Ana María Martínez, la prodigiosa soprano puertorriqueña, muele el grano de café en una mañana invernal en Houston. Interrumpe la charla brevemente porque hay cosas –como el café mañanero- que no pueden esperar. “Como buena boricua. El café es sagrado”, dice. Ella, la misma que ha encarnado en los escenarios más prestigiosos del mundo a las mujeres de la imaginación de Bizet, Verdi y Puccini, irradia una generosidad de espíritu a tenor con su desbordante talento.
La música es, desde su niñez, un pilar. Ella vio muy de cerca el género de la ópera. Su madre, la soprano Evangelina Colón, la llevaba a los ensayos cuando apenas gateaba. En su interior la música carnavalesca de la obertura de Carmen, la fortaleza del espíritu de Rusalka y la enamorada Cio Cio San en Madama Butterfly hacían eco desde mucho antes que lo supiera. Tenía la certeza de que la música estaría muy presente en su vida. Sin embargo, desconocía de qué manera se manifestaría el arte pentagramado.
-Siempre he tenido un amor con la música. Yo diría que el gran amor de mi vida siempre ha sido la música.
A pesar de estar expuesta toda una vida a la música clásica y operática, Ana María, por rebeldía, según explica, quedó prendada con el jazz y los musicales al estilo Broadway. Sentía que la ópera era cosa de su mamá y que ella tenía todo un terreno por conquistar en el mundo de la cultura popular. Quería crear su propio sello.
A sus 15 años, aún sin hallar el esplendor de la ópera, había decidido estudiar música. Perfiló una carrera que la llevó al Conservatorio de Música de Boston para realizar sus estudios universitarios y convertirse en la próxima estrella de las tablas de Nueva York. Pero allí tuvo un despertar. La música popular y Ana María andaban a destiempo. Su voz asentaba mejor alla Scala de Milán, no al Boston Pop. Y así, como un destino ineludible, la misma ópera con la que creció la llevó a la famosa Escuela de Artes de Juilliard en el Lincoln Center en Nueva York. Allí, en el patio de la mundialmente reconocida institución, The Metropolitan Opera, donde debutaría en el 2005, pasó sus años de bachiller y maestría.
-Ya sabiendo que me iba a dedicar a la ópera, eso fue un “descubrir” algo a través de mis ojos.
Desde que salió de Juilliard, Ana María ha realizado con éxito roles célebres de la ópera, así como cantar junto a figuras icónicas como Plácido Domingo y Andrea Bocelli. Ganó el concurso operático de Domingo, Operalia, en los 90, se convirtió en la soprano de gira de Andrea Bocelli en el 98, y debutó en numerosos roles y escenarios de ópera. No obstante, como asegura, su éxito ha sido el resultado de una fe inquebrantable en sí misma combinada con tesón, perseverancia, disciplina y, sobre todo, paciencia. Por tal razón, la Musetta boricua, con ese dulce desprendimiento que la caracteriza no pierde ocasión para alentar a los jóvenes que quieran perseguir su sueño en la música –o en lo que sea. Halla una profunda gratificación en aconsejarlos y ayudarlos a alcanzar las metas que, con el arte de soñar, se han trazado con la timidez que inspira la incertidumbre.
-Cuando hablo con jóvenes que están terminando sus estudios, que no saben a dónde van, que no saben si lo van a poder lograr o no, les digo que la única diferencia entre alguien que ha triunfado en lo grande y el que no es que, el que ha triunfado no se ha detenido por los rechazos que ha recibido. Pero es cuestión de uno saber qué es lo de uno y seguir porque yo pude haber tirado la toalla a muy temprana edad al no ganar varias competencias, al no ganar ciertos papeles. Pero yo dije, yo sé que esto es lo mío y yo voy a seguir hasta que encuentre la puerta que sí va a abrir. Y enfatizo eso.
La “hija artística de Plácido Domingo”, como le reconoce el afamado tenor, también ha pasado por audiciones infructuosas, contratiempos y todos los trajines que una persona con una familia encara a diario. Ana María pasó por un divorcio amigable, describe. Fue esposa por unos años del tenor Chad Shelton, con quien procreó a Lucas, su más preciado tesoro.
Con su tono de voz, sin verla, se percibe el brillo en los ojos al hablar de su hijo. Más grande que el amor de Cio Cio San por el Teniente Pinkerton es el de Ana a su niño de ocho años. Cuenta que hasta poco antes de ingresar a kínder Lucas era un trotamundos como ella. Era, confiesa, su mejor compañero de maleta. En cambio, ahora, por sus estudios de escuela primaria, no puede viajar con la frecuencia de antes. Le echa de menos, pero lo tiene muy de cerca.
-Yo trato de no estar lejos de él por más de dos semanas. Le encanta la escuela. Lo veo entregado. Si él no está bien, yo tampoco estoy bien. Si él está bien, todo está bien.
