Cuando la libanesa Randa Mirza comenzó su investigación junto a la italiana Giulia Guadagnoli sobre el impacto de imágenes del cuerpo humano desnudo y la percepción sexual entre la juventud árabe, el primer problema que encontraron fue que les fallaban las palabras. Al menos, palabras en árabe. “Alguien nos dijo que le resultaba embarazoso hablar de la sexualidad en árabe, así que optamos por el inglés”. Lo mismo les ocurrió a la doctora Brigitte Khoury, directora del Centro Árabe Regional de Investigaciones y Entrenamiento en Salud Mental y a su asistente Sarah Tabbarah cuando lanzaron el primer estudio panárabe sobre comportamientos sexuales: “No hablamos de esas cosas en árabe”, alegó uno de los participantes.
Esa es la razón por la que, en público, la sexualidad árabe se escribe (y se habla) en inglés, el idioma que empieza a controlar la nueva generación, atrapada entre los conservadores clichés culturales, la represión religiosa y restrictivas leyes, mezcla de todo lo anterior, que castigan la expresión sexual. El idioma es sólo un símbolo del intento de esconder -por pecaminosa- una sexualidad tan latente como en cualquier otra sociedad, en la que sólo unos pocos se atreven a retar todo un contexto social de limitaciones cuya transgresión conlleva duros castigos, como las jóvenes detenidas por las autoridades o apaleadas por sus familias por conversar con chicos o aquellas lapidadas en Irán, Irak, Arabia Saudí o Afganistán por mantener relaciones extramatrimoniales, reales o imaginadas por sus vecinos.
“Cuando las mujeres se independizan se cuestiona su moralidad“, aseveraba el profesor Samir Khalaf, director del Centro de Investigaciones de Comportamiento de la Universidad Americana de Beirut, en el seminario Juventud, Sexualidad y Autoexpresión en el mundo árabe, convocado por el Instituto de Asuntos Internacionales Issam Fares y por el Instituto Goethe y celebrado la pasada semana en Beirut. Cada vez más féminas se independizan laboralmente incluso en el conservador contexto árabe, donde las mujeres ya disponen del mismo nivel educativo que los hombres -cuando no superior- y eso implica una independencia emocional y sexual. Algo intolerable en el caso de las mujeres.
Como incidía la mencionada Brigitte Khoury, “aunque la religión condena el sexo prematrimonial, la sociedad lo consiente pero sólo en el caso de los hombres“. Esta hipocresía es que la exaspera a Joumana Haddad. “Maha era una joven jordana de 24 años. Se quedó embarazada tras ser violada por un vecino: su hermano la golpeó y la mató a cuchilladas. Le cayó una sentencia de seis meses de cárcel: el tribunal lo justificó alegando que había actuado así ante el vergonzoso comportamiento de ella”, recuerda la transgresora escritora libanesa. Unas 5.000 mujeres son víctimas de crímenes de honor -una forma de violencia sexista con el agravante de estar aceptado socialmente- cada año. Y es un crimen que sólo afecta a las mujeres. “Entre los hombres se considera que cuanta más experiencia sexual, mejor. De ellas, sin embargo, se espera que entreguen sus vaginas inmaculadas a la hora del matrimonio. Sus cuerpos son meras adquisiciones“, añade Haddad.
Poco se lucha por cambiar esta realidad. Crímenes de honor, matrimonios concertados en su mayoría carentes de sentimientos, leyes de familia que sólo benefician a los hombres… Los problemas de las uniones árabes son conocidos, pero mucho se ignora del sexo prematrimonial, pecaminoso e ilegal pero sin embargo practicado. ¿Qué se hace con toda la energía sexual de la juventud, a la que se le niega la posibilidad de satisfacer sus necesidades hasta el matrimonio? Hay dos caminos: practicar sexo clandestino con los riesgos que eso conlleva -los móviles conectados vía Bluetooth se han convertido en el recurso favorito de la juventud árabe para ligar al abrigo de las miradas indiscretas y de la policía religiosa- o refugiarse en las fórmulas ofrecidas por los religiosos, uniones de placer que nada tienen que ver con la concepción, la intimidad o el amor. Sólo con el deseo de ellos, ya que ellas apenas gozan de derechos en estas uniones, de las que muchas ignoran incluso su duración.
