Altos de Cuba está separado literal y físicamente de la ciudad. Un cruce y un símbolo de PARE separan el pueblo de Vega Baja de esta comunidad que parece enmarcada tras un umbral de segregación. Las historias sobre Altos de Cuba son muchas: narcotráfico, drogas y deserción escolar. Tal parece que la esperanza para los que allí habitan es nula y que viven en un barrio muerto. Sin embargo, en el llano en donde descansa el barrio tal argumento se desvanece, allí se percibe una comunidad en movimiento: un barrio vivo.
Visitamos la comunidad un jueves en la tarde. En las casas, pegadas unas de otras varias vecinas conversaban. Dos niños jugaban con un caballo en la cancha, sonreían y relajaban. Las calles estaban limpias, hacían juego con el día que estaba soleado y el cielo límpido y claro. Confieso que tenía reservas. Después de todo, los periodistas no somos ajenos a lo que se muestra en los medios mismos. Un joven en un pequeño bar nos dirigió hacia nuestro destino: la estructura que alberga el programa de autogestión comunitaria Barrio Vivo. La casita de madera adherida a un pequeño vagón está ubicada a sólo pasos de un hospitalillo donde decenas de adictos reciben la cura.
Altos de Cuba fue designada en el 2002 – junto a otras 686 barriadas- parte de la Ley de Comunidades Especiales, programa que impulsó la ex gobernadora Sila María Calderón. La comunidad no solo ha sido protagonista en los medios por la incidencia de arrestos por narcotráfico o la existencia en sí de hospitalillos de drogadictos, sino que entre todas las comunidades designadas es la más pobre, según expresara la entonces directora del programa en el 2007, Julia Torres. Según estudios que realizara el programa de Comunidades Especial en aquel entonces se estimaba que en los niveles escolares de intermedia y superior hay un 20% de deserción escolar. Por otro lado el desempleo es de un 60%, registrado, entre las 350 familias que conviven en el lugar”.
Sin embargo, muy a pesar de esta información, según Yorelys Rivera, directora del programa Barrio Vivo, la comunidad fue “echada al olvido”, no cumpliéndose ninguno de los objetivos que abrazaba la ley. Fue entonces que la organización Iniciativa Comunitaria decidió gestionar allí un laboratorio, un experimento que se adecuara a las necesidades de la comunidad.
Barrio Vivo, es parte de los 12 proyectos que Iniciativa Comunitaria coordina simultáneamente, entre los cuales se encuentran: un programa de desintoxicación (Compromiso de Vida I y II), servicios a enfermos de VIH (Centro para la Vida, Nuestra Casa y Punto de Cambio), y las ya conocidas Rondas Nocturnas donde se realizan curaciones a usuarios de drogas.
“Es un proyecto que se enfoca en desarrollo comunitario. Trabajando las necesidades de la comunidad en general. Se hizo un perfil comunitario, una radiografía. No queríamos asumir que veníamos a brindar un servicio porque en otros municipios funcionaban. Queríamos escuchar a la comunidad”, explica Rivera.
Para esto, voluntarios de Iniciativa Comunitaria realizaron un sondeo casa por casa, auscultando las necesidades de cada uno de los residentes de Altos de Cuba. Los hallazgos han sido el mapa por el cual Barrio Vivo ha trazado su plan de acción por los pasados cinco años. Los resultados de las encuestas fueron diversos: la comunidad requería que se le ofreciera a los niños tutorías, muchas madres no habían culminado su cuarto año, se requerían programas de manejo de carácter para los niños. Sin embargo, los voluntarios también percibieron que ya dentro de la comunidad, los estigmas e ideas que se habían creado en torno a ella no tenían validez.
“Cuando entras a esta comunidad te das cuenta que es algo completamente distinto”, dice refiriéndose al estereotipo que se crea en torno a estos lugares. “Esta comunidad es como cualquier otra en la que podemos vivir cualquiera de nosotros,” explicó Rivera.
Ya establecidos y luego de haber tenido que ganarse la confianza de los residentes, el grupo de voluntarios comenzó a trabajar mano a mano con los niños, atacando dos necesidades: los servicios de tutorías, y la sala de estudio asistido. La participación de los padres ha sido crucial para los logros del proyecto. Puesto que la entidad funciona a base de propuestas, en momentos en que no hay fondos para sustentarla, son los mismos padres y madres de la comunidad quienes donan su dinero o tiempo para suplir lo que se necesite: desde ayuda monetaria hasta podar la yerba y darle mantenimiento al “vagón”, como cariñosamente le llaman al lugar. Además, hay un contacto directo de los padres con los voluntarios de Barrio Vivo que se traduce en la efectividad de las ayudas que se ofrecen a los niños y jóvenes de ese lugar.
“Siempre están dándonos “feedback” y se mantiene una comunicación abierta. Ellos están constantemente trayéndonos sus necesidades. Esta es una oficina comunitaria, pero la llave la tiene la vecina. Así que cuando ellos necesitan este espacio, pues la vecina abre el espacio para reuniones o para lo que ellos necesiten. Es un espacio compartido, nuestro y de ellos. Es un espacio de la comunidad”, afirmó.
La capacidad del programa para adecuarse a las necesidades de los residentes ha permitido que puedan ofrecer de igual manera ayuda a jóvenes adictos. María Rivera, ayudante de maestra del lugar, explica como además de dar tutorías han tenido que estar preparados para recibir a padres y madres preocupados por el uso de drogas por parte de sus hijos. Además, han provisto a las madres solteras de cursos para la confección de velas y bizcochos de forma que éstas puedan generar un ingreso desde sus casas y a su vez atender a sus hijos para mantenerlos fuera de las calles. Ana, quien es ayudante de maestra, ha tomado múltiples adiestramientos, pues aparte de su labor como tutora de los niños, también ha atendido casos de adicción, ha ofrecido talleres de sexualidad y alcoholismo, abstinencia, manejo de violencia y manualidades.
“Es bien abarcador, yo puedo estar con tutorías, pero me llegó otro nene que tiene otra situación. Pues tengo que desvincularme un poquito para atender otras situaciones. Tenemos varios sombreros, por eso nos ajustamos a la necesidad. Un no, no es respuesta. Eso no es negociable, para todo el mundo hay un sí”, enfatizó Ana sonriendo.
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El vagón, como cariñosamente le llaman a la los residentes: "es un espacio compartido, nuestro y de ellos. Es un espacio de la comunidad", explicó Yorelys Rivera, directora de Barrio Vivo. Foto por Ricardo Alcaraz.