“La universidad no me preparó para pensar la relación que puede existir entre el arte y el mundo exterior”, apunta Valeria Galliso, una artista de origen argentino, que actualmente trabaja en proyectos destinados a colectivos en riesgo de exclusión como son familias que viven en villas o poblados míseros de Latinoamérica, niños y adolescentes en situación de calle o comunidades indígenas, con dificultad para preservar su cultura y para la autosostenibilidad.
Como Valeria hay otros artistas que han encontrado en el arte una forma de nexo, una metodología en sí misma “exitosa, liberadora y expresiva, que mejora nuestra relación con las personas y con nosotros mismos”. Todo los recursos del arte son válidos para lograr estos objetivos: vídeo, fotografía, danza, hip-hop, performance… En esta línea trabaja la Casa de los Pequeños Artistas, en Argentina, con la que Valeria está vinculada, realizando actividades dirigidas a niños, adolescentes y mujeres en la ciudad de Firmat, provincia de Santa Fe, ubicada en el mísero barrio de Fredriksson. Desde esta institución, artistas y psicólogos trabajan conjuntamente para ayudar a pensar de forma grupal y reforzar el sentido comunitario.
“Desde mi experiencia de artista siempre han sido positivos esos encuentros en y desde la calle”, apunta esta licenciada en Bellas Artes por la Universidad Nacional de Rosario, que fue en su época de estudiante cuando comienza a realizar talleres de dibujo, pintura, escultura dirigidos a chicos en riesgo social en villas y barrios marginales.
“Mi trayectoria personal ha sido resultado de una búsqueda personal”, señala, confesando que tras su paso por las aulas universitarias, apoyó el impulso de la Escuela de Arte de Perquin, en El Salvador, una pequeña comunidad formada por excombatientes de la dura guerra civil que azotó el país centroamericano. Este proyecto, puesto en marcha en 2001, estuvo impulsado por la también argentina Claudia Bernardí.
La artista conversa con una anciana que vende cuchillos en un marcado de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).
“Fue a raíz de ese momento en el que comencé a comprender todas las posibilidades y beneficios del arte en los procesos sociales”, señala Valeria, que comparte esta visión con Bernardi, quien perdió a sus padres durante su adolescencia y asegura que en Argentina “no tienes el lujo de no involucrarte en política, Simplemente con vivir en una dictadura, estás involucrado políticamente y en constante peligro”. Esta declaración es una referencia a esas 30,000 personas documentadas como desaparecidos durante la “Guerra Sucia” iniciada por la Junta Militar Argentina de 1976 a 1983.
Bernardí ha sido testigo de monstruosas atrocidades, pero utiliza el arte como escudo y como arma para mostrar que otra realidad es posible. Su constante trabajo ha hecho que sea reconocida internacionalmente en las áreas de derechos humanos y justicia social. Además, a finales de los años 80 se unió al grupo de trabajo de un equipo de arqueología, encargado de llevar a cabo exhumaciones de fosas comunes en países como en El Salvador, Guatemala, Argentina y Etiopia. Fue la responsable de realizar mapas y conseguir transcribir testimonios de los familiares de desaparecidos, que dieran así luz a esa investigación sobre las violaciones de derechos humanos, con el apoyo de la Organización de Naciones Unidas.
“El arte tiene la función de acompañar procesos, de facilitar herramientas y de propiciar un ambiente para que se propicie el cambio”, asegura Valeria Galliso, que también ha puesto en marcha un proyecto autosostenible de cerámica, con mujeres indígenas mocovíes, grupo étnico que con el tiempo ha sido relegado al sur de la provincia del Chaco y norte de la provincia argentina de Santa Fe.
Y es que el arte está en todas partes y puede adaptarse a los contextos más diversos. Con los niños y adolescentes en situación de calle son cada vez más las iniciativas de éxito, que constatan cómo mejoran estos chicos, faltos de vínculos personales y con un pasado marcado por la violencia y el abandono. Este fue el punto de partida del proyecto artístico “Adonde va la lluvia”, impulsado por Valeria y por el poeta Fernando Aíta, que pretende que estos niños y adolescentes puedan expresarse a través del arte, fomenten sus vínculos personales y refuercen su identidad.
Esta iniciativa está desarrollándose con éxito por segundo año consecutivo en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, coordinada por la Fundación Plataforma Unidos, con el apoyo de la ONG belga VOLENS. Se centra principalmente en fotografías, realizadas de una forma curiosa: con una lata. Son las llamadas “cámaras estenopeicas”, en las que la luz entra por un pequeño agujerito y no se precisa otra tecnología ni instrumento, sólo papel para el revelado. Si se desean instantáneas en color, una caja de fósforos hará las veces de en una improvisada cámara fotográfica.
“Elegimos este recurso tras haber conocido a los chicos. Siempre realizamos de esta forma los proyectos: primero estudiamos a quiénes van dirigidos. Seguidamente diseñamos las herramientas más precisas”, precisan Valeria y Fernando.
A través de estas actividades, más de una veintena de estos menores y adolescentes que viven en situación de calle, sometidos a una brutal vulneración de todos sus derechos, se convierten en creadores de otras posibles realidades a través de estas artesanas “cámaras de fotos”, con las que aprenden actividades grupales y comprenden la importancia del reciclaje, de cómo con residuos como latas o cajas de cartón se pueden armar estas “cámaras estenopeicas”. Estos artistas confiesan que se dieron cuenta que “los chicos están muy desprovistos de imágenes propias” y de la posibilidad de establecer narraciones, de ahí que vieron cómo el arte en general podría hacer de puente, de vínculo entre estos niños y adolescentes y la sociedad.
Este proyecto está abierto a otras actividades como la emisión de programas de radio o incluso la grabación de canciones de rap callejero, cuyos autores son los propios chicos, que reflejan la amargura y lucha que significa vivir en la calle y la esperanza de un futuro mejor. Los programas de radio surgieron porque, según estos artistas, esos chicos tienen una “necesidad de hablar, de expresar”. La forma de producción es sencilla, “Vamos al propio barrio, grabamos, editamos y luego realizamos microespacios. Deseamos generar conversación, no hay un guión establecido, lo único que perseguimos es el vínculo con ellos y de que confíen. Nos confiesan testimonios de violencia represiva contra ellos que nos escandalizan”, concluye Valeria, que además del trabajo social empleando los múltiples recursos del arte, prosigue realizando obras artísticas, ideando obras basadas en la construcción de la memoria histórica, para no olvidar el periodo de dictadura que azotó el país durante décadas. Estas obras se recogerán en forma de exposiciones que recorrerán el país de forma itinerante.
Estudios de la función social del arte
Todas estas iniciativas de artistas son ahora también objeto de estudio por parte de académicos. En la actualidad hay investigadores, teóricos, que en los últimos años han conformado una corriente que refuerza esta idea de cómo el arte puede ofrecer todo un mundo de posibilidades para reforzar vínculos personales o mejorar la vida personal. Hay teóricos europeos como Nicolas Bourriaud que señalan que si antes el arte “tenía que anunciar un mundo futuro, hoy modela universos posibles”. Así, este escritor y crítico de arte francés postula por ese horizonte marcado por “la esfera de las interacciones humanas y su contexto social”. En Argentina, destaca Reinaldo Laddaga, Doctor en Filosofía y actualmente profesor en la Universidad de Pensylvania, que en su última obra Estética de la emergencia, analiza la reorientación actual de las artes a partir de la producción y despliegues de comunidades experimentales.
Fuente Periodismo Humano