores escolares que Justo logró agrupar, se graduaron con éxito… excepto dos casos: “Teníamos dos muchachos que aspiraban mucha heroína”, explica Justo.
Estos dos casos serían el reto máximo de Justo como educador.
“En una ocasión llevamos a esa clase al Morro, porque nunca habían ido allí a volar chiringa. Tremendo error. Dos muchachos se fueron a La Perla”, narra Justo.
“Uno cogió su nota, pero el otro se fue en sobredosis allí mismo en La Perla. Intentamos revivirlo. Le pusimos hielo en los genitales. Lo jamaqueamos. Lo montamos en la guagua y arrancamos con él hasta el CDT de la Calle Hoare, yo iba guiando y mi esposa iba abofeteándolo para que no se durmiera. El médico nos dijo: ‘Cinco minutos más y me traen un cadáver’”.
Aquel muchacho que casi se muere de una sobredosis de heroína tardó ocho años en recuperarse, pero lo hizo. Se graduó de nuestra escuela y ahora es un padre de familia. El otro se perdió, deambula, pide en las luces. “Así es esta batalla”, explica Justo.
“Aquellos años del principio fueron vitales para crear el actual carácter de Nuestra Escuela como institución. Al ver el sentimiento de que somos una familia, los estudiantes empezaron a hacer más. Se desarrolló un consejo de estudiantes, se desarrolló la conciencia patriótica, pudimos enfocarnos al fin en el proyecto político que hoy es la definición del perfil de Nuestra Escuela. Nuestra educación forma activistas, emprendedoras y emprendedores, con su propio sustento, que no viven del mantengo, con familias saludables, que saben ser líderes de comunidades, autogestionarios, en búsqueda de un Puerto Rico justo, democrático, equitativo y sostenible…”, asiente, pero se detiene. Es que recordó que desde febrero pasado él ya no está en Nuestra Escuela, de nuevo, gracias a Ana Mercedes.
De la mano de Justo y Ana Mercedes, Nuestra Escuela ha cruzado el planeta, como explicó Justo en este reportaje televisivo.
“Me tocaba salir. Hubo un sueño hace alrededor de 10 años, en el que mi hija me dice que ella no volvía en algún tiempo, pero que en el año 18 iba a haber una transformación. Ella falleció en el ’97 y el año 18 sería 2015”, dice, en alusión al año pasado, cuando anunció que se retiraba de Nuestra Escuela.
En febrero, Justo salió de Nuestra Escuela, pero no del dribleo sociopolítico. Es una de las voces cantantes de VAMOS, entidad que en su página web se define como “un movimiento de concertación ciudadana para Puerto Rico donde organizaciones, colectivos y personas en su carácter individual nos educamos, organizamos y movilizamos para lograr calidad de vida, prosperidad y felicidad para nuestras comunidades”. Dice Justo que en apenas meses de formarse el movimiento con matices de eventual coalición política, a lo Podemos en España, se han organizado en 28 municipios.
Mucho de su trabajo como coordinador general en VAMOS, “algo que nace de muchos sitios, entre ellos Nuestra Escuela”, radica en “trabajar con todo el que quiera hacer algo”, pero en especial con la juventud, de todos niveles sociales y educativos, según explicó. Esta conexión con la juventud puertorriqueña del siglo XXI a través de una iniciativa más sociopolítica que educativa, en combinación con su labor de profesor en la Facultad de la Educación del Recinto de Río Piedras ofreciendo “un curso bastante radical, titulado Educación Alternativa”, hace que se sienta “de vuelta a los ‘70”.
“¿Que cómo veo a la juventud puertorriqueña en este momento? Mi respuesta estaría muy prejuiciada porque yo vivo entre jóvenes activistas. Vengo de trabajar con Nuestra Escuela, tengo tres grupos en la universidad, ahora también arrancamos con VAMOS Jóvenes. Veo en la juventud de 2016 la semilla aquella de revolución de los setenta, con un pensamiento crítico muy elevado, quizás por el acceso a la información y por los espacios de libertad en los que antes invertimos para ahora tenerlos”, acota Justo, recuperando aquellas energías que vimos en la primera parte de la entrevista.
“Y cargan una tendencia anarquista terrible y bonita. El anarquismo es el nivel superior de conciencia. Creen que no hace falta el Estado, pero no es al garete. Sí, notas caprichos, en el sentido de que siempre están en las de que no me puedes pasar gato por liebre. Y no se activan por fe, como nosotros en los setenta; y no siguen ídolos, siguen su conciencia, pero también tienen un ánimo colectivo significativo. Los líderes no les impresionan, los de ahora, y muchos de los anteriores no los conocen porque no hay historia”, acentúa.
Justo se ha dado cuenta que “aquí no se sabe quién es Juan Mari Bras. Muñoz Marín es un aeropuerto. De Albizu sí, de Albizu muchos saben. De Betances también por el rescate reciente que ha habido”.
“Pero yo veo una semilla preciosa, veo la posibilidad del entendimiento y la conciencia del concepto libertad, que fue a lo que tanto empeño le metimos en los setenta”, expresa.
Después de tantos años, dice Justo que ve jóvenes que quieren agarrar ese batón, y llevar este país a un mejor lugar. Le gusta esa actitud de libertad en la juventud, que apunta a convertirse “en una actitud, en una conducta”. Y volvemos a aquello del principio, que la educación es política y que la política es educación.
“La educación se arregla como se desarrolle la soberanía. En el puertorriqueño el problema principal es colonial, no tanto de un estado jurídico, si no de la colonia que vivimos, con respecto al estado de voluntad propio. Es una actitud. La soberanía no se pide, la soberanía se ejerce”, manifiesta.
Justo compara una posible lucha del pueblo puertorriqueño contra la implantación de una junta de control fiscal con la que se dio en Vieques cuando “fuimos a la cárcel” por sacar a la Marina. “Puerto Rico decidió que aquí no se tiraba un tiro más, ejerció un acto de soberanía. Y la otra parte lo entendió. Claro, ahora nos quieren castigar con la junta porque se fueron bien mordíos y tienen coraje y se quieren vengar”, puntualiza.
“Tenemos que entendernos soberanos dentro de la realidad. Puerto Rico está resolviendo un problema de liquidez, cuando el problema que tiene es económico. Nosotros no necesitamos chavos prestaos, tampoco necesitamos generar riquezas, aquí la riqueza abunda, pregúntale a Walmart. Nuestro problema es de equidad en la distribución de las riquezas”, asevera y canta claro otro mal colonial: “el espejismo económico que vivió el país del 1950 al 1975 por culpa del ELA”.
“Nunca hemos sido un país pudiente. Hay que encontrar la vía de vivir con calidad dentro de la pobreza. En la mayor parte de los países del mundo esa es su realidad. Son países pobres que funcionan. Eso es lo que nosotros tenemos que encontrar. Tenemos que decretar una educación nacional, liberadora, que enseñe calidad de vida, dentro de la realidad de la pobreza. Cuando entendamos nuestra realidad y nos capacitemos para ella con una educación que no responda a los intereses de un fondo federal que pone el 25% de presupuesto y el 100% de la agenda”, arguye.
Y aquí acaba la cosa, en la realidad actual del Borinquen de 2016. Justo dice que quisiera ver la liberación de este Puerto Rico “pobre y digno”, que no dejará de zumbar por doquier educación “de la liberadora, de la de Hostos y Freire, de esa”.