A Silvia Álvarez Curbelo
El periodista Ryszard Kapuściński nació en Pinsk (actualmente Bielorrusia) en 1932 y murió hace siete años, el 23 de enero de 2007. Se le considera “una de las figuras intelectuales más originales y complejas del panorama internacional de la actualidad”, según la biografía que aparece en su libro Los cínicos no sirven para este oficio. También se explica aquí que Kapuściński se formó en la escuela de los Annales franceses, lo cual pudiera explicar las múltiples perspectivas y la manera compleja con que el autor penetra los temas más acuciantes de nuestra contemporaneidad.
La primera vez que leí a Kapuściński fue mientras cursaba un bachillerato en periodismo en la Universidad del Sagrado Corazón, no porque tuviese que leerlo para alguna clase, sino porque en ese momento se desarrollaban las protestas electorales que sacudieron a Teherán en el año 2009. Seguí las protestas a través de los medios cibernéticos, a través del mundo virtual, una alternativa mucho mejor y con más opciones que la escueta cobertura de la prensa tradicional. Pero con todo y eso nunca dejé de experimentar lo que describe Kapuściński en los Cinco sentidos del periodista, me sentía que estaba accediendo “al discurso fragmentado y superficial que los grandes medios condensan en un minuto”. Según Kapuściński, se trata de un problema que seguiremos sufriendo mientras las noticias muevan tanto dinero y compitan como productos de los dueños de medios.
Por eso recurrí a una de sus obras, de esas obras que surgen de la esquizofrenia del “doble taller” que practicaba Kapuściński, de las que se escriben, no como “peón mensajero a distancia”, como decía, sino de las historias que ponen en juego la imaginación y todos los conocimientos frutos de la “caza furtiva” que hace el periodista de todas las ciencias humanas. Esa obra fue El Sha, o la desmesura del poder, libro que me sirvió no solo para ver otra forma de contar una historia sino también para poner en contexto aquella historia fragmentada de las protestas en Irán.
No obstante, seguía viviendo en la historia ficticia que tanto preocupa a Kapuściński en su reflexión Los cinco sentidos del periodista. Ese “mundo real” que vivían las personas en Teherán y al que alguna vez tuvo acceso Kapuściński llegaba a mí a través de los medios y su contexto histórico a través del propio cronista. Decía Ryszard que se vive simultáneamente en lo real y en lo virtual, pero hay temas o sucesos históricos específicos que solo nos serán accesibles a través de lo virtual. El gran problema, según él, se presenta cuando con el tiempo esta acumulación de construcciones de los medios nos hace vivir cada vez menos en la historia real y cada vez más en la ficticia. En sus palabras: “Cada vez más historias virtuales ocupan el lugar del mundo real en nuestro imaginario”.
La descripción que hace Kapuściński de los medios es similar a la que elabora Jean Baudrillard sobre la cultura en general al hablar de la “precesión de los simulacros” y a su apreciación de la Guerra del Golfo, una guerra que “no tuvo lugar”, pues occidente la “vivió” a través de imágenes fragmentadas que sólo mostraban la eficacia de las nuevas tecnologías de comunicación y de destrucción “higiénica”, dejando de lado el contexto y las consecuencias reales del conflicto. En Kapuściński hay también una desconfianza o una sospecha con respecto a la imagen que recuerda, aunque de forma un poco más moderada, a las críticas radicales y un tanto reaccionarias de Giovanni Sartori: “la creciente cantidad de imágenes –decía Kapuściński– que nos atacan constantemente,… limita la relación con la palabra hablada y escrita y, por consiguiente, el dominio del pensamiento”. No obstante, el autor al menos admite la existencia de buenos periódicos en plataforma tradicional, a pesar de la marea virtual.
Kapuściński, como muchos y muchas, se preocupa por la noticia como producto, como pieza de cambio mercantil, un problema que tal vez él pudo apreciar mejor, pues como lo explica, vivió él mismo una transición importante en el mundo periodístico, él pasó de la época de los periodistas mal vestidos y de los edificios destartalados a los periodistas de corbata en las “oficinas del poder”. Así, un aspecto muy sugestivo de la reflexión de Kapuściński es su visión “colectivista” –por llamarla de alguna manera– del periodismo:
Tenemos que entender que se trata de una obra colectiva en la que participan las personas de quienes obtuvimos las informaciones y opiniones con las que realizamos nuestro trabajo. Por supuesto que un periodista debe tener cualidades propias, pero su tarea va a depender de los otros: aquel que no sabe compartir, difícilmente pude dedicarse a esta profesión.
Esta forma de pensar se reflejó en su forma de hacer. En El Sha, por ejemplo, Kapuściński nos adentra a la historia de Irán a través de relatos de personajes reales que pusieron en riesgo su vida para que el cronista pudiese contar lo que el lector, yo en el año 2009, viendo un acontecimiento histórico en particular, pudiese entender la complejidad de una sociedad que nunca podrá ser contada por una o cientos de notas de prensa de las agencias internacionales.