Pocas cosas nos han mantenido unidos a Cuba a lo largo de los años, entre ellas pudieran destacarse la música y el deporte. No obstante, este no siempre ha sido el caso, como evidencia el libro El camino al Cerro Pelado: La oposición del Gobierno de Puerto Rico a la participación de Cuba en los X Juegos Centroamericanos y del Caribe en 1966, del periodista Alex Figueroa Cancel.
Esta obra, producto de una tesis de posgrado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, propone abordar el tema del deporte, especialmente el deporte organizado, como una tarjeta de identificación para las naciones y cómo esa identidad es utilizada para abrirse espacio en las relaciones internacionales.
Aunque no es un evento conocido por las masas, Puerto Rico se preparaba para ser la sede de los X Juegos Centroamericanos y del Caribe (JCC) por primera vez en los inicios de la década del 1960. Designados por la Organización Deportiva Centroamericana y del Caribe (ODECABE), la isla sería anfitriona de 18 países representados por sus mejores atletas en 17 deportes. Según los líderes deportivos de la época, se temía la participación de Cuba en el evento “por motivos de seguridad” debido a los resultados de la Revolución Cubana (1953-1959).
“Como el ambiente político estaba muy caldeado en aquella época y habían muchos exiliados cubanos en Puerto Rico, pues tenían miedo que se suscitaran incidentes violentos que no pudieran controlarse”, relató Figueroa en entrevista con Diálogo.
Fidel Castro y los militantes de izquierda de la vecina antillana recién se proclamaron victoriosos ante el régimen dictador de Fulgencio Bautista, líder cubano respaldado por los Estados Unidos. Los años subsiguientes podrían catalogarse como unos de estabilización, tanto para la isla como para el resto del mundo ante este nuevo mandatario e ideología.
“Lo que encontré en mi investigación no solo era que se estaba exagerando el argumento de la seguridad, sino que era por razones políticas”, aseguró Figueroa, refiriéndose a las razones que daba el gobierno local para negarle la participación a Cuba.
Puerto Rico ya era reconocido oficialmente como “Estado Libre Asociado” y por esta relación con la nación norteamericana, heredó la pugna ideológica entre Cuba y Estados Unidos en la que el deporte fue utilizado como vía para fomentar la exclusión y la propaganda política.
“Si uno lo ve en el marco de todo lo que estaba sucediendo a nivel regional e internacional más allá de los juegos, habían unos esfuerzos de aislar a Cuba del resto del continente”, afirmó Figueroa, quien laboró en este medio y para El Diario/La Prensa en Nueva York.
De acuerdo con la publicación, la historia se agudiza cuando le añadimos que en el 1959, Cuba propuso a Puerto Rico como sede de los juegos del 1962, oferta rechazada debido a la falta de dinero para realizar el evento. Cuando sí se encontraban en posición de decidir, los líderes gubernamentales y deportivos del País y de Estados Unidos se negaron a otorgarle las visas de visita a la delegación cubana.
“De acuerdo o no al tipo de ideología política que ellos adoptaron, ellos estaban tratando por todos los medios a que se les respetara su manera de gobernar, su determinación de continuar con su destino”, explicó Figueroa.
Los locales, por su parte, no contaban con la determinación de los cubanos de participar en unos juegos como estos. Castro dio la orden que se trasladaran a Puerto Rico en el “Cerro Pelado”, barco en donde navegaron por varios días y entrenaron, lo que demuestra la importancia del deporte para esta nación.
“Ellos llegan aquí y dicen que estaban dispuestos incluso a nadar hasta acá, transbordar en el altamar. Eso demuestra su determinación de participar en el evento y el alto valor que tiene el deporte para cualquier tipo de sociedad y régimen de gobierno. En Puerto Rico se vio en cómo el gobierno cambió su decisión para proteger nuestra representación internacional”, añadió Figueroa.
