Los libros bien pensados son irresistibles para este lector empedernido. Hablo de los que desde la primera a la última página tienen cada pieza en su lugar, en los que nada sobre. Me refiero a aquellos libros que nunca agotan su lectura, que siempre –visita tras visita- tienen algo nuevo que comunicar. Eso fue lo que me ocurrió cuando leí el manuscrito de La última caricia, el poemario de Iris Mónica Vargas que publicó Terranova Editores en el 2014. Un poemario que indaga sobre la existencia mientras la voz lírica transita la disección de un cadáver.
Recientemente, sin embargo, he estado leyendo algunas obras narrativas de Iris Mónica. The Fraud y Chantaje (para tres jugadores) son algunas de esos cuentos que presentan a la mujer del siglo XXI en situaciones en apariencia cotidianas. En las mismas la mano diestra de la escritora ofrece trazos descriptivos y paralelamente la acción se alterna con sobrios diálogos. Instancias que desembocan a una crucial encrucijada desplegada en soliloquios internos.
Mucho más puedo decir de esta autora, egresada de la Universidad de Puerto Rico y del Massachusetts Institute of Technology, quien ha sido invitada a participar de ferias de libros y festivales literarios a nivel nacional e internacional, y a la que llevo leyendo desde el 2004. Por ahora, quiero compartir en estas crónicas urbanas algunas reflexiones que la escritora compartió con este servidor en una entrevista reciente.
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Iris Mónica Vargas: vida, poesía y cuento en 7 reflexiones
- No sé realmente por qué me gusta la poesía, pero no dejo de preguntármelo. En mi caso, algún día quiero ser capaz de hacer lo que quiera con el lenguaje, de ensamblar nuevas permutaciones, de manejar significados con mayor eficiencia y elegancia, de crear microcosmos nuevos que puedan tener un impacto en el universo de otras personas.
- El cuento, aunque lo entiendo una práctica tan rigurosa como la poesía, me hace sentir el placer que genera un paseo, un movimiento, como si uno estuviera caminando del punto A al B, disfrutándose el viaje con amigos.
- El poema me hace sentir como si compartiera una velada íntima, exacta y precisa. A veces, también, como si le diera propósito a la soledad. Como si fuera un álbum que recopilara instantes. Recuerdo así muchos momentos de mi vida; han quedado grabados en mis sinapsis como poemas que he escrito. En instancias recuerdo con exactitud dónde estaba, qué pensamientos me divertían o aturdían cuando escribía tal o cual poema. Es como si el acto de escribir el mismo, de cierta manera hubiese recogido y guardado consigo el ecosistema interior que le dio origen.
- Para escribir necesito un paseo por alguna calle, necesito silencio, necesito soledad. Más que todo, sin embargo, necesito un sonido que no haya escuchado antes, una frase que me intrigue, que me provoque pensarle y pensar. Y también necesito ciencia.
- ¿Cuándo has visto a una mujer u hombre de ciencia que no se maraville con lo que aprende? Siempre están aprendiendo cosas nuevas, viendo cosas que nadie ha visto antes que ellos. Eso es algo ineludiblemente emocionante. Y esa emoción, esa maravilla con respecto al mundo natural, es lo que intento traducir en literatura, o lo que resulta inspirador para mí. Ese ejercicio de ver todo como si lo estuvieras mirando por primera vez. Eso es posible.
- Cuando te rodeas de niños, por ejemplo, si permites a tu mente estar receptiva, tú también empiezas a verlo todo como lo ven ellos – tal como si se tratase de la primera vez. En la poesía eso es esencial. Se trata de captar ese instante en que miras y absorbes por vez primera, para más tarde comprender lo que significa y entonces retratarlo. Para ello no tienes que emplear vocabulario rebuscado y tratar de crear enredos y códices indescifrables.
- Creo, como Jorge Luis Borges, que la variedad de significados que genera una pieza poética proviene, no de lo inaccesible, sino de la profundidad de esa mirada, y de la honestidad del que describe e interpreta lo que mira. La honestidad es, tal vez, olvidarse de quien te escucha y de la intención con la cual te presta atención. La profundidad surge de la gama de experiencias acumuladas y la calma con la que te entregues al momento. Es como ocurre en un cuento o en un ensayo: aquello que “pasó” debe estar acompañado por el conocimiento que suscitó el evento y la sabiduría que engendró la contemplación del mismo. O sea que todos los tiempos – pasado, presente y futuro – si es que puede uno desglosar lo que llamamos tiempo, de ese modo, conviven, deben convivir, en una pieza.