Entonces hablaron los señores con corbata. Dentellada por dentellada. A Luis Súarez, máximo goleador de la selección uruguaya, le cayó todo el peso de la mafia. Era de esperarse. Luisito tiene todas las características para convertirse en un chivo expiatorio esplendoroso. Odiado por una abultada mayoría, el caso de la dentellada a Giorgio Chiellini, ahora candidato a beato por la prensa mundial, adquirió tonos poco higiénicos. Maniqueísmo 101.
Veamos.
¿El veredicto de la FIFA? Nueve fechas oficiales. ¡Nueve! Cuatro meses sin actividad futbolística y una multa de 100.000 francos suizos. Suizos, sí. Allá donde opera la banca nebulosa mundial. Como si esto fuera poco, está vetado a entrar a los estadios de fútbol. Luis Suárez es un tipo peligroso, se desprende entrelíneas. El dictador y asesino argentino Jorge Rafael Videla, en el Mundial del 1978, celebró dentro del estadio todos los goles sin oposición de la FIFA. Videla, pues, es un cordero si se lo compara con Suárez.
Pero no nos desviemos. En la cancha, ese rectángulo verdísimo escenario de todas las batallas, nunca se sancionó la mordida por una sencilla razón: Giorgio Chiellini actúa mal. En dos ocasiones anteriores el italiano simuló la caricatura de un golpe fuertísimo que nunca ocurrió. Se dirá que vivir a veces duele, pero nunca como para retorcerse así. El árbitro, el mexicano Marco Rodríguez, apodado atinadamente “Vampiro’’, no creyó el tercer intento del defensor. ¿Juego limpio? “El arte de la guerra se basa en el engaño”, nos recuerda Sun Tzu. El fútbol no es la guerra, pero se le parece. Si no, pregúntenle a Kapuściński. Sea como fuere, muchos actúan. Más aún. El fútbol es en sí mismo una puesta en escena. Nos adentramos en él con el fervor y la credulidad del que asiste al cine.
El cuento del lobo se hizo hombro y Luis Suárez sacó los dientes. Por tercera ocasión. El “Vampiro’’, sin embargo, no vio nada. El juez de línea tampoco. Chiellini mostraba su hombro y arengaba, entre el coqueteo y el enojo. Chiellini es conocido, aparte de por sus dotes defensivos, por tirar del pelo del oponente, simular, patear al adversario y regalar otros cariños poco delicados. Es un proyecto de Pepe. Nada justifica la acción de Suárez, dicen. ¿Acaso el fútbol es un juego de justificaciones? Un deporte que se juega con los pies y que alcanza la manifestación de Dios en una mano excede lo justificable. A los medios les gusta este tipo de hechos. Las cuentas bancarias se engrosan por un contacto de dientes. Los ingleses lo saben. Ojo. No sólo a los medios. Si no, pregúntenle a McDonald’s, si no, pregúntenle a Snickers, quienes aprovecharon el incidente para vender sus nutritivos productos a costillas de una mordida que esperan les rinda tributos.
La actitud de Suárez es antideportiva. Morder no debe estar en el libreto del fútbol. Pero, ¿sólo morder? Me permito una digresión personal. Jugué fútbol durante diez años. Varios técnicos incitaban a este tipo de acciones. Agárrale las nalgas, los huevos. Escupe, hálalo de la camisa. Habla malo. Barre con fuerza. ¿El fin ulterior de todo esto? Desencajar mentalmente al oponente. Es parte del imaginario futbolístico, aunque no debiera serlo. Es absurdo comparar mis fracasos futbolísticos con la sanción de la FIFA. El ejemplo, burdo, lo admito, da cuenta de una gran verdad. El fútbol se juega por sobre todas las cosas con la cabeza. La templanza de la cabeza es más letal que la de los pies. En la página más brillante del fútbol uruguayo, el capitán Obdulio Varela recibió un escupitajo al lado del árbitro en el Mundial del 1950 por hacer tiempo en una falta. El árbitro no cobró nada, el escupitajo fue invisibilizado y al final Uruguay ganó. El presidente de la FIFA en aquel momento guardaba en el bolsillo sólo el discurso con el que proclamaba campeón al anfitrión Brasil. Varela tuvo que sacarle de las manos el trofeo que había ganado. ¿Es esto moral?
Ya lo dije. La acción de Suárez merecía ser sancionada, sí. La FIFA, sin embargo, se excedió, como lo ha hecho desde que existe. Del mismo modo en que ha acumulado un billón de dólares siendo una organización sin fines de lucro. Del mismo modo en que se ha visto involucrada en tráfico de niños futbolistas. Del mismo modo en que se hizo miope ante las dictaduras latinoamericanas. Del mismo modo en que cuestionan su transparencia por otorgarle la sede del Mundial a Qatar en el 2022. Del mismo modo en que cambia leyes brasileñas y vende alcohol en los estadios como si tal cosa. Del mismo modo en que hay árbitros, demasiado humanos, que se equivocan siempre con una sospechosa tendencia que favorece a los equipos que más ingresos generan. Del mismo modo en que se han acometido las expropiaciones en barrios pobres de Brasil. Del mismo modo en que darán la última dentellada cuando en Brasil se acabe la euforia y la FIFA no sepa qué hacer con tanto dinero. Del mismo modo en que le realizan pruebas de dopaje a siete futbolistas costarricenses luego de ganarle a la selección italiana. Y así ad infinitum. En fin. Esto todos lo sabemos. ¿Hasta cuándo?
La FIFA vio en la dentellada la oportunidad de limpiarse de tanta porquería apostando a una moral que los deja, sin embargo, en calzoncillos. Suárez ha mordido tres veces. ¿Acaso esto, más allá del fútbol, no es un problema que amerita tratamiento sicológico? Si se interesaran por ir a la raíz, verían en el patrón hambriento de Suárez una patología rara del jugador que amerita ser tratada de otra manera. Un partido de sanción, quizá. Una multa, quizá. Tratamiento sicológico obligatorio, quizá. Disculpas públicas, quizá. Todo junto, quizá. No sé. En el fondo de la sanción de la FIFA claramente se esconden, o no tanto, intereses económicos que aseguran una imagen de pulcritud que se revierte si levantamos un poco la alfombra. Si Uruguay le ganara a Colombia el sábado le tocaría contra el anfitrión Brasil. Los brasileños le temen a los uruguayos. De otro lado, Colombia es una sorpresa y un equipo que ha dado cátedra de fútbol, de compañerismo y elegancia. Todo pinta a favor de los colombianos. Todo, si la sanción a Suárez no le insufla ánimo de crecerse a los charrúas.
En el año 2011 al defensor uruguayo Martín Cáseres nadie lo mordió. En un partido entre el Sevilla, club en el que militaba, contra el Almería, recibió una patada que le fracturó una costilla que por poco le perfora un riñón. A nadie o casi nadie le importó. ¿Con qué vara mide la FIFA lo que es moral, antideportivo, y lo que no? ¿Quién sanciona a la FIFA si es ella quien se excede y lanza una dentellada?