Catorce años después de su fundación, el canal Al Jazeera se confirma como la principal fuente de los árabes retransmitiendo en directo las revoluciones y contribuyendo, así, a su expansión. En efecto, en la actualidad la revuelta egipcia ha aumentado en un 2.000% las visitas a la página web de la emisora qatarí
Cuenta un documental de Al Jazeera sobre la vida de Hosni Mubarak que, en el año 2000, cuando el rais visitó Qatar, solicitó conocer las oficinas de La Isla, el canal de noticias 24 horas en árabe que ya había comenzado a revolucionar el panorama mediático de una región donde la práctica mayoría de los medios están controlados por los Gobiernos. Los responsables del canal accedieron gustosos a la petición del líder egipcio, quien acudió a los pequeños estudios con una curiosidad que no tardó en transformarse en indignada sorpresa. “¿Tanto ruido desde esta cajita de cerillas?”, exclamó.
Es probable que Mubarak haya recordado aquella visita en estos días, cuando la revuelta de millones de ciudadanos que piden su cabeza está siendo transmitida en vivo por el canal árabe de noticias. Gracias a Al Jazeera, el mundo entero puede constatar la humillación del rais. Ya no puede engañar a nadie sobre su presunto apoyo popular con referendos amañados, ni esconder la magnitud del descontento mediante la manipulación de sus canales oficiales. El rey estaba desnudo y Al Jazeera lo está contando en directo.
De poco ha servido que el Ministerio de Información haya prohibido al canal operar desde su territorio, que haya cerrado su oficina, retirado las credenciales a sus reporteros, que la policía haya detenido a sus periodistas o que su equipo haya sido decomisado. El canal ha logrado superar todas las dificultades y televisar la revolución con todo lujo de detalles, dando voz a todos sus protagonistas, desde los jóvenes que se manifiestan en la Plaza Tahrir hasta los líderes opositores y los intelectuales, para mayor indignación de un régimen autocrático que vive sus últimas horas.
“Debemos tomar medidas con este canal ya que ha causado más destrucción en Egipto que Israel”, afirmaba un iracundo Ahmed Diaeddin, gobernador de la provincia de Minya, hace unos días en declaraciones a la televisión estatal. “Pido que se juzgue a los corresponsales de Al Jazeera como traidores”.
Semejante reacción ha producido el efecto contrario: Al Jazeera no sólo se ha confirmado como el canal preferido por el mundo árabe -por las poblaciones, no por unos regímenes que detestan y obstaculizan a la emisora qatarí- sino que comienza a imponerse como alternativa informativa en Estados Unidos, que hasta ahora le tachaba de terrorista por retransmitir los comunicados de Al Qaeda. La Isla vive uno de sus momentos más dulces al ver cómo internacionalmente se le reconoce un prestigio del que hace tiempo goza en el mundo musulmán. Ya se lo forjó en Afganistán e Irak, cuando retransmitió las respectivas invasiones norteamericanas, en el cerco a Faluya, cuando fue el único canal que informó desde la ciudad bombardeada, en la guerra de Israel contra el Líbano, en la fatídica ofensiva israelí contra Gaza, entre 2008 y 2009, o en las revoluciones sociales de Túnez que están cambiado al mundo árabe.
Sus versiones en árabe e inglés llegan a 200 millones de hogares en 100 países del mundo, pero en Estados Unidos es harto difícil acceder a ella: sólo los usuarios norteamericanos con antena parabólica propia y aquellos que se conecten mediante Internet pueden acceder al canal. Sin embargo, la retransmisión de la revolución egipcia ha cambiado las cosas: la cobertura del canal qatarí ha sido tan abrumadoramente superior a cualquier canal norteamericano que los televidentes han buscado a Al Jazeera.
“Sabemos que la demanda está ahí. Hemos visto un incremento del 2000% en las visitas a nuestra web en inglés, y más del 60% del tráfico proviene de EEUU”, explicaba el director general de Al Yazira, Wadah Khanfar, en un artículo publicado en el Huffington Post donde solicita que su canal deje de ser censurado en Estados Unidos. “Si millones de norteamericanos han acudido a Internet, otros muchos millones deben tener la libertad de sintonizar nuestro canal con su mando a distancia, especialmente cuando Oriente Próximo está en las mentes de todos”.
Hoy Al Jazeera no es precisamente una “caja de cerillas” sino un imperio mediático de influencia indiscutible. Catorce años después de su fundación, dispone de 3.000 empleados, 65 corresponsalías en todo el mundo y oficinas centrales en Qatar, Kuala Lumpur, Londres y Washington.
Lo más impactante es que su filosofía -”dar voz a los sin voz”- está jugando un papel determinante en la expansión de las revoluciones por todo el mundo árabe.
“Estamos llevando las revoluciones más allá de sus fronteras, señalando su importancia y generando la inspiración”, explica Ayman Mohyeldin, uno de sus principales reporteros y corresponsal en Egipto para la versión en inglés. “Se habla mucho del papel de las redes sociales y de Al Jazeera en estas rebeliones sociales. No creo que sean instrumentos de la revolución, sino una forma de comunicación de la misma: no organizan pero sí ayudan a la gente a sortear las restricciones”, asegura a Periodismo Humano por teléfono desde El Cairo.
Bien lo saben las autoridades egipcias, que han mantenido bloqueado el acceso a Internet durante días para tratar de evitar lo imparable. Uno de los muchos chistes que circulan estos días por la red representa a Hosni Mubarak en el paredón. El verdugo le pregunta: “¿Soga o disparo?”. El rais contesta: “Facebook”. Si ya en 2000 al presidente egipcio le molestaba la cobertura de Al Jazeera -considerada el azote de todos los regímenes árabes salvo del que depende, el rico emirato de Qatar, que invierte muchos millones en que su voz siga activa- el trabajo de sus periodistas en las últimas dos semanas ha llevado al régimen cairota a actuar con desesperación.
“Al Jazeera siempre se enfrenta a desafíos”, continúa Mohyeldin. “Pero esta vez ha sido especialmente duro: nos han prohibido, atacado, nos han quitado la señal satélite, nos han arrestado, han cerrado, saqueado y prendido fuego a nuestra oficina… Incluso han puesto a gente en la puerta del hotel buscando a los periodistas de Al Jazeera”. Eso ha obligado a los equipos del canal en inglés -actualmente son 12 los trabajadores desplegados en El Cairo- a cambiar la forma de transmitir pero no la transmisión.
Durante los primeros días de las protestas, el resto de programas fueron anulados. 24 horas al día quedó conectada una cámara fija enfocando a Tahrir, o bien a sus corresponsales en el estudio, que da a la misma plaza, foco de las protestas. La imagen sólo cambiaba para conectar con sus corresponsales a pie de calle: reportajes sobre los vándalos, sobre las patrullas ciudadanas, los enfrentamientos entre los pro y los antiMubarak…
Entonces el régimen tomó medidas contra la osadía mediática: prohibieron oficialmente el canal y les retiraron la señal. La dirección no tardó en encontrar otra sintonía mediante otro proveedor, y siguieron con su trabajo. Cuando empezaron a detenerles -a veces en episodios grabados y emitidos- sus periodistas comenzaron a emitir desde tejados y oficinas imposibles de identificar, cuando el asedio se agravó, lo hicieron por teléfono. El asalto contra su oficina en Cairo no sirvió de nada: sus periodistas siguieron trabajando. Para suplir la disminución de imágenes sobre el terreno, pidieron a los televidentes egipcios que enviaran sus vídeos.
Ayman, con nacionalidad egipcia y norteamericana, ha sido, por el momento, el último en pasar por las dependencias policiales egipcias: el domingo fue arrestado en la Plaza Tahrir. No fue liberado hasta nueve horas después. “No me detuvieron por trabajar para Al Jazeera porque no lo sabían: arrestaron al periodista norteamericano al que vieron grabando en Tahrir”, explica en referencia a sí mismo. “Por eso me llevaron ante la Inteligencia militar y no ante la policía. Pero sí es cierto que cuando se enteraron de para quién trabajaba, se complicó todo. Compartí celda con un reportero norteamericano del New York Times, y a él le interrogaron brevemente y le liberaron enseguida. En mi caso, mi medio alargó mi detención”.
La parte positiva, como explica entre risas, es que oficialmente no le pueden pedir que abandone el país porque “al ser egipcio no pueden deportarme”. “Nos están advirtiendo que dejemos de trabajar desde el ámbito oficial y desde el oficioso. Oficialmente, nos han prohibido trabajar en Egipto. Extraoficialmente, hay gente, individuales, que se nos acerca para advertirnos que corremos peligro de muerte por estar informando, que sería mejor que nos marchásemos”. Ayman ha decidido permanecer en el país pase lo que pase.
