“La vida es una orquesta que siempre está tocando,
afinada, desafinada; un titanic que siempre se hunde
y siempre regresa a la superficie".
Las intermitencias de la muerte, José Saramago
El “ring, ring” de los teléfonos hace coro en la dependencia gubernamental. De los 15 cubículos disponibles, tres están ocupados, uno de ellos por la coordinadora Vimarie Burgos. Al extremo derecho se observa una puerta abierta que sirve de entrada a la oficina de la directora del lugar, la doctora Monserrate Allende. Ella, sentada, lee los papeles que se apilan su escritorio, mientras se escucha a lo lejos la voz de Vimarie.
–“Línea PAS, ¿en qué te puedo ayudar?’’, dice la coordinara.
-“Juan, ¿cómo te puedo ayudar?”-, añade y mientras espera respuesta se acomoda para tomar apuntes en una pequeña libreta que se posa sobre la mesa del cubículo que ella ocupa. –“El medicamento, ¿te lo bebiste nuevamente?”-. El silencio en espera de la respuesta se rompe con el tono de voz más tenso en las palabras de Vimarie. –“¿Por qué lo hiciste? ¿Continúas con las ideas?…. ¿Puedes llegar a un hospital psiquiátrico?…. ¡No me enganches!”, la calma de su voz se altera y, con autoridad, da una orden. Luego de unos segundos, su semblante se relaja, e inicia su cuestionario para Juan.
A diario, Vimarie puede atender de cuatro a cinco personas, de las sobre 300 que llaman a la Línea de Primera Ayuda Sicosocial (PAS) y que tienen pensamientos suicidas. Cada una de las llamadas que atiende representa para ella un reto nuevo, una oportunidad que tiene para aferrar a alguien a la vida. Y en cada una de ellas trata de mantenerse calmada y relajada para poder hacer las preguntas correctas que le permitan ayudar a su interlocutor.
Con cada dato personal que tanto Vimarie, como sus 27 compañeros que laboran en PAS recopilan en cada llamada, pueden establecer una conexión con la persona, así como identificar su situación y lo que le lleva tener deseos suicidas. En estos casos, la información que logran obtener es suficiente como para llamar a un familiar de la persona para que le ayude o motivarle a que busque ayuda inmediata en un hospital. Otras veces, la voz del personal de PAS es el único aliciente que existe para que una persona no continúe con sus deseos suicidas en un momento de crisis.
“Las personas ven las crisis de diferentes formas, porque todo tiene que ver con qué es lo que llevamos en nuestro equipaje emocional. Es por eso que como parte de nuestro trabajo, además de orientar e informar, permitimos la sesión de desahogo. En ella, le damos la oportunidad a la persona de que exprese lo que piensa y siente. Por eso, nuestras llamadas no son de media hora; nuestras llamadas, cuando una persona está en crisis y más que está exhibiendo comportamiento suicida, se tardan de tres a cuatro horas, porque hay que escuchar. El escuchar es el entender lo que está sintiendo esa persona, estar alerta. Porque a través del teléfono, como nadie nos está viendo, no hay vergüenza. La persona abre su cajita de pandora, y suelta todo por el teléfono”, asegura Allende, directora del Programa Integrado de Intervención en Crisis de ASSMCA, al cual está adscrito PAS.
Con su hablar pausado y lento caminar, Monserrate se desplaza por la oficina de PAS ubicada en la Villa 4 del antiguo Mepsi Center, en Bayamón, ahora sede de AMSSCA. Observa las cajas apiladas en algunas esquinas de la oficina y se detiene, en ocasiones, frente a los mapas que se encuentran pegados en los tablones de expresión. En ellos se marcan las incidencias de casos de crisis en la Isla y los puntos del país de los cuales han recibido más llamadas de personas que tienen deseos suicidas, sufren de violencia doméstica, se sienten maltratados e inclusive, en los últimos meses, por miedo a contagiarse del virus AH1N1.
