Entre Arturo Massol-Deyá y Casa Pueblo hay una simbiosis. Quizás por ello este joven ambientalista no puede evitar mencionar a esa organización comunitaria cuando habla sobre sí mismo. Le resulta casi imposible. Es que fue en los predios de Casa Pueblo donde este defensor de la naturaleza creció mientras sus padres, Alexis y Tinti, libraban la lucha en contra de las intenciones del gobierno de convertir en campos mineros varios terrenos en Adjuntas. Fue Casa Pueblo, la semilla que germinó de esa lucha, es el lugar que influenció su vida personal y profesional; y el frente desde donde hoy levanta su voz en contra de la construcción del gasoducto del Norte.
Llegar a Adjuntas desde Río Piedras para conocer a nuestro entrevistado fue una travesía. Pero las dos horas de incómodo viaje fueron recompensadas al arribar al lugar. El aire que se respira en Adjuntas es diferente al de la ciudad -es más limpio, más fresco, la gente parece vivir sin prisa, y aun sin saber quién eres te hace sentir como si te conociera de toda la vida. En este municipio de la región central de la isla, por todos lados emerge la naturaleza, aun en el mismo casco urbano.
Fue precisamente en este pueblito, donde Massol-Deyá tuvo su primer contacto con la naturaleza. Allí de niño, los ríos adjunteños le abrazaron y sus montañas se convirtieron en su espacio de juegos. Sin embargo, el entendimiento real de lo que significa el ambiente para el ser humano y el deber que tiene de conservarlo y protegerlo, provino de sus padres.
“Mis padres tenían una visión progresista. Cuando todavía no se discutía en el país el daño que hacía el asbesto en los salones, aquí estaba mi mamá luchando por un mejor ambiente físico para sus estudiantes; y eso coincidió con la amenaza de la explotación minera en la montaña, y mis padres comenzaron a combatir esta amenaza”, expresó.
Video por Luis Grande
En efecto, a finales de la década del 1970, el gobierno aprobó un plan para desarrollar operaciones mineras a campo abierto a través de 37,000 acres de terreno que incluían varios terrenos en Adjuntas. Se pretendía extraer cobre, y otros metales preciosos en la zona. Al conocer sobre este proyecto, Alexis Massol-González -ingeniero de profesión y padre de Arturo- investigó sobre los daños que sufriría esa región: las operaciones hubieran dispersado residuos tóxicos por toda esa área. Fue por esto, que los Massol-Deyá se organizaron junto a otros líderes comunitarios para impedir la destrucción de esos suelos. En el proceso nació una entidad sin fines de lucro para hacer frente a la amenaza: Casa Pueblo. Tras quince años de protestas lograron que el proyecto de la explotación minera sucumbiera.
Al comentar sobre la lucha en contra de la minería Massol-Deyá rememora que sólo tenía diez años y que al momento no entendía lo que ocurría a su alrededor. La encomienda que asumieron sus padres en defensa del ambiente cambió su vida por completo, su concepto de lo que era una familia se redefinió, y el tiempo de juegos y de disfrute con sus amigos minó.
“La gente en la comunidad se reunía, nos sacaban de la casa. No se podía ir a ver televisión, pues había que reunirse. A veces hasta me hastiaba, me desesperaba. Yo era un niño, quería hacer otras cosas… pero a la misma vez fue como una escuela distinta”, recuerda emocionado, mientras explicaba cómo de esas reuniones le surgió un gran preocupación; y emulando a sus padres presentó a sus compañeritos del quinto grado -mediante una conferencia con fotografías- los graves daños que provocaría la implantación de la minería en Adjuntas.
“Ahí aprendí que tenía que hablar. Ese vínculo, ese compromiso con la comunidad lo vi en estas personas que quizás eran minoría en ese entonces, pero una minoría comprometida y con un conocimiento de querer hacer algo por esos asuntos que nos afectan”, agregó.
Y así Massol-Deyá creció a la par de Casa Pueblo. Mientras la comunidad se organizaba y surgían en la entidad proyectos de autogestión tales como el manejo comunitario del Bosque del Pueblo, el Café Madre Isla y la finca de Ecoturismo, entre otros; Massol-Deyá ingresaba a la Universidad de Puerto Rico en Humacao para estudiar un bachillerato en Microbiología, que luego convirtió en un doctorado en Microbiología Bacteriana en la Universidad de Michigan State. Esa especialidad, que tiene como eje la utilización de microorganismos para restaurar ambientes contaminados por el desarrollo, le permitió servir de perito en Vieques, describiendo la contaminación dejada por la Marina de los Estados Unidos, y proveyendo a su vez remedios al problema.
De igual forma, atendió junto a sus estudiantes del Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, el problema de la broca que dañaba los cultivos de café, poniendo la solución a la plaga en manos de los mismos caficultores, promoviendo así el valor estandarte de Casa Pueblo: la autogestión. Es decir, que las personas no dependan estrictamente de las soluciones que el gobierno pueda brindar, sino que puedan educarse, encontrar las soluciones y tomar acción.
Actualmente, Massol-Deyá dirige un programa en Radio Casa Pueblo, es parte de la Comisión Técnico Científica de esa organización y es vocero de la entidad en contra de la construcción del gasoducto del Norte.
Su rutina diaria puede llevarle de ofrecer varias clases en el recinto mayagüezano como a una conferencia de prensa con nuevos hallazgos en torno a la construcción del gasoducto, o a una marcha de ciudadanos en repudio al mismo. Al hablar sobre este controvertido proyecto su rostro y tono de voz cambian. Su indignación es notable.
“Aquí la guerra es contra gente perversa que tiene intereses particulares; y a expensas de quien sea quieren apoderarse de los contratos con infraestructura que transfiere el riesgo y las consecuencias ambientales sobre la gente. Pero indudablemente somos más los que queremos el país”, explica esperanzado.
Aunque a muchos pueda parecerle que el rol que ha asumido en la lucha contra la construcción del gasoducto responde simplemente al deber contraído con el activismo de su padre, la realidad es que la visión de Massol-Deyá va mucho más allá de ello. “Es creer en lo que han hecho (sus padres) y valorarlo. Es creer en las consecuencias de esa gestión. Y hay que continuarlo, porque sí hay consecuencias, sí hay cambios pero también impactos buenos. Pues si viramos treinta años atrás, ¿qué hubiera sido si se hubieran explotado las minas?”, arguye.
Al culminar la entrevista, Massol-Deyá busca en el interior de la antigua estructura que alberga a Casa Pueblo a su pequeña hija Andrea -quien tiene apenas dos años- y la lleva al mariposario. Sin que se le dé instrucción alguna, la niña pretende regar las plantas con una manguera y juega con las mariposas monarcas que allí habitan. Es un entorno que conoce y disfruta.
Mientras observa a su retoño Massol-Deyá reflexiona en los logros de Casa Pueblo: “que podamos preservar este estilo de vida a pesar de todas las contradicciones, de toda la violencia, que hayamos podido conservar los terrenos y las aguas, denota que hemos podido defender el territorio”.
Hace una pausa y agrega: “Esto no es una semilla, ya hay un árbol formado y un bosque floreciendo, pero hay mucho por hacer”.