El malestar tunecino o egipcio es exactamente el tipo de información que suele cubrir este canal. “Durante años Al Jazeera ha informado de cómo afectaban a la población egipcia las dificultades económicas y el estancamiento político. Otros canales se concentraban en historias que simplificaban la amenaza extremista (…)”, proseguía el director general de Al Jazeera en su artículo. “Todo aquel que siga de cerca los acontecimientos regionales sabía que la situación era insoportable, la injusticia era tal que esto tenía que pasar. La preguntar era cuándo y dónde, no por qué”, confirma Mohyeldin. Aterrizó en El Cairo el pasado día 26, un día después de la manifestación que todo lo cambió, proveniente de Túnez. Durante años, Al Jazeera había sido prohibida por su presidente, Zine al Abidine Ben Ali: Ayman llegó horas después de que el dictador huyese. “Fue increíble cómo nos recibieron los tunecinos, verlos disfrutar de cada segundo y de cada tipo de libertad: expresión, reunión…”.
Al Jazeera representa un peligro cierto para los regímenes árabes. Ha sido prohibida en Argelia, Irak, Marruecos, Egipto y Bahrein, como lo fue en Túnez hasta que se desmoronó el régimen; en Cisjordania sus sedes han sido asaltadas tras la filtración de los documentos que demuestran cómo los responsables de la Autoridad Palestina encargados de la negociación con Israel vendieron Jerusalén Este y ofrecieron sacrificar el retorno de los refugiados; en Yemen, el dictador Ali Abdallah Saleh ha telefoneado al emir de Qatar, Hamad ben Khalifa Al Thani, para tratar de desactivar a la emisora, alimentada con fondos estatales…
En el caso egipcio, el régimen habría hecho bien en no cebarse en la compañía, como incidía el popular Blog The Angry Arab News Service en su entrada titulada “No enfadéis a Al Jazeera”. “El Gobierno saudí ha aprendido la lección de la forma más dura. [Al principio] los medios saudíes, más o menos el 95% de todos los árabes, lanzaron una fiera campaña contra Al Jazeeraa. Entonces se dieron cuenta de su error y organizaron la reconciliación con Qatar, que al menos ha rebajado, si no ha eliminado, el tono anti-saudí en el canal […] Mubarak es un idiota: ha cerrado las oficinas y arrestado a los periodistas de Al Yazira, y Al Yazira ha respondido apostándolo todo. El resto de la programación fue suspendida. Toma ya, Hosni y Gamal Mubarak”.
Los gobernantes árabes no quieren a Al Jazeera: acusan al canal de “distorsionar los hechos” y de seguir la agenda política de Qatar, un pequeño emirato rico en gas que se ha consagrado como nuevo y estratégico mediador regional. De hecho, muchos egipcios temieron que una reciente visita a Doha de Mubarak fuera el motivo por el cual las primeras protestas en El Cairo no fueran tan ampliamente cubiertas por el canal. Lo cierto es que Túnez concentraba esfuerzos y que, tan pronto como se extendió ese temor en las redes sociales, el canal reforzó su cobertura egipcia hasta convertirla en una transmisión continuada.
Pero la mayor parte de los televidentes árabes siguen con devoción un canal que habla de lo que nadie quiere hablar, que está en los lugares a donde nunca acude la mayor parte de medios occidentales, que dedica monográficos a causas ignoradas en Occidente y que genera debates sin censuras. Eso formaba parte de su declaración de intenciones, allá por 1996, cuando vio la luz con la aspiración de “dar voz a historias no contadas, promover el debate y desafiar las percepciones establecidas” así como “invertir el flujo de información de Norte a Sur”, o lo que es lo mismo, concentrarse en lo que ocurre en el Tercer Mundo.
La única crítica que genera, especialmente su versión en inglés, es la cantidad de tiempo que dedica a los temas israelo-palestinos y el espacio que concede a los portavoces israelíes para que den su punto de vista en riguroso directo. Pero las preguntas de sus periodistas a los mismos son tan incisivas que, lejos de hacer un favor, suelen poner en evidencia a los portavoces de Tel Aviv. La emisión de comunicados de Al Qaeda u otras organizaciones armadas son vistas como parte de la máquina mediática, donde todos los agentes son tratados por igual.
Al Yazira es la constatación de que la realidad árabe es muy diferente a la que pretenden sus líderes. Galvaniza a unas poblaciones aisladas, reprimidas e incomprendidas en Occidente, y las entiende: ahí radica su fuerza y también el interés que debería tener Occidente en seguir sus emisiones. “Con su canal en inglés, Al Yazira va a poner patas arriba el nuevo paisaje audiovisual”, anticipaba en 2004 el periodista saudí Hugh Miles, autor de Al Yazira, el canal que desafía a Occidente. “En una época de disturbios constantes, el peso del inconformista canal qatarí nunca ha sido tan grande”.