Monserrate, quien posee un doctorado en medicina general con especialidad en intervención en crisis, ha trabajado con manejo de crisis en pacientes desde el 1989, y laborando en PAS desde sus inicios, en el 2001. Cada mañana, se despierta a las 5:00 a.m., y viaja desde Carolina hasta Bayamón, para entrar a trabajar una hora y media más tarde. Una vez llega a las oficinas de PAS procura, cada día, hablar con los tres equipos de trabajo que laboran en PAS. Su jornada puede terminar a las 10 de la noche o las 11. Esos cubículos y paredes se han convertido en el hogar y la misión de vida de Monserrate.
“Luego de un día de trabajo, por lo menos, yo me voy fortalecida de que pudimos ayudar a personas. Yo no veo esto como un trabajo; yo veo esto como un ministerio. Un privilegio de poder ayudar en la salud mental, por eso si tengo que hacer 600 horas mensuales las realizo. Este programa es mi vida, al que dedico el tiempo que sea, la inversión que sea y el personal que está aquí también se dedica en cuerpo y alma a su trabajo. Así que, luego de un día de trabajo, yo me voy tranquila con el teléfono ‘on call’ 24 horas porque ellos me llaman. Yo entiendo que mi fortaleza es espiritual, que Papa Dios me dio el trabajo y que Papa Dios es el que me ha fortalecido y lo veo como parte de mi vida, día a día. Hasta el momento, no me ha afectado emocionalmente y entiendo que la fortaleza viene del cielo”, asegura con una sonrisa de satisfacción y placidez.
Monserrate no niega que, en ocasiones, se ha enfrentado a casos que le hacen recordar a otros ya pasados. Con cada uno de ellos, se esfuerza por dar lo mejor de sí y toda la fortaleza que pueda trasmitirle a la persona al otro lado de la línea, así como a su equipo de trabajo, entre ellos Vimarie, quien confiesa, entre llamada y llamada, que ha pasado por momentos en los que se siente triste y con coraje luego de una intervención con alguna persona que llama a PAS.
“A veces como que uno siente ese coraje de impotencia y de querer uno brindar un poquito más y no puede. Hay casos que sí, que causan tristeza y que uno se dice: ‘Wao, le pasan tantas cosas a una persona, y lo que uno ha vivido no es nada al lado de ellos’. Pero no (me siento) frustrada como tal. No, porque siempre trato de dar lo mejor de mí”, dice Vimarie, quien tiene una maestría en psicología, al tiempo que explica que para ventilar las diversas emociones que le llegan, luego de atender tantos casos a diario, procura hablar con su esposo una vez regresa del trabajo a su hogar.
Los teléfonos siguen timbrando, a veces las llamadas duran unos 15 minutos, dependiendo de las inquietudes de la persona que está al otro lado de la línea. En ocasiones, alguna llamada que contesta Vimarie la regresa al momento cuando atendió a un hombre adulto a punto de suicidarse. Se había cortado las manos y estaba a punto de tirarse del balcón de su hogar. La situación para Vimarie se tornaba drenante por que pasaban los minutos y su pedido de ayuda a las autoridades pertinentes no llegaba, a pesar de que le insistían que el servicio iba en camino.
“Pero, ¿cuándo, cuándo van a llegar? Porque tengo ese paciente ahí y yo no lo estoy viendo, pero creo en su palabra”. Vimarie escuchaba la respiración del hombre, sentía su ansiedad y la frustración. Ella era su único lazo con la cordura en un momento de crisis. Le hablaba de temas que pudieran distraer su mente de sus intenciones. La tensión y el miedo a que la voz al otro lado de la línea diera rienda suelta a sus deseos suicidas, se extendió por dos horas, hasta que la ayuda llegó. Vimarie suspira como recordando el sentimiento que le embargó en ese momento y sus labios se aprietan con coraje. “Para mí, cada caso tiene que ser real, porque yo no lo estoy viendo y tengo que creer en su palabra”,
Ya son las 11:15 de la mañana, y el ring de los teléfonos va en aumento, así como la cantidad de cubículos que se van ocupando por personal de PAS. Todo indica que será una jornada intensa, como cada día en el que ellos luchan por darle un poco de paz a la voz que está al otro lado de la línea.