Precisamente, ahora le toca partir de nuevo. Ana María dejará a Lucas con su abuela, Evangelina -que con mucha gracia se mudó a Houston-, para ir al Metropolitan Opera a hacer delirar a miles de corazones en una de sus óperas favoritas y más afines, Madama Butterfly, el 19 y 21 de febrero.
Con su voz, Martínez ha matizado algunas de las más melodramáticas y trágicas obras del género operático. En italiano, francés, alemán, checo y otros idiomas, la soprano ha tenido que enfrascarse en un mundo que, más allá de la música, comprende el cuerpo, la mente y la lengua. El acercamiento a los personajes, por lo tanto, no es blanco y negro, sino muy gris. En su estudio, la psiquis, la partitura, el cuerpo, el texto y el idioma deben conjugarse, hacerse uno. Es un proceso de comprensión, de mucha –demasiada- humanidad.
-La música expresa emociones, pensamientos y sentimientos que ninguna palabra en ningún idioma puede expresar. Pero la música está expresando, tal vez, lo que inconscientemente esa persona está sintiendo pero no está diciendo. Entonces, por eso es tan importante familiarizarte con la partitura entera para entender armónicamente qué se está expresando a través de la música. ¿Cómo uno puede pintar con su voz esa emoción, o con el cuerpo expresarla?
Al asumir un rol como el de Carmen o Rusalka, cual sea, Ana María entiende que ocurre un despojo. Para hacer sus personajes con entera honestidad se quedan atrás todos los prejuicios o ideas que como mujer pudiera tener. Le sucede muy a menudo cada vez que regresa a estos personajes de Bizet y Dvořák, respectivamente. Dos mujeres que despiertan en ella vibrantes emociones.
-La más allegada a mí es Rusalka. Ella tiene una búsqueda existencial muy profunda. Sacrifica todo por el ideal suyo dentro del amor. Ella quiere ser humana, quiere tener alma, espíritu. Es una bellísima historia. Me gusta mucho también el personaje de Carmen, aunque antes de interpretarla me sentía sumamente intimidada por ella, por su fortaleza, por su intensidad. Pero yo diría que en mi trayectoria, hasta el día de hoy, Rusalka ha sido mi despertar existencial y Carmen me ha liberado como mujer porque ella es tremenda y tiene un carácter de que ella es la que es y hay que bregar con ella. Y a mí me criaron de ser bien educada y considerada, que hay que hacer todo de la manera correcta. Y Carmen no. A Carmen si no le funciona, no le funciona y tiene que hacer lo que tiene que hacer. Y aunque yo no vivo mi vida diaria así, fue muy grato interpretarla porque pude saborear qué es eso. Esa fortaleza que es tan grande.
Ella tiene, en cambio, una fortaleza y presencia escénica de primera lid. Tan así que ha llegado a los primeros y más reconocidos proscenios. Por ejemplo, en la Houston Grand Opera, escenario en el que se ha destacado por varios años, la soprano goza de gran respeto y admiración. Cuenta ya con un público cautivo. Igual le ha pasado en Austria, España y en otras regiones de Europa. Estuvo, en las pasadas semanas, presentando en la ciudad tejana Rusalka con el aval de críticos y la cálida acogida de las ovaciones del público. Pero en el tintero de su carrera existen algunos roles que quiere interpretar.
-Me gustaría hacer más de los roles checos. El compositor Janáček tiene dos. Una es Kat’a Kabanová y la otra es Jenůfa. Esas me interesarían por el personaje, por el camino. Como actriz me interesan. Pero ya ese es otro tipo de drama vocal que no tiene que ser ahora mismo en mi vida, puede ser más tarde.
Y resulta curioso. El checo, para Ana María, ha sido un dulce tormento. Aunque Rusalka le ha merecido loas y vítores, aprender el idioma ha sido un inmenso reto. Eso que bien sabe asumir con entereza y la sana ambición de lograr más éxitos.
-Yo soy la fan número uno de los retos. Yo digo, “hay un reto, ven pa’ acá”, porque sé que voy a crecer tanto. Especialmente si es algo que me intimida, que me amenaza, que me causa angustia, ansiedad. Esas son las cosas que nos brindan más crecimiento interior, los retos. Y la vida es corta, así que hay que aprender rápido. Rápido y sin prisa.
Sin prisa va. Con muchas ganas desde luego. Su persistencia e inmenso talento la han llevado a conquistar los oídos y corazones de muchos. Entre los conquistados suenan Plácido Domingo y Andrea Bocelli, con quienes ha recorrido el mundo y con quienes mantiene una amistad sin igual. Con Plácido la chispa en escena es quasi-paternal, gitana y zarzuelera. Con Andrea, un romance lírico, tierno y trágico que va de Andrea Chénier a La Bohème. Ana María va así, con una esplendorosa sonrisa y el alma llena de buena fe, erizando pieles al cantar y cautivando corazones con su humildad. Ana María va…
-Como dice ese refrán: “Vísteme despacio que voy de prisa”.