“Partir / es siempre partirse en dos”.
–El viaje, Cristina Peri Rossi
Hace más o menos dos años, mientras cursaba una maestría en Literatura española en Madrid, comencé a visitar archivos personales de escritores que vivieron durante la Segunda República Española (1931-1936) y que más adelante padecieron el exilio tras la Guerra Civil (1936-1939). Con gran asombro y hasta miedo me enfrenté a filas de manuscritos, cartas inéditas y papeles privados de algunos de estos autores. Enamorada como estoy de las ruinas y los secretos, vuelvo siempre al lugar del crimen. Es decir, a escudriñar, descifrar y construir a través de correspondencia y páginas sueltas lo que pudo ser una joven República y una comunidad de exiliados en América.
No es una novedad hablar del exilio español en Puerto Rico: desde Pablo Casals hasta Federico de Onís y un Nobel de por medio (Juan Ramón Jiménez). A estas fechas, tanto años después de Franco, seguimos en la isla custodiando voces y papeles de muchos expatriados españoles con sus muchas historias, nuestras también, sin lugar a dudas.
En los últimos meses he visitado con alguna frecuencia la Sala Zenobia Camprubí- Juan Ramón Jiménez ubicada en la biblioteca José M. Lázaro de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras. La sala se funda en 1955 cuando Juan Ramón Jiménez dona su biblioteca particular y gran parte de sus pertenencias: ediciones princeps, archivos, cuadros de Joaquín Sorolla, muebles y adornos. Este salón alberga además otras colecciones que se han ido integrando a su depósito. Anualmente acuden investigadores y profesores, curiosos y estudiantes de todo el mundo.
No hace tanto buscaba allí un libro y por equivocación di con un cartapacio con muchísimos papeles de la estudiosa española Aurora de Albornoz. Me sorprendió reconocer su nombre y que ya en varias ocasiones, estudiando a los escritores de posguerra, había citado sus trabajos. Es más, recordé cuando una profesora en Madrid me dijo, al enterarse de que soy puertorriqueña, que Aurora de Albornoz amó a mi país y que sus cenizas fueron depositadas en el Viejo San Juan. Mi profesora nunca ha estado en Puerto Rico, sin embargo, Albornoz había sido enfática, según ella, de su amor por la isla.
Todo lo recordé, como del rayo, y seguí hundiéndome en esa vida contenida dentro de un cartapacio. Encontré fotos, artículos, cartas entre ella y la antigua bibliotecaria de la sala (Raquel Sárraga) y recortes de periódicos en ocasión de su muerte. Filólogos con sillones en la Real Academia le rendían homenaje a Albornoz y hablaban de su extensa aportación al campo de las Humanidades y a los Estudios Hispánicos. Todos mencionaban a Puerto Rico al hacer capítulo de su vida.
Algunos cartapacios más tarde encontré su currículum vitae; una vida llena de peregrinajes, de trabajo y de luchas. Nacida en Asturias en 1926, se exilió con su familia a Puerto Rico cuando era adolescente. Realizó sus estudios de bachillerato y maestría en Literatura Hispánica en la Universidad de Puerto Rico, bajo la tutela de Margot Arce de Vázquez, Juan Ramón Jiménez y Federico de Onís. Dictó cátedra por muchos años en la UPR (luego en España) y contrajo matrimonio con el también exiliado y Decano de la Facultad de Humanidades, Jorge Enjuto. Colaboró con guiones para la radio y la televisión puertorriqueña y española; dirigió la sección de Literatura del Ateneo y publicó varios tomos de poesía –sin contar un largo etcétera–. Con una beca de la Universidad estudia dos años en la Sorbona y se doctoró en Salamanca en 1969. Para finales de los años 60 se establece en Madrid, allí muere en junio de 1990. Poco después, como fuera su voluntad, regresa a Puerto Rico.
Gran parte de su trabajo lo dedicó a compilar la obra de Antonio Machado. Además publicó investigaciones sobre la poesía de César Vallejo, José Hierro y Rafael Alberti, por mencionar solo un puñado. Al momento de su muerte preparaba un estudio sobre el gran poeta nuestro Luis Palés Matos.
“Siempre tuve la impresión de que Aurora era mujer de estar intensamente en una sola parte y por eso me resisto a pensar en ella como “puente”, entre Puerto Rico y España…”, escribió Arturo Echavarría, profesor emérito de la UPR y amigo de Albornoz.
A estas alturas no debió haberme sorprendido encontrar la copia de su testamento en la sala ni tampoco la mención de Puerto Rico en sus hojas: “he decidido legar en mi testamento la mayor parte de mis libros (concretamente los de poesía y crítica literaria) a la sala Zenobia -Juan Ramón Jiménez de la Biblioteca General de la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras)”.
Creo fielmente que siempre se vuelve a lo que se ama o quizás nunca se deja. No había conocido, sin embargo, ningún ejemplo que abrazara tan intensamente sus querencias como Aurora de Albornoz o tal vez como la misma sala Zenobia detenida y contenida en el tiempo y en el amor.
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La autora es periodista y egresada del Programa Graduado de Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid.