La socióloga y profesora universitaria, Marlene Duprey, acaba de publicar el libro Bioislas. Ensayos sobre biopolítica y gubernamentalidad (Ediciones Callejón), obra que analiza la realidad puertorriqueña a partir de las herramientas conceptuales que desarrolló el intelectual francés Michel Foucault. Duprey, una mujer honesta, rigurosa y apasionada con su trabajo académico, conversó con nosotros en la Sala Beckett de Río Piedras, un valioso espacio cultural en el que también impulsa el pensamiento y la acción.
¿Qué balance puedes hacer de nuestras tramas políticas a partir de la biopolítica de Foucault (el biopoder o biopolítica son aquellas prácticas que se ejercen sobre las personas entendidas como seres vivientes y también como parte de la población). ¿Cuán sencilla o compleja resultó la experiencia?
Honestamente, no sé si es por el nivel de complejidad de los debates sobre biopolítica o porque la cultura política en Puerto Rico es una muy precaria, caracterizada por la partidocracia, la poca reflexión filosófica y el rechazo a la intelectualidad, pero la realidad es que yo he sentido un gran silencio y mucha soledad. Es como si, con la excepción de los estudiantes, que se animan a mirar ésto como algo que les está aportando una dimensión política muy distinta a la que el país está acostumbrado, me haya sentido muy sola, con muy pocos interlocutores, tanto en la opinión pública como entre ciertos sectores de la academia. Pero la gente está leyendo el libro y habrá que ver como eso se traduce en nuevas investigaciones, debates o preguntas.
La primera parte del libro la dedicas a estudiar el discurso científico en el Puerto Rico de finales del siglo XIX y principios del XX, atendiendo el fenómeno de la lucha contra las epidemias, el tema de la relocalización de los cementerios –y los cuerpos muertos- o la presencia de comadronas en los partos. ¿Por qué te resultó atractivo utilizar esas situaciones como casos de estudio?
Esa pregunta es importante que porque este libro no es sobre los cementerios, las epidemias o las comadronas. Lo que traté de mirar cuando atendía, por ejemplo, la discusión de los médicos sobre las comadronas, era la expropiación de unos saberes que se pensaban premodernos. En ese sentido, el curandero o la comadrona, producían saberes que se catalogaron como superticiosos y se demonizaron. Y los científicos del siglo 19 –la emergente modernidad científica- trataron de apropiarse de un conocimiento que tenía la hegemonía sobre los cuerpos y la vida desde un punto de vista sagrado y místico. Los científicos pretendían secularizar esas prácticas a partir de sus propuestas sobre la higiene, lo que a mi juicio constituyó un discurso eminentemente biopolítico.
Los conceptos del biopoder y la gubernamentalidad (el estado que se gubernamentaliza, explica Foucault, fortalece su injerencia a partir del autoexamen constante de sus fracasos) resultan particularmente dramáticos en los casos del control de la natalidad en Puerto Rico o con las experimentaciones científicas con el cuerpo de la mujer. Todo en aras de la ciencia y la modernidad. ¿Cómo han evolucionado estas prácticas? ¿Acaso la biotecnología agudiza más el ejercicio del biopoder?
En el escrito explico cómo los médicos de aquí se preguntaban quienes se debían reproducir y quienes no. Es decir, el tema de la eugenesia (la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana). Eso lo vemos en todo el siglo 19 y el siglo 20, matizado dramáticamente con el racismo, las clases sociales y las enfermedades. Pero los doctores se encontraban con un problema: las mujeres ilustradas eran las que hacían más uso de los controles de la natalidad, mientras que las pobres o las esclavas, no. Por lo tanto, eso les producía un problema. En ese contexto es que debemos entender las políticas de esterilización que se dieron aquí durante el proceso de industrialización. Siempre ha habido lo que he llamado un “malestar demográfico” con respecto a quién desea parir y quién no. En la actualidad el tema sigue vigente pero con una diferencia. La cantidad de niños que tienen las mujeres en la actualidad se ha reducido, independientemente de su clase social. Las nuevas tecnologías reproductivas complican esto porque apuntan a la configuración de unas maternidades que salen de la pareja tradicional: están las parejas heterosexuales, pero también personas solas que quieren tener hijos, parejas de lesbianas u homosexuales. En ese sentido ese malestar demográfico va más allá de ser negro o pobre, lo que añade más viscosidad al debate. Entonces tienes estas discusiones sobre cómo Michael Jackson o Ricky Martin se hicieron padres, o sobre las mujeres lesbianas que quieren tener hijos y que no quieren saber quién es el padre. Todo esto genera muchas discusiones sobre la maternidad actualmente.
En el ensayo “Biopolítica, resentimiento y el problema de la libertad”, analizas las campañas recientes del Gobierno de Puerto Rico para promover la abstinencia sexual y la monogamia – denominada como ”La otra cara del sexo”- y sostienes que, en el fondo, la misma denota un discurso que convierte ser joven, tener sexo y contar con un cuerpo deseante como un riesgo en la época actual. ¿Por qué?
Primero: la campaña se montó a partir de una supuesta alza en las enfermedades venéreas. Y digo supuesta porque a mí me interesa que las estadísticas expliquen también entre qué población y de qué tipo de enfermedad venérea hablan, es decir, que se hagan las distinciones. Segundo, es una campaña que parte del gobierno republicano de Bush, hijo; muy cuestionado con respecto a sus políticas con respecto a los valores familiares. Recordemos que la campaña de “La otra cara del sexo” se da en el contexto de un gobierno federal que no tiene clara las distinciones entre el Estado y la religión. Además, con un gran cinismo, porque todos sabemos que el matrimonio no garantiza la salud sexual de las parejas. Por ejemplo, en el siglo 19 muchas mujeres fueron contagiadas con sífilis ya que en aquella época muchos hombres visitaban prostíbulos con regularidad. Así que la impotencia que siente el Estado con respecto a los jóvenes le lleva a aprobar una política que es absurda –nadie le hace caso- y cínica. Pero más aún, esa campaña representó un regreso a unos valores que han sido cuestionados, que nos remiten a la época de la burguesía, a los valores de la familia heterosexual y monógama que no se adecuan a lo que es el amor en la contemporaneidad.
El manejo de los deambulantes, la pobreza, el desempleo y la crisis económica del Estado pone sobre la mesa el tema de la exclusión, de la llamada población excedente y el neoliberalismo, “la apuesta por los fuertes”, como lo describe Zigmunt Bauman. Además, hay mucho miedo, entre otras cosas, a quedar fuera de la sociedad de consumo. ¿Qué opinas sobre el rol del Gobierno de la isla en el manejo de la “crisis” en los últimos dos años?
En el libro yo trabajo mucho con los gobiernos de Sila Calderón y Aníbal Acevedo Vilá, para luego hacer embocadura al de Fortuño. Sila se concentró en la limpieza de la corrupción y el Fideicomiso de las Comunidades Especiales, que mostró un ideario de justicia social. No podemos perder de vista que los estragos causados por el huracán Georges dejaron al descubierto, en 1998, el montón de comunidades que viven en precario en la isla, aún con la asistencia del Estado. Pero luego, con Acevedo Vilá, el discurso de la gubernamentalidad se movió hacia un discurso del sacrificio. Decían “tenemos que reducir el gasto”, “estamos en un gobierno compartido que me impide endeudarme”. Con relación a Fortuño, él activa de manera definitiva algo que ya veníamos viendo: la creación de una ley que suspende ciertos derechos, que es lo que hace la ley 7, acabar con unos derechos ganados por la población trabajadora. En términos de biopolítica y gubernamentalidad el gobierno de Fortuño simboliza la parte más oscura del neoliberalismo. La vida ya no está protegida por el estado, sino que la vida tiene que aplicarse a sí misma los principios del mercado, ser empresarios de nosotros mismos, como dice Francisco Vázquez. Le vaya bien o mal a esas vidas, eso ya no es consideración del Estado, nos viene a decir la administración de Fortuño. Es, sin duda, una política que apunta a una mayor precarización de la población y a más individualismo, pero que también podría llevarnos a nuevas formas de solidaridades.
Puerto Rico, si tenemos en cuenta el alza en la criminalidad y la decepción generalizada, sí que nos plantea vivir en una sociedad de riesgo, como la llamo Ulrich Beck. ¿Crees que vivimos ante un “peligro” real o que, por el contrario, esa percepción es producto de ciertos imaginarios reproducidos por el ecosistema de la comunicación mediática?
Desde hace mucho tiempo aquí le tenemos miedo a la calle. Quizás eso comenzó con aquellas campañas de la guerra contra las drogas de la década del ochenta, que elevó más los niveles de violencia. Pero yo pienso que el media también aporta mucho a esa pánico. Aunque uno diga que el alza en los asesinatos es real, el pánico que se genera está atravesado por el media y el modo en que se representan esos asesinatos. Eso ha generado más miedo en la población. Y Puerto Rico se encerró en las urbanizaciones con control de acceso. Si tú comparas a la isla con otros lugares del mundo con altas tasas de criminalidad, te darás cuenta de que en pocos lugares están tan encerrados como nosotros.
Finalmente, sabemos que las teorías son herramientas conceptuales para entender la realidad. ¿Hasta qué punto tuviste que modificar o ajustar las que te brindó Foucault para interpretar nuestro entorno?
Hay una tensión fuerte con Foucault porque en Puerto Rico hablar de soberanía y poderes soberanos es muy distinto a cómo lo hace él. Para Foucault los poderes soberanos son aquellos que tienen un derecho sobre la vida y la muerte. Pero en Puerto Rico, con el debate sobre la cuestión colonial, se complica. Entonces uno se pregunta: ¿cómo traducimos esto al ámbito colonial? Contrario a lo que piensa la mayor parte de la gente, en el ámbito colonial, no es que no haya soberanía, sino que se traduce en una doble soberanía. En el poder local, por ejemplo, el gobierno puertorriqueño crea la ley 7, que suspende unos derechos, mientras que en el ámbito federal pueden aplicar la pena capital a ciertos sujetos, controlan la inmigración y la lucha contra las drogas. A nivel biopolítico, el problema en Puerto Rico no se traduce en que no somos soberanos. Aquí juega una relación simbiótica y compleja, una doble soberanía. Sé que para algunos esto parecerá un disparate, pero no lo es. Porque independientemente de que eres colonia o no, los sujetos están expuestos a unos “poderes soberanos”. En nuestro caso tenemos, por un lado, las leyes estatales y, por el otro, las leyes federales. Pero no pierdas de vista que estoy mirando este asunto desde el punto de vista de la biopolítica, el control sobre la vida y la muerte. En fin, que cuando uno coge a un autor como Foucault uno mira su fecundidad y sus limitaciones, y entonces nos toca a nosotros trabajar con las mismas.