Actualmente, Puerto Rico atraviesa una de las peores sequías de las últimas décadas. Los embalses están en niveles críticos y se ha declarado una emergencia agrícola como resultado de los daños que ha ocasionado la sequía en la actividad agropecuaria. Los meteorólogos pronostican al menos dos meses adicionales de tiempo seco, y la agricultura del país se expone a la incertidumbre de un clima impredecible.
Ya se vislumbran pobres cosechas de algunos productos como el café y la estimación de las pérdidas son de varias decenas de millones de dólares. Ante esta realidad, el Departamento de Agricultura continúa incentivando los modelos agrícolas fallidos, que en parte son los causantes de la crisis agrícola resultante de la sequía. Lo menos que podemos hacer es replantearnos el modelo agrícola al que aspiramos.
La agroecología representa un sistema de producción agrícola capaz de producir alimentos en abundancia y de forma sostenible, en compatibilidad con los recursos naturales y el desarrollo humano. Pero también, la agroecología es considerada como una herramienta de supervivencia para la humanidad, para enfrentar un planeta cambiante que sufre cada vez más de climas extremos e impredecibles.
Además, la agroecología es una ciencia moderna y un sistema de producción agrícola que se basa en la aplicación de conceptos ecológicos de sistemas naturales a la práctica de la agricultura, maximizando la utilización de recursos y energía para la producción abundante de alimentos.
Asimismo, los sistemas de producción de alimentos basados en un manejo agroecológico representan una alternativa muy superior a la agricultura industrial, que es altamente dependiente de insumos para enfrentar el cambio climático.
La agroecología ha demostrado repetidamente mayor capacidad de resistir y reponerse a eventos climáticos extremos, como sequías, eventos intensos y prolongados de lluvia y huracanes, según Miguel Altieri en el libro Agroecologically efficient agricultural systems for smallholder farmers: contributions to food sovereignty.
Los científicos vienen alertando y reafirmando desde hace algunos años sobre la volatilidad del clima como resultado del calentamiento global, advirtiendo condiciones extremas que perjudican los sistemas naturales y actividades humanas como la agricultura.
Los pronósticos climáticos no son nada alentadores. La tendencia es al empeoramiento, y hemos visto en el pasado reciente el efecto nefasto de climas extremos sobre los sistemas de producción de alimentos.
Tan recientemente como este mismo año, el estado de California en los Estados Unidos, el cual es considerado la canasta de hortalizas del país, está experimentando la peor sequía de su historia moderna.
Esta sequía, que ya se prolonga por tercer año consecutivo, ha provocado pérdidas de más de $1,700 millones en el sector agrícola y menguado la superficie cultivada de California en más de 500 mil cuerdas. La sequía de este año en California es tan solo la continuación de una secuela de tiempo seco en los Estados Unidos.
Tan reciente como el año 2012, las grandes planicies estadounidenses, que constituyen una zona de gran importancia a nivel mundial para la producción de granos, experimentaron la peor sequía en más de 100 años. Esta sequía afectó a más del 60% de las fincas de todo el país y produjo un aumento mundial en los precios de los alimentos, disparando a niveles récord el precio del maíz y poniendo de perspectiva la gran vulnerabilidad climática del sistema mundial de abasto de alimentos.
Aun poco más lejos, en África, la sequía de hace algunos años, junto con la degradación de los suelos promovida por malas prácticas agrícolas, afectó a más de 9 millones de personas, exponiendo al riesgo de muerte por desnutrición a unas 250 mil personas en la región conocida como el Cuerno de África. Esta sequía, que según datos de la Oxfam fue la peor en los últimos 60 años, cobró la vida de miles de personas en países como Somalia, Sudán, Uganda, Kenia, Eritrea y Etiopía.
La escasez de producción de alimentos provocado por eventos climáticos extremos, especialmente la sequía, ha provocado disturbios y colmado la copa de conflictos sociales y bélicos a nivel mundial. En un informe del Consejo Asesor Militar del Centro Naval de Análisis del ejército de EU, se concluye que el cambio climático, aunque no es el único motivo, ha sido al menos el catalítico para una buena parte de las revueltas conocidas como la Primavera Árabe.
Por ejemplo, antes de estallar el conflicto de Siria, el país había sufrido una sequía de cinco años que en algunos casos arrasó la producción hasta en un 75%, lo que produjo migraciones masivas a las zonas urbanas y exacerbó los conflictos internos del país.
La agroecología trabaja integralmente por la conservación de los recursos agrícolas, entre ellos el suelo y por consiguiente el agua, ya que están muy estrechamente ligados. Las prácticas agroecológicas mejoran la captación y almacenamiento del agua, logrando que los suelos manejados agroecológicamente sean mucho más resistentes a tiempos de sequía.
Los suelos erosionados y compactados por malas prácticas agrícolas, como los campos de café al sol en la montaña, son menos eficientes en infiltrar el agua durante las épocas de lluvia, resultando en reservas de agua en el suelo muy limitadas durante épocas más secas. Los suelos compactados y erosionados por las técnicas convencionales de agricultura, como la utilización de herbicidas, se vuelven impermeables al agua, lo que agrava la erosión y la compactación y evita el reabastecimiento del agua del suelo.
