Hace unas semanas, observamos a través de YouTube un vídeo de un maestro que “perdió la tabla” ante la indisciplina de un estudiante. La escena nos debe llevar a reflexionar sobre nuestras prácticas educativas, sobre todo de nuestras ideas sobre la educación. Tomemos como ejemplo las concepciones sobre cómo apoyar a los estudiantes indisciplinados a tener éxito en la escuela.
Las causas de la indisciplina son múltiples, por lo tanto no hay un remedio que las resuelva todas. Por ejemplo, hay estudiantes muy capaces que les aburre el material que ya entienden y optan por entretenerse con actividades que interrumpen la clase. Una vez se reta a estos estudiantes pueden ser muy disciplinados.
A otros les falta el control propio. Con este segundo grupo es más difícil trabajar. Un subconjunto de este segundo grupo son estudiantes que han sufrido situaciones de mucho estrés en su desarrollo, lo cual tiene como consecuencia que no desarrollen capacidades necesarias para comportarse en la escuela. Investigaciones recientes en neurociencia y pediatría muestran que los ambientes fuertes e inestables llevan a cambios en el cerebro que impiden el desarrollo de capacidades mentales, como la perseverancia, el control propio, el optimismo, capacidades que luego son importantes para ser exitosos en la escuela.
Por ejemplo, sin control el estudiante no se enfoca en lo que está aprendiendo, por tanto, no aprende. También la falta de control lleva, en muchas ocasiones, al rechazo por parte del maestro y la estigmatización a que se somete a este tipo de estudiante por su conducta lo que a su vez genera una violencia emocional interna mayor que lleva al estudiante al rechazo del maestro y de la escuela en general, lo que genera una secuencia en un círculo vicioso de estigmatización y rechazo al estudiante por parte del maestro y reacción de hostilidad y violencia por parte del estudiante. ¿Cómo romper este círculo vicioso?
Un libro reciente de Paul Tough, Helping Children Succeed, presenta ejemplos de proyectos que han trabajado efectivamente en romper este círculo vicioso. ¿Qué caracteriza a estos proyectos? Primero, reconocer que es necesario mejorar estas capacidades para poder mejorar académicamente. Por tanto, insistir en mejorar el desempeño académico sin trabajar en desarrollar las capacidades que lo apoyan está abocado al fracaso. De hecho, esta es la experiencia de los proyectos con desertores que discutí en mi artículo anterior; el trabajar con las emociones de los estudiantes tiene el efecto de desinflar su animosidad y lograr un mayor sosiego para el estudio.
Ahora bien, el desarrollo de las capacidades que apoyan el aprendizaje no se logra “enseñando” las mismas, sino creando ambientes que promueven su desarrollo. Lo ideal es crear estos ambientes desde que el niño nace. Para esto necesitamos educar a los padres sobre formas de ofrecer al niño seguridad, cariño y estímulos positivos. Como sociedad debemos pensar en cómo invertir más en apoyar el desarrollo de una niñez temprana saludable, lo cual a la larga nos lleva a economizar en remedios y cárceles. Ahora bien, mientras esto se da, ¿qué podemos hacer en la escuela para apoyar el desarrollo de capacidades, como la perseverancia, el control propio, el optimismo que luego van a redundar en mejorar el aprovechamiento académico?
Tough insiste en crear ambientes que le den seguridad al estudiante, que lo motive a aprender, a tratar, a perseverar, que minimice el temor al fracaso. Para esto, necesitamos repensar el ambiente de la escuela en general. Si el maestro está estresado ante unas metas inalcanzables difícilmente crea un ambiente de paz para los estudiantes. Si el estudiante no ve pertinencia en lo que le enseñan pondrá poco interés en aprenderlo.
Así es necesario un cambio fundamental en la enseñanza: de un proceso de transmisión de información, en muchas ocasiones de poco interés al estudiante, a un proceso vivo donde el maestro apoya y motiva al estudiante a entender su mundo; de un proceso ajeno a la cultura del joven, a un proceso que tiende puentes con su cultura; de un proceso homogéneo, a uno que toma en consideración los diversos talentos, y parte de las fortalezas en lugar de acentuar las debilidades; de un proceso rutinario a uno que despierte las emociones cognitivas, el amor por la búsqueda de respuestas, la excitación al entender una pregunta; de un proceso ajeno a las emociones del estudiante a uno que las toma en cuenta y ofrece al estudiante herramientas para trabajar positivamente con ellas; y de un proceso que aleja aproximadamente 20% de los estudiantes, a un proceso que abra oportunidades, y anima a los jóvenes a proseguir su aprendizaje.