“Los matrimonios temporales son la única forma de encontrar placer entre la clase media”, recalca Zainab Amery, profesora de Sociología de la Universidad de Otawa de origen libanés. Según la profesora, cada vez desde más mezquitas occidentales se insta a los jóvenes musulmanes a buscar este tipo de arreglos para evitar verse involucrados en relaciones sexuales con no musulmanas. “Si antes eran excepciones, ahora son una moda aceptable en lugares como Emiratos, Omán, Arabia Saudí o Kuwait”. Y no hablamos sólo del matrimonio temporal más tradicional -la muta’a, en el caso de los chiíes, o el urfi en el caso de los suníes, uniones que se disuelven cuando el plazo termina- sino de uniones como el misyar -no implica vivir bajo el mismo techo por lo cual resulta una fórmula óptima para jóvenes sin recursos-, el misyaf o matrimonio temporal veraniego -una forma de comprar una amante estacional sin incurrir en pecado- o el mityar, cuando el matrimonio se realiza durante un viaje de trabajo y durante la duración del mismo.
Según la profesora Amery, el secreto de que estas uniones tan cuestionables estén en alza se debe a varios factores -desempleo y alto coste de la vida, entre otros, que hacen difícil costear las carísimas bodas árabes- pero son “una opción de sexo extramatrimonial” cada vez más usada entre jóvenes universitarios religiosos, que cubren así sus necesidades sexuales sin sentirse remordimientos. Las mujeres que suelen aceptar estas uniones suelen ser divorciadas o viudas con necesidades económicas -el hombre siempre paga una dote a la novia- pero carecen de derecho alguno y, además, pierden el apoyo de sus familias tras someterse a este tipo de matrimonios. En muchos casos, son padres de clase baja quienes venden a sus hijas en este tipo de uniones para conseguir efectivo. En esas situaciones se trata de una forma de prostitución encubierta y legal “cada vez más extendida en Oriente Próximo”.
Una alternativa proscrita a estas uniones fomentadas por los religiosos son los prostíbulos, otro apasionante tema en la cultura árabe. En muchos países las prostitutas -muy pocas árabes, la mayoría procedentes de países del Este de Europa- no venden sus cuerpos sino que se transforman en una suerte de psicólogas, como explicaba Lenka Benova, responsable de un estudio sobre las mujeres empleadas en clubes nocturnos de Amán. “No venden sexo. Hablan con los clientes, juegan el juego de los hombres y éstos acuden allí para ser auténticos, cambiar de ambiente y sentirse libres. Para ellas, la clave está en postergar el desenlace lo máximo posible y aumentar así sus comisiones por bebidas”. Las chicas, añade Benova, se llaman a sí mismas terapeutas. Su situación es muy diferente a la de las profesionales que acuden a Líbano o Turquía, donde los prostíbulos son exactamente eso. En Siria y Jordania, en cambio, los clubes se cuidan mucho de que las empleadas sean cazadas manteniendo contactos sexuales, ya que eso les cerraría el negocio.
Hipocresía. En árabe existen 99 palabras para referirse a Alá y 100 para referirse al “amor” –al hab– pero nadie usa los términos vagina, clítoris o pene. Lo explica con cierto humor teñido de desaliento la escritora Joumana Haddad, directora de la revista Jasad, la única de Oriente Próximo que versa exclusivamente sobre erotismo y escrita en árabe. “En la literatura árabe, los pechos son montes o montañas, dependiendo del tamaño; el clítoris es la flor del paraíso o los bordes del cielo, o si eres particularmente talentoso, la puerta del volcán, y sobran las metáforas fálicas. La metáfora debería ser una elección y no una imposición”. Su descarnada crítica de la represión sexual -argumento de Yo maté a Sherezade, su último libro, traducido al español- le ha valido incluso amenazas de muerte por parte de radicales, lo que no implica que refrene sus denuncias. “La libertad no es monopolio de Occidente. Lo malo no es el sexo, sino el doble rasero. Lo inmoral no es el sexo, sino nuestra hipocresía“.
La juventud árabe aún tiene un largo camino que recorrer en lo que a liberación sexual se refiere. Los datos ofrecidos por la profesora egipcia Ghada Barsoum son llamativos. En Egipto, donde el 62% de la población tiene menos de 30 años, el 86% de los jóvenes se consideran religiosos y el 90% de las mujeres usan el hijab. El 94% de los que se consideran religiosos admiten que sólo se casarían con una mujer velada, y sólo el 26% de la población -ellos y ellas- consideran que la sociedad debe respetar a una fémina que no se cubra el cabello. Sólo el 27% de los hombres piensan que las tareas del hogar deben repartirse, el 71% cree que las mujeres deben obedecerles y el 61% que el dinero de ellas debe ser gestionado por ellos. Lo más llamativo es que el 41% de las mujeres opinan que se deben compartir las labores domésticas, el 49% quiere obedecerles y el 37% les entrega voluntariamente su dinero.
La profesora Shereen el Feki emprendió un estudio junto a Barsoum acerca de la juventud egipcia que arroja datos esclarecedores. El 81% de las mujeres y el 40% de los hombres se casan con entre 25 y 29 años. El resto de los varones lo hace más tarde, con mujeres más jóvenes que ellos. El objetivo del primer año es la reproducción: el 90% da a luz en los primeros 12 meses de unión. El 70% de ellos y ellas se muestran felices por mantener al fin relaciones sexuales. El 70% de los divorcios son motivados por infidelidades masculinas, pero sólo un tercio de los hombres consideran que una divorciada -y por tanto, no virgen- es respetable. El 85% considera que se debe pegar a la mujer por hablar con otro hombre; un tercio admite que la lesionaría si rechazase contacto sexual con él.
Otro estudio, éste a cargo de las mencionadas Khoury y Tabbarah, trata de diseccionar la sexualidad árabe. Está siendo difundido por Nasawiya, el activo colectivo feminista árabe, mediante las redes sociales, pero sólo 300 personas han contestado a las 159 preguntas de un cuestionario sobre hábitos sexuales. “No es una prioridad en este contexto de cambios”, se justifica Khoury. De las respuestas recogidas se deduce que el 50% de las mujeres y el 35,9% de los hombres se lanzan a su primera relación sexual por amor; el 37.8% de ellos y el 18.6% de ellas por placer. El 98% de los varones y el 86% de las féminas admiten masturbarse, la mayoría de ellas lo hacen para “relajarse”.
Lo más relevante es que el 79% de los que han accedido a contestar son libaneses, considerados los más liberales de Oriente Próximo, si bien eso también es cuestionable. Eso explicaría que el 56% de las mujeres y el 50% de los hombres del estudio consideren la virginidad una mera membrana, mientras que el 20% de ellas y el 17% de ellos gustan verla como un “regalo” para la persona amada. En realidad, la virginidad es considerada sagrada en los matrimonios árabes, y eso explica el auge de la himenoplastia o cirugía de reconstrucción del himen, en voga en Oriente Próximo. “Lo más intolerable es cómo ellas aceptan semejante humillación“, se lamenta Haddad.
Las únicas que se salvan del estereotipo impuesto por los religiosos -recatadas, sumisas, veladas- son las libanesas: maquilladas, escotadas, sinuosas y voluptuosas… y a la larga, tan recatadas como las demás. “Siempre que vienen extranjeros me preguntan, ¿de dónde viene la erotización de las libanesas? Les intento explicar que sólo es un mensaje: son atractivas pero están condenadas a no ser sexualmente activas, porque si lo son, son despreciadas socialmente”, explicaba Samir Khalaf. Eso es común a musulmanas y cristianas en Oriente Próximo. “La religión es omnipresente y la educación sexual es un concepto lejano”, concluye Khoury.
*Lea el reportaje original en Periodismo Humano