Por ejemplo, en las grandes superficies de cultivos de Iowa, el cual es uno de los estados con mayor actividad agrícola convencional altamente dependiente de insumos sintéticos externos, se estima que la pérdida del suelo por la erosión de los campos agrícolas es 16 veces mayor que la regeneración natural. Esto produce en los cultivos una mayor dependencia de abastos artificiales de agua de riego, los mismos cuyos niveles se encuentran actualmente en estado crítico.
Por otro lado, la agroecología maneja integralmente el suelo con la finalidad de mejorar su estructura física para así asegurar una mayor infiltración, almacenamiento y retención de agua, según los hallazgos de mi tesis de maestría Restorative Effects Of Combined Sustainable Practices On The Biological, Physical AndChemical Properties Of A Soil And CropProductivity.
Para esto, en la agroecología se trabajan con diversas técnicas, incluyendo la adición de fertilizantes orgánicos como la composta, que además de proveer nutrientes a las plantas ayuda a la captación y retención de agua en el suelo.
Además, se trabajan con cultivos de cobertoras, acolchados o “mulch”, policultivos, sistemas agroforestales, selección de variedades adaptadas y diversas técnicas de conservación de suelos que producen sinergias que aumentan la eficiencia en la utilización de agua, de acuerdo con Altieri y Clara Nicholls en Cambio climático y agricultura campesina: Impactos y respuestas adaptativas.
Del mismo modo, las técnicas agroecológicas básicas son capaces aumentar la eficiencia de almacenamiento de agua en el suelo hasta en un 100% en comparación con suelos manejados sin la tecnología agroecológica, destacaron Shangning Ji y Paul W. Unger en su artículo Soil Water Accumulation under Different Precipitation, Potential Evaporation, and Straw Mulch Conditions.
Gran parte de estas tecnologías son totalmente accesibles a la realidad de todos los agricultores. Estas prácticas son adaptables en sistemas agrícolas artesanales y sistemas altamente mecanizados porque se basan en el uso eficiente de los recursos, y en muchas ocasiones se atienden dos problemas en un solo esfuerzo.
Este es el caso de la reducción de los desperdicios a través del compostaje a la vez que producimos un súper fertilizante. Son prácticas y recursos que en su mayoría estamos subutilizando y solo requieren una reconfiguración de la actividad agropecuaria.
Adicionalmente, la agroecología ha demostrado adaptarse y responder superiormente a otros disturbios naturales, como el caso de los huracanes. Una de las proyecciones en el Caribe como resultado del cambio climático es el aumento en frecuencia e intensidad de tormentas y huracanes.
Una muestra del poder adaptativo de sistemas agroecológicos a disturbios naturales fue el paso del huracán Mitch en Centroamérica en el 1998. Luego del paso del ciclón tropical, las fincas estudiadas que poseían un manejo agroecológico experimentaron de un 20-60% mayor conservación de la capa fértil del suelo, mayor capacidad de retención de agua, menor erosión y experimentaron menos pérdidas económicas que sus contrapartes convencionales bajo monocultivo, estableció Eric Holt-Gimenez en su libro Campesino a Campesino: voices from Latin America’s Farmer to Farmer Movement for Sustainable Agriculture.
De igual manera, luego del paso del huracán Ike por Cuba en el 2008, fincas diversificadas mostraron pérdidas de 50% comparadas con pérdidas de 90-100% de monocultivos luego de 40 días del paso del huracán. En adición, los sistemas agroecológicos reportaron mayor capacidad de recuperación posterior al paso del huracán, según Braulio Machín-Sosa en Revolución Agroecológica: el Movimiento de Campesino a Campesino de la ANAP en Cuba.
Nuestra situación geográfica tropical y caribeña nos expone a la amenaza constante de este tipo de fenómenos naturales, que prometen afectarnos en mayor frecuencia como consecuencia del cambio climático. Esto nos impone la responsabilidad de adoptar sistemas agrícolas acordes que sean capaces de adaptarse y responder adecuadamente a esta realidad.
El planeta impone cada vez más retos a la supervivencia del ser humano lo que demanda mayor sensatez y creatividad a la hora de diseñar nuestras actividades. La respuesta a esto está en la dirección de la verdadera sustentabilidad.
Existe un consenso en el sentido que debemos aumentar la producción de alimentos en el país. Pero este aumento no se puede hacer fuera de todo contexto y a toda costa. Hay que analizar detenidamente qué actividad agrícola queremos desarrollar como pueblo.
Cuando hablamos de desarrollo agrícola no nos podemos limitar a pensar solo en rendimientos y producción por cuerda. También tenemos que pensar de qué formas queremos sembrar y cuál es su impacto sobre el desarrollo humano, los recursos naturales y su adaptación a un planeta cambiante. Los sistemas agrícolas deben apuntar a la producción abundante de comida, la protección de los recursos agrícolas y ambientales y a la adaptación a las realidades climáticas. Estas posibilidades las ofrece la agroecología.
La cosecha en la agroecología no se mide solo en términos de productos cosechados por cuerda, sino que también la cosecha se representa en términos de menos insumos externos que comprar, en una mejor conservación de los suelos, en ahorro de agua, en mayor salud para las comunidades y calidad de vida para los agricultores y trabajadores agrícolas, que en definitiva redundan en un aumento en la calidad de vida para la humanidad.
El autor es agrónomo egresado de la Universidad de Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez.