Alejandro García Padilla gobierna a Puerto Rico desde una devaluación del concepto ciudadanía.
Aprovechando nuestro desarraigo, el DACO-gobernador consolida avanzada con lo único que queda de vocación pública: el ser-consumidor. Si alguna causa pudiera aún convocar aspiraciones comunes —y disimular la disolución del tejido social— es acceder al consumo. Alejandro administra esa debilidad.
Mientras Aníbal impone aumentos, que “me duelen más que a ti”, mami nos consuela desde DACO con espectaculares cacerías de brujas comerciantes. Mientras Aníbal funge como el padre que castiga, Alejandro es la mamá que nos cuida en el playground de la experiencia consumista.
No. Alejandro no es mami, si acaso el mamito que compensa el déficit estético de la administración de turno con partidura exacta y ojos verdes. Alejandro no tiene interés en gobernar porque ya gobierna, lo demás es cuestión de tiempo.
Meterse con él es arriesgado, pues tiene a los medios cautivos con su wit comunicador. Al flautista, que viene de Coamo, ratas le siguen a todas partes. Oficio tiene de histrión, pues no sólo asegura su actuación sino que pauta las del opositor cual cineasta experimentado. Con donaire electoral, Alejandro roba más cámaras que un Contralor en brote.
Esta daconspiración, que nace de la pérdida de ciudadanía, nos deja indefensos frente a un estado marimbero y negociante. Cuando el gobierno quebrado advierte, Alejandro nos divierte multando a Home Depot. El ciudadano disminuido no llora su suerte, pues una vez distraído por los operativos de DACO vuelve a consumir contento, con o sin taxes.
Alejandro es lubricante, vaselina en nuestra nueva relación con el estado, que es más contractual que constitucional. De esa inmensa Constitución apenas queda hoy un convenio de compra, una garantía extendida que solo asegura daño y azarosa reparación.
Habrá que escudriñar bien el shopper de las próximas elecciones. De encontrar algo raro, queréllense con Alejandro, salvo que DACO se imponga en la papeleta de los que hoy se ven gobernando.
*El autor es profesor de arquitectura de la Universidad Politécnica y columnista. Esta columna fue publicada por vez primera en El Nuevo Día en enero del 2007.