“Cuenta una leyenda que esto que está aquí hizo que muchos de nosotros hoy día tengamos vergüenza, y tengamos valores” decía el animador y modelo Javier De Jesús, ‘El Machazo’, mientras se quitaba su correa y la ponía sobre el escritorio. “Y a mí no me importa que haya gente que diga ‘eso es violencia en el hogar’. Esta violencia de que me dieran un buen correazo, fue la que hizo que hoy yo fuera un hombre decente”.
De Jesús hizo estas expresiones durante una entrevista con Rúben Sánchez luego de la trágica muerte de su hermano, Gilberto De Jesús Casas, conocido popularmente como “Mi Pana Gillito”, en medio de un “carjacking”. El video explotó en las redes sociales a tal punto que, aún años después, hace apariciones rutinarias en mi muro de Facebook. A veces en su forma original, y otras en forma de ‘meme’.
La primera vez que vi el video me causó enojo. Yo antes era de la creencia que la disciplina y el castigo corporal eran inseparables. Que aquellos padres que eligen no pegarles a sus hijos los estaban “añoñando”, y que resultarían en hijos irrespetuosos. Sin embargo, luego de explorar el tema del castigo corporal comencé a identificar errores en mi proceso de pensamiento hasta el punto que cambié mi posición. Esos mismos errores están presentes en las expresiones de Javier De Jesús.
El primer error que comete De Jesús, y que muchos repiten, se encuentra en las palabras concluyentes de su entrevista: “Vamos a tomar las riendas de este país, y vamos a enseñar respeto y valores como se hacía antes”.
¿Antes? ¿Quiere decir que ya los padres en Puerto Rico no les pegan a sus hijos? No encontré encuestas científicas que midan la popularidad del castigo corporal en Puerto Rico, pero de acuerdo a una encuesta realizada por la Universidad de Chicago, un 70% de los padres en Estados Unidos dicen estar a favor del castigo corporal como método de disciplina. Mi percepción es que, en Puerto Rico, la historia no es tan diferente.
Lo infiero por la cantidad de comentarios positivos que recibe el video en cuestión cada vez que se publica. Nunca he leído un comentario en oposición. Quizás exista, pero debe estar enterrado bajo la avalancha de anécdotas de personas que dicen deber sus valores a la correa.
Lo infiero, porque cada vez que expreso mi preferencia por otros métodos de disciplina, quien me escucha rueda sus ojos como Linda Blair en la película El Exorcista. Lo infiero por las veces que he tenido que esperar en oficinas médicas junto a padres y madres con hijos inquietos que son amenazados con castigo corporal, y hasta a veces los suenan allí mismo como panderetas. Lo infiero, porque estoy cansado de escuchar la expresión de que “el que no cree en pegarle a sus hijos es porque no tiene hijos”. No creo que sea alocado decir que el castigo corporal es parte de la sabiduría convencional en la crianza de niños en Puerto Rico.
El segundo error que comete De Jesús es aludir a que el problema de la alta incidencia criminal en Puerto Rico es un problema nuevo, traído por una generación de malcriados cuya piel nunca conoció la caricia del cuero. Sin embargo, mi experiencia me dice que esa aserción no es cierta.
A mí me cayeron a correazos. Nadie en mi círculo de amistades me ha dicho lo contrario, y nosotros pertenecemos a una de las más recientes generaciones en entrar en edad para andar por ahí robando y vendiendo drogas.
Algunos dirán, “no es nuevo, pero ahora es peor que antes”, y yo pregunto, ¿de qué se vale usted para afirmar eso? ¿A qué usted se refiere con ‘peor’? Porque si nos dejamos llevar por las estadísticas de la Policía de Puerto Rico, la incidencia criminal ha sido un problema serio desde los años ’60. Según mis padres, para ese tiempo, si los acariciaba el cuero de la correa tenían suerte, porque sus padres les zumbaban con la hebilla.
En el 1960, cuando la población rondaba los 2.3 millones, se reportaron 33,721 delitos Tipo 1 (delitos de violencia y contra la propiedad). Según estas estadísticas, “uno de cada 71 habitantes en la isla estaba en riesgo de convertirse en víctima del crimen”. La incidencia criminal se duplicó al inicio de la década de los ’70, año en el que se reportaron 66,740 delitos Tipo 1 en una población de aproximadamente 2.7 millones, y el riesgo de convertirse en víctima del crimen aumentó a uno de cada 40 habitantes.
A partir de los años ’80 la incidencia criminal continuó en aumento, hasta que en el 1990 los delitos Tipo 1 alcanzaron la exorbitante cifra de 124,371. El año pasado se reportaron 46,692 delitos Tipo 1, para una población que se aproxima a los 3.5 millones.
De hecho, según estadísticas recopiladas por investigadores de la Universidad de Puerto Rico para una investigación sobre delitos en la isla entre los años 1900-1940, se observa un aumento en arrestos hasta alcanzar la cifra de 200 mil, lo que se traduce a un arresto por cada diez habitantes. Durante ese tiempo en el que la Policía de Puerto Rico apenas comenzaba a estructurarse, se llegaron a reportar un total de 103,181 delitos contra la propiedad, y un total de 4,477 asesinatos y homicidios. Solo podemos especular del número de delitos que nunca fueron reportados por falta de recursos.
Estas estadísticas apuntan a que la alta incidencia criminal en Puerto Rico no es un problema nuevo, sino un mal social que nos ha agobiado por generaciones.
Si en Puerto Rico hay correazos “que ni botándolos se acaban”, ¿por qué hay tanto crimen? ¿Será que el “a correazo limpio” no funciona?
“Esta violencia de que me dieran un buen correazo, fue la que hizo que hoy yo fuera un hombre decente”. –Javier De Jesús.
El tercer error en el que incurre De Jesús es la falsa relación causal. Si algún día usted tose y de momento comienza a llover, usted comete esta falacia si concluye que su tos causó la lluvia por la relación cronológica entre ambos eventos. Si usted quisiera argumentar eso, usted tendría que delinear el proceso a través del cual su toz causa que llueva, y evidenciar cada paso. Posiblemente hay otros factores menos obvios que causaron la lluvia, que De Jesús hoy sea una persona decente y que la incidencia criminal en Puerto Rico sea tan alta.
No basta con decir, “a mí me cayeron a correazos y, debido a eso, es que tengo valores” para probar que la correa es un método efectivo para disciplinar, ni mucho menos el único. Aunque se me haga difícil aquí en Puerto Rico, yo puedo conseguir a alguien cuyos padres optaron por otros métodos de disciplina, y hoy en día son ciudadanos ejemplares. De igual manera, puedo conseguir a alguien cuyos padres sí emplearon el castigo corporal, y hoy pasan sus días tras las rejas.
La evidencia anecdótica no nos lleva muy lejos, por lo que habría que preguntarse ¿qué dicen los estudios científicos sobre la efectividad del castigo corporal en la disciplina? El escritor y periodista Dan Arel contesta esta pregunta en un artículo publicado en la revista Time, donde intenta argumentar que la práctica del castigo corporal debe ser vetada.
Arel cita investigadores del tema tales como Murray A. Straus, experto en temas de violencia y profesor de psicología en la Universidad de New Hamsphire. En su libro, The Primordial Violence, Straus escribe que, según los estudios, “aunque el castigo corporal es efectivo en corregir el mal comportamiento, no hay pruebas de que funcione mejor que otros métodos como ‘time outs’, explicaciones, y privar al niño de privilegios”.
Además, Straus reporta que los estudios “claramente demuestran que los beneficios del “castigo corporal conllevan un gran costo. Estos incluyen el debilitamiento de los lazos entre el niño y sus padres, y el incremento en la probabilidad de que el niño le pegue a otros niños y hasta a sus padres, y que como adultos, le peguen a su pareja”. También añade que el castigo corporal “entorpece el desarrollo mental y reduce la probabilidad de que el niño se desempeñe bien en la escuela”.
Straus apoya su conclusión destacando que “más de 100 estudios han detallado estos efectos secundarios del castigo corporal, con más del 90% de acuerdo entre ellos. Probablemente no existe otro aspecto en la crianza y conducta de los niños donde los resultados sean tan consistentes”.
El cuarto y último error que comete De Jesús es la falsa dicotomía entre el castigo corporal y la ausencia de disciplina. Este argumento ignora la existencia de otras formas de disciplinar con otros tipos de castigo, como los mencionadas por el profesor Straus.
Además, las expresiones de De Jesús simplifican la enseñanza de valores y la disciplina al instrumento con el que se lleva a cabo un castigo. Para criar ciudadanos que promuevan el bienestar social, que es la que debería ser nuestra meta, se necesita más que una correa. Se requieren padres y madres que posean buenos valores, y el compromiso de heredárselos a sus hijos. No solamente a través de palabras y castigos, sino más importante aún, a través de su propio ejemplo. De nada vale castigar si la intención del castigador es hueca o hasta perversa, o si los valores que se pretenden enseñar no promueven el bienestar social.
Si me preguntas a mí, la mayor razón por la que estoy en contra del castigo corporal es porque es violencia, y ese es precisamente el problema que tenemos en Puerto Rico; la inclinación que tienen muchos de recurrir a la violencia para resolverlo todo. Si utilizas violencia para que tus hijos te respeten y hagan lo que les pides, ¿qué los detendrá de intentar hacer lo mismo contra otros? El hecho de que un niño respete a sus padres no necesariamente implica que respetará la vida y propiedad de los demás.
Quiero dejar claro que el propósito de este artículo no es atacar a Javier De Jesús, quien emitió las mencionadas expresiones durante un momento de gran dolor, ni tampoco a los padres que emplean el castigo corporal en la disciplina de sus hijos, pues muchos lo hacen con las mejores intenciones. Escribo este artículo porque las palabras de De Jesús se están utilizando para promover ciegamente una sabiduría convencional que podría estar equivocada. Los invito a que investiguen este tema por su cuenta, y se pregunten si la leyenda del correazo es solo eso, una leyenda.