En agosto del 2013, el fluir de estudiantes hacia la Avenida Universidad adoptó un nuevo rumbo y de boca en boca, como empieza a correr la buena literatura, se difundió el anuncio de una esquinita verde, acristalada y acogedora a donde se podía ir a tomar un buen café. Yo lo descubrí en septiembre.
Arrope es la idea de un arquitecto puertorriqueño de Aguadilla que vio en aquella casa de la Calle Consuelo Carbo, un espacio en donde comenzar algo distinto a todo lo demás que, hasta entonces, se había visto en suelo riopedrense.
Descubrí por mi cuenta que allí no solamente preparaban un buen ristretto (café expreso); la verdad sea dicha: ahora mismo, en todo Río Piedras, no hay algo parecido a Arrope, ni en el cálido estilo, ni en el alumbrado ambiente, ni en la cómoda oferta, y creo que en eso ha residido su rotundo e incuestionable éxito desde que abrió las puertas. Arrope es la evidencia de que las personas que quieren hacer un negocio, debería dejarse asesorar por los que saben de aristas y espacios. Nada más con añadir que los administradores del negocio han tenido que invertir la más mínima promoción.
No está en la misma vertiente franca de la Avenida Universidad, y sin embargo, hasta allí he visto desviarse estudiantes de todas las facultades: los enardecidos de Sociales, los flemáticos de Naturales, los insomnes de Arquitectura, los blindados de Administración de Empresas, los etéreos de Comunicaciones, los abstemios de Educación y los abstractos de Humanidades. Arrope provee pequeños espacios para hacer las tareas y comerse algo suave o pesado.
La experiencia me ha enseñado que no siempre el silencio ayuda a concentrarse o estudiar. En ocasiones lo que uno necesita en realidad es un lugar con una musiquita suave y un barullo de conversaciones en el fondo. Fue así como este pasado semestre acabé muchas tareas pendientes, allí, en la Consuelo Carbo. Arrope se ha convertido en un destino predilecto por los estudiantes, precisamente, porque mientras se estudia, se puede comer, algo que no se puede hacer en una biblioteca, desde luego.
A través de los limpios cristales entra la luz exterior. Ricardo Carrero, uno de los dueños y el arquitecto responsable de habilitar ese espacio, me expresó que pretendió que el negocio fuera como una lámpara. De día, se aprovecha la luz solar, y por la noche: el edificio es un candil verde.
Creatividad es algo que Ricardo siempre tiene en mente. Los platos del día son una expectativa y adentro, en la cocina, se procura que la creatividad sea el primer ingrediente de lo que se prepara. He sido testigo del empeño puesto por los empleados de Arrope en complacer la clientela que los visita. El negocio abrió con cuatro empleados, ahora son diez las personas que laboran allí.
Ricardo fue estudiante y teniendo esa experiencia en mente ha desarrollado un concepto que atiende las necesidades elementales de un universitario. El nombre mismo (Arrope, de arroparse) se refiere a lo que sienten los estudiantes de Arquitectura cuando tienen que entregar un diseño o maqueta, “arropándose” en la Escuela hasta la madrugada.
Arrope también es un buen lugar para disfrutar un momento de ocio. Me acuerdo, por aquí, de aquella desinhibida confesión de Neruda en su autobiografía: “Si los poetas contestaran de verdad a las encuestas largarían el secreto: no hay nada tan hermoso como perder el tiempo. Cada uno tiene su estilo para ese antiguo afán”. Sin duda, Arrope es un buen lugar para perder el tiempo como se quiera perderlo.