El “abandono del abandono”. Así podría traducirse la frase que resume la nueva política nuclear del gobierno alemán. O que la resumía, porque estos días practica la canciller, Angela Merkel, velados intentos de abandonar el abandono abandonado.
¿Perdidos? Retrocedamos. En 2000, la coalición de verdes y socialdemócratas que componía el Ejecutivo berlinés presentó un ambicioso plan para prescindir de la energía nuclear retirando paulatinamente de la red todas las centrales atómicas del país. Fue el primer abandono.
A finales de 2010, y recurriendo a una maniobra cuya legalidad prueban todavía los tribunales, la coalición de democratacristianos, socialcristianos y liberales que actualmente compone el Ejecutivo berlinés anunció que concedía a las plantas del país en activo desde antes de 1980 (siete en total) ocho años más de vida, y 14 años a las restantes 10. Fue el abandono del abandono.
Ya entonces sabía Merkel que una parte de la ciudadanía se oponía al alargamiento. El 68 alemán fue un movimiento principalmente ecologista. Toda una generación creció viendo a personas encadenadas a las vías del tren para evitar transportes de residuos atómicos y manifestaciones llenas de girasoles. Centrales nucleares, “Nein, Danke!” era el eslogan de personajes como Joschka Fischer, que tiempo después llegó a ministro de Exteriores. En 1986 vino Chernóbil, y muchos aún recuerdan los parques vacíos en los que tenían prohibido jugar los niños.
Sin embargo, a finales del pasado año todo aquello parecía quedar lo suficientemente lejos como para iniciar el segundo renacer a la energía atómica. Viento a favor recibían los conservadores germanos de los vecinos europeos.
En 2008, Nicolas Sarkozy anunciaba la construcción de un nuevo reactor en Francia, el país del continente que, con 59 centrales nucleares, más uso hace de esta fuente energética. También Gordon Brown, aún premier, informaba de que Gran Bretaña- el segundo Estado europeo en número de plantas, 19- erigiría nuevas centrales. Suecia, cuarta tras Alemania en la escala atómica regional, daba luz verde en 2009 a su propio abandono del abandono y hacía saber que no apagaría un año más tarde, como estaba previsto, sus 13 reactores. Italia, que echó tras Chernóbil el candado a sus centrales, discutía la posibilidad de reabrirlas. También Polonia se planteaba el sumarse a quienes cubren parte de su abastecimiento eléctrico con energía atómica y Finlandia había empezado ya a instalar un tercer reactor en la central de Olkiluoto.
Ante tal tendencia, Alemania no podía quedarse atrás, se argumentaba: la energía nuclear es barata, ayuda a mantener el equilibro en las emisiones de CO2, sobreguarda la independencia y garantiza el suministro. El “mix energético” era la fórmula del momento, según Merkel.
Las voces críticas- organizaciones como Greenpeace, el Instituto de Medio Ambiente de Múnich, Médicos Internacionales contra la Guerra Nuclear (IPPNW), el partido alemán Los Verdes– recordaban por su parte el alto costo de las plantas nucleares y del transporte y almacenamiento de los residuos, así como el hecho de que sin subvenciones estatales la energía atómica no sería rentable. Cubriendo un 2 por ciento del consumo total de energía en el mundo, le restaban valor a la hora de reducir la contaminación medioambiental y, teniendo en cuenta que Alemania exporta electricidad sobrante, negaban que sin al menos las siete centrales edificadas antes de 1980 se fuera a producir el temido apagón. Además, las energías renovables habían vivido durante la época del programado abandono un importante desarrollo, frenado éste, se quejaba la Asociación Federal de las Energías Renovables (BEE), con la postergación de la actividad nuclear.
A esto había que sumarle dos cuestiones terriblemente espinosas: la de la basura nuclear, para la que a día de hoy sigue sin haber solución definitiva, y la del peligro. Un informe presentado en 2007 (y renovado años posteriores) por la Oficina Federal para la Protección de la Radiación, cuya correcta interpretación se convirtió en una guerra estadística, registró en la cercanía de las centrales nucleares alemanas índices de cáncer infantil un 60 por ciento mayores y de leucemia un 50 por ciento superiores. Y junto a los posibles efectos para la salud está el llamado “Restrisiko”, el riesgo imposible de eliminar.
El riesgo puede proceder de un error humano. El riesgo puede surgir de un ataque intencionado. “Las siete centrales más antiguas de este país no aguantarían ni la colisión de una avioneta”, recordaba recientemente Renate Künast, presidenta del grupo parlamentario de Los Verdes. El riesgo lo puede traer la naturaleza: la central de Neckarwestheim I, en el Estado alemán de Baden-Wurtemberg, como la de Cofrentes en Valencia y el cementerio nuclear de El Cabril en Córdoba, se asientan sobre terreno inestable amenazado por terremotos. El riesgo puede ser el paso del tiempo: plantas como Biblis B, en el sur de Alemania, están anticuadas y suponen una amenaza constante, opina la IPPNW, y la Comisión Europea propone someter a las centrales del continente a “test de resistencia”.
Es la valoración de ese “Restrisiko” la que ha cambiado desde el terremoto en Japón y las explosiones en Fukushima I, alegan Merkel y su compañero de filas Stefan Mappus, primer ministro de Baden-Wurtemberg, un reconocido defensor de lo nuclear que el próximo día 27 de marzo se enfrenta a elecciones en su Estado federado mientras miles de personas vuelven a salir con sus girasoles a las calles de Alemania. Más de 300 manifestaciones han sido convocadas estos días contra la energía atómica.
“Ha sucedido lo que pensábamos que no era posible que sucediera. Las plantas japonesas estaban construidas para soportar terremotos de 8.2 en la Escala Richter, y el terremoto fue de 9. Eso ha hecho que cambie nuestra percepción del riesgo que como sociedad decidimos asumir en el momento en que aceptamos el uso de esta fuente de energía”, reconocía el ministro de Medio Ambiente alemán, Norbert Röttgen, en una entrevista concedida a la televisión pública germana que seguramente ha sido la más difícil de su periodo en el cargo.
Y es que tras Japón el movimiento antinuclear alemán ve confirmada sus posturas. Las constantes encuestas que llevan a cabo los medios de comunicación muestran un aumento del rechazo a las centrales nucleares, que se encontraría entre un 50 y un 60 por ciento. En los programas especiales que sin descanso informan sobre la tragedia nipona los expertos que solían defender la energía atómica brillan por su ausencia; es como si el tsunami se los hubiera tragado. “Nein, Danke!” vuelve a ser el grito de guerra.
Finalmente, este lunes Angela Merkel anunció que su coalición posterga durante tres meses el abandono del abandono de la energía nuclear, una decisión que se critica por insuficiente y electoralista, ya que dice la oposición y cree la mayoría que la canciller trata sólo de superar el escollo de los comicios en Baden-Wurtemberg y los que también se celebran en Renania Palatinado.
El plazo se utilizará para comprobar la seguridad de las plantas germanas, explicó Merkel. “No hay nada que comprobar”, aseguraba la verde Renate Künast, “el gobierno tiene todos los datos desde hace tiempo sobre la mesa. Lo que hay que hacer es actuar”. El martes, la canciller daba a conocer que se retiran de la red las siete discutidas centrales de mayor edad hasta el final de la moratoria. A lo largo del día se anunciaba que Neckarwestheim I y un controvertido reactor en Krümmel, en el norte de Alemania, dejarán definitivamente de funcionar.
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