Puerto Rico y su soberanía deportiva
Según los datos constatados en el libro, las autoridades gubernamentales y deportivas puertorriqueñas debían escoger entre “proteger el preciado reconocimiento internacional de su soberanía nacional en el deporte olímpico, o cumplir con las imposiciones ideológicas de los Estados Unidos en contra de Cuba en pleno auge de la Guerra Fría”.
El deporte de por sí tiene la habilidad de otorgar identidades mediante la representación, tanto a sus participantes como al espectador. En el caso de Puerto Rico, este elemento sobresale ya que no contamos con una presencia marcada en otros ámbitos y perderla representaba un acto inconcebible.
“No tenemos un ministerio de relaciones internacionales, no tenemos relación diplomática, formalmente hablando, no tenemos otras representaciones que tienen los países independientes. En cambio, sí tenemos una representación internacional que nos identifica y nos diferencia de otras naciones como sucede con otros comités olímpicos. Nosotros nos identificamos con nuestro equipo”, reafirmó Figueroa.
En un principio, los miembros del Comité Olímpico de Puerto Rico (COPUR), así como del gobernador Luis Muñoz Marín y los secretarios de estado en sus respectivos términos, Alberto Lastra y Roberto Sánchez Vilella, entre otros, se oponían a la participación de Cuba en los juegos por las llamadas razones de seguridad. Sin embargo, existía el precedente sentado por el Comité Olímpico Internacional (COI), quienes expulsaron a Indonesia tras esta no invitar a Israel a los Juegos Asiáticos del 1962 en Jakarta por razones políticas.
Aunque el COI nunca amenazó a Puerto Rico con una posible desafiliación del organismo olímpico, el temor a que sucediera provocó un cambio en la determinación autoritaria y, finalmente, Cuba pudo participar en los juegos.
“Cabe recordar que parte de lo que choca es que el gobierno de Puerto Rico no tiene nada que decir en cuanto a quién viene y a quién sale, porque nosotros no controlamos esa parte. Eso lo controla el gobierno de los Estados Unidos. Así que el hecho de que tuvieran algo que decir, que estaban en contra de que viniera la delegación cubana pues llama la atención”, señaló Figueroa.
Debe notarse que la delegación cubana fue recibida en los juegos con vítores por parte del pueblo puertorriqueño. Las disputas ideológicas permanecieron entre los líderes gubernamentales y deportivos, por eso los sucesos se catalogan como una decisión estrictamente política.
Según Figueroa, mientras investigaba no encontró ninguna voz disidente que expresara su oposición a excluir a Cuba de los juegos, tanto en Puerto Rico como en los países de la región. La única excepción fue José de Jesús Clark Flores, delegado mexicano ante el COI y presidente honorario de la ODECABE. Incluso, fue en este organismo donde se aprobó por decisión unánime la llamada “Resolución de Caracas”, en la cual se estipula que los X Juegos Centroamericanos y del Caribe se celebrarían “con o sin” Cuba.
Quizás con el pasar de los años recordar estas acciones resulta bochornoso y por eso este evento ha quedado prácticamente en el olvido.
“Tal vez no quieren recordar que aquí excluimos a alguien. Lamentablemente no hay una cultura de ver los eventos deportivos desde este punto de vista y por lo tanto, puede ser que en esa dinámica no se haya rescatado para conocer nuestra historia general”, especuló Figueroa.
Quienes sí lo recuerdan, según el autor, lo hacen “con mucho cariño porque fue la primera vez que Puerto Rico debutó como anfitrión y al final se solidificó la posición de Puerto Rico en el deporte y se convivió”.
En los juegos, México se coronó con el primer lugar en el medallero, mientras que Cuba completó su participación con un segundo lugar, seguidos de Puerto Rico.
El libro está disponible en las librerías La Tertulia (Río Piedras y Viejo San Juan), La Mágica, Norberto González, The Bookmark en San Patricio, Libros AC en Santurce, El Candíl en Ponce, Universal en Mayagüez y Mchondo, en San Sebastián. También, en el área de Aibonito, llamando al 787-509-1430.