
Hace alrededor de dos meses, Diálogo publicó el documental De hogar en hogar: el camino de los no adoptados. Al cierre de ese reportaje, 5,037 menores permanecían bajo la custodia del Departamento de la Familia (DF) de Puerto Rico, algunos camino a ser adoptados, pero la mayoría viviendo en casas hogares y techos sustitutos. Tal