“Somos la melaza que ríe,
la melaza que llora.
Somos la melaza que ama
y en cada beso es conmovedora…”
Las caras lindas, Ismael Rivera
Cielo despejado. Sonaba Maelo. Apenas eran las tres y media de la tarde y las caras lindas de la gente comenzaban a llenar el Viejo San Juan.
En el Callejón de la Tanca algunos pleneros comenzaban a afinar los panderos. El inicio de la rumba, que se extenderá hasta el domingo, estaba pautado para las cinco de la tarde del jueves. Pero antes que los relojes señalaran el inicio de las festividades, los cueros tenían que estar listos para dar a probar un aperitivo del rumbón callejero que se venía.
Y es que las Fiestas de la Calle San Sebastián son un verdadero derroche de algarabía y cultura. Son un mar profundo de rumba y sabor. Por eso, la melaza que nos distingue como puertorriqueños, alrededor de las cuatro, ya estaba más que plagada de sabrosura.
De hecho, las fiestas comenzaron como de costumbre: entre risas, besos, uno que otro llanto y sentimiento. Sobre todo sentimiento, que entre una brisa seductora y un calor que revivía muertos, reunió y reunirá en armonía este fin de semana a un pueblo multicolor.
Cuando los relojes marcaron las cinco, las calles de la ciudad amurallada sazonaban el ambiente. Al ritmo de la bomba y la plena cabezudos, zanqueros, vegigantes, y un sinfín de bailadores desfilaron sobre los adoquines sanjuaneros, esos misteriosos cómplices del pasado que hasta el sol de hoy callan algunos secretos de nuestra historia.
Ya caída la noche, la multitud acrecentó lo suficiente como para que el calor humano se compartiera de baile en baile, de plática en plática, de mirada a mirada.
Se corrió la voz entre los rumberos de que los pleneros se habían apoderado de las esquinas. Y es que “allá en la Calle Cruz, esquina San Sebastián, siempre se reúnen los pleneros de verdad”. Y sí que son pleneros. Cada sonrisa de satisfacción y gozo lo confirmaba.
Tambores Calientes, Yubá Iré, Jerry Medina, la Sonora Ponceña, Pleneros con Caché, la Orquesta el Macabeo, Antonio Cabán Vale, “el Topo” y los muchos poetas del cuero y la calle, fueron algunos de los responsables de poner a gozar a los presentes con su música, con su arte. Hubo un poco de todo y para todos.
Una vez más los artesanos volvieron a la carga. Su lucha todavía sigue viva y continúa. Ellas y ellos, aunque usted no lo crea, serán los verdaderos héroes de las fiestas. Esos seres en peligro de extinción nadan contra la corriente. Pero tienen voluntad y deseo. Lo que se resume en esperanza. De manera que las malas lenguas no podrán decir lo contrario, aunque quieran.
Como dato curioso, la monoestrellada siempre ondeaba sola, como rindiéndole tributo a la libertad que habita en cada ser alegre y conmovido. Como rindiéndole homenaje a las calles, a esas mismas calles donde la sangre y el sudor alimentaron en su momento nuestras raíces.
Así las cosas, la fiesta continúa. Hasta el domingo. O hasta el día que el pueblo entienda.
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