Hoy se conmemora el 187 aniversario del nacimiento de Ramón Emeterio Betances, a quien con tanta justeza se le ha llamado Padre de la Patria puertorriqueña. Paradójicamente, tirios y troyanos atentan contra el título que nuestro pueblo agradecido le adjudicó a su hijo más sacrificado. A principios del año pasado, aprovechando la llegada de los restos de don Ramón Power a Puerto Rico, los rojos sugerían que el diputado a las Cortes de Cádiz fuera reconocido como símbolo fundador de nuestra nacionalidad. Pero Power está incapacitado para ostentar tan respetable designación. El título Padre de la Patria no lo puede lucir ningún dueño de esclavos.
La desconfianza y el miedo aparecen a diestra y siniestra. A don Alejandro García Padilla, que no sabe por dónde le llega el agua al coco, se le preguntó recientemente si consideraba a Betances Padre de la Patria puertorriqueña. García Padilla tartamudeó. Tratando de nadar en aguas revueltas, tiró la primera carta: don Ramón Power. El morador de La Fortaleza también mencionó a José Julián Acosta, pero prefiere, claro está, a don Luis Muñoz Marín, el carcelero de don Pedro Albizu Campos. Lamentablemente, el conocimiento que tiene el licenciado García Padilla de la historia puertorriqueña resulta extremadamente limitado…
Estos hechos son alarmantes. Nos debe correr el frío por la espalda. Para rojos y azules Betances no existe. La hipocresía llega a tal extremo que unos y otros desprecian las aportaciones que nuestro prócer hizo a la literatura nacional. No se atreven aquilatar al estadista, al visionario político, al patriota que luchó, como nadie lo hubiera esperado, por la fraternidad entre los países del Caribe. Sus escritos médicos y científicos resultan ignorados. Pero lo más grave del asunto es el atropello, el insulto del Departamento de Educación, la vejación a su figura. Denigran la cultura nacional. Exaltan las glorias del extranjero. ¡Qué alma de vasallos tienen!
Hubo un momento cuando comencé a leer los escritos de don Luis Muñoz Marín, interesado en recoger las alusiones que éste hacía del doctor Betances. Indignado, maldije la arbitrariedad… pero, ¡cuidado!, los otros, los azules, son peores. Entrevistado por M. S. Arnoni, fundador de la revista The Minority of One, Romero Barceló, en perfecto inglés, claro está, se refería a la nuestra como “la cultura del bacalao frito”. ¡Qué voluntad de vasallo tiene!
Dentro de nuestra demencia política, créanme, Betances no existe. Pero he aquí que de una u otra forma “Betances, cabeciduro que es, llegó y se plantó entre nosotros”. Así lo aseguraba un viejo amigo mío que ya no se encuentra entre nosotros y, algunos renglones más adelante, añadía que el nombre de Betances se alargaba por los vientos y vibraba en Cubay sacudía a Santo Domingo. “Su voz montó tribuna en Saint Thomas y gritó desde París; a sangre y fuego gritó desde París. Betances, para desgracia de los discípulos de la ignominia, está vivo”.
Hijo de padre dominicano con sangre africana, de la que siempre estuvo orgulloso, Ramón Emeterio Betances nació en Cabo Rojo el 8 de abril de 1827 y murió en París el 16 de septiembre de 1898. A los 21 años de edad participó en la Revolución de 1848 que implantó la Segunda República y abolió la esclavitud negra en las colonias francesas del Caribe. Betances, además, sobresalió en el campo de la medicina general, la cirugía y la oftalmología, cultivó el periodismo, fue ensayista, poeta, novelista, teórico político, diplomático, abolicionista e internacionalista. Y como hombre de acción, promovió nuestro Grito de Lares, pero Betances también fue uno de los grandes profetas del proyecto confederativo de las Antillas.
El 5 de agosto de 1920 Puerto Rico recibió la urna que contenía sus restos. Siete años más tarde se inauguró un pequeño monumento —muy pobre, en la plaza pública de Cabo Rojo y, al pie del mismo, se depositaron las cenizas de aquel anciano maravilloso.
Coda. “El Antillano” se presentará en los cines Fine Arts de Caribbean Cinemas a partir del 1 de mayo.