Diversos sectores en el país han trabajado para derrotar las influencias y visiones machistas tan marcadas entre los puertorriqueños. Sin embargo, en ocasiones, es la cultura popular como el cine y la música la que muchas veces se deshace de esta labor tan necesaria para nuestra sociedad. Las canciones de reggaetón han probado este lamentable hecho desde hace unas cuantas décadas, ahora el cine no es la excepción.
La cinematografía puertorriqueña pocas veces había sido escenario para un acto tan misógino como lo presentó César Rodríguez en su cortometraje incalculablemente desagradable, El fondillo maravilloso, basado en los cuentos de Tere Dávila con un guion escrito por ella.
Presentado fuera de competencia en el festival de cortometrajes, Cinefiesta, el filme materializa como protagonista a Chique Bonbón, interpretado por Luis Gonzaga, a quien su obsesión por las mujeres y sus traseros lo llevará a pasar por desagradables momentos.
Bonbón nos presenta sus reglas para cazar mujeres. A las que eventualmente llevará a la parte de atrás de su guagua de “dulces” para un rato magnífico. Pero, cuando aparece ese “fondillo maravilloso”, Chique no puede enfocar su mente. Esto lo lleva a meterse en la calle incorrecta en donde le dan una paliza muy merecida.
Claro está que el público puede regocijar en alegría al ver a Chique ensangrentado en su camilla aclarándole a quien sea que lo escuche que “no vuelve a mirar un culo más”. La audiencia más inteligente también le deseará la muerte inminente a este personaje cuya imagen representa a una monstruosa mayoría de hombres puertorriqueños.
Aunque sea cierto que Bonbón cargue con esta simbología (y esperemos que sí), el problema vuelve a su génesis cuando nos encontramos con que Chique nunca es declarado muerto en el corto. Peor aun, por el momento en que lo reaniman porque su corazón se detiene, Chique todavía mantiene imágenes que le recuerdan a los traseros de las féminas que acechó. Recuerda los traseros como un melocotón o dos cucharadas de helado.
El machismo no fallece dentro de El fondillo maravilloso, pero sí se le entrega al público como fuente de gozo erótico y carcajadas atronadoras.
Es muy difícil declarar este corto como una sátira ingeniosa. Cuando la imagen de una mujer se degrada a sus glúteos (y me refiero desde la primera toma hasta la última), la inmadurez cultural resulta ser lo único que prevalece. El hecho de que la película cuenta con una participación de traseros femeninos mayor que la presencia de las mismas caras de sus propietarias produce una sensación de desencanto e incredulidad inalcanzable.
Una de las muchas gotas que colman la copa se encuentra en una secuencia donde Bonbón nos explica los diferentes tipos de posaderas que existen en nuestro mundo. Corte tras corte la película se degrada más mientras se presentan los traseros de diferentes mujeres en un fondo blanco mientras caminan con o sin ropa.
Como esto no es bastante, la creación de Rodríguez y de Dávila alimenta una cultura de acoso sexual, en vez de combatirla en tiempos donde todas la miradas apuntaban hacia el sátiro de Santurce. De manera parecida a este criminal de la vida real, Bonbón guía una guagua pequeña decorada con imágenes de diferentes golosinas en persecución de los traseros de su selección. Esto lo convierte en un hostigador de mujeres con una imagen vehicular que fácilmente cae dentro del cliché de depredadores infantiles.
Profesionalmente, el corto ofrece algunos aspectos que son llevados a cabo a medias. Como ejemplo perfecto, el principio del corto se convierte en un vídeo musical de reggaetón cuyas bailarinas proyectan una diacronía fastidiosa en la coreografía que se montó. Los ojos del espectador caen más en la falta de estética del baile que en Chique y su “falla trágica”.
Lo único que quizás se pueda salvar del cortometraje es la interpretación de Gonzaga como Chique que sí tiene un aire de burla hacia lo que representa. Sin embargo, no logra opacar las deficiencias marranas que presentan la temática de este corto contemporáneo (sin justificar el momento en que estos temas hayan originado).
Es muy triste que el público de Cinefiesta disfrutó de este cortometraje de la manera que ocurrió entre carcajadas ensordecedoras. Esas risas estruendosas que impactaron el Teatro Bertita y Guillermo Martínez demuestran que Puerto Rico no necesita un corto como El fondillo maravilloso y, si van a presentar una crítica ante el tema, definitivamente se tiene que elaborar más.
Al igual, es lamentable que Cinefiesta, un festival tan prestigioso, haya seleccionado este corto para presentarlo. Lo que el público se llevará a sus casas es la visión de uno de los tantos “fondillos” al ritmo de una canción en vez de irse escudriñando algún reproche social que presente el corto.
Mientras que los cortos que sí compiten ofrecen visiones mucho más adultas, El fondillo maravilloso se rebaja al sueño mojado de ese hombre puertorriqueño promedio que saliva ante el cuerpo femenino, igual que haría ante un plato de arroz con habichuelas a la hora del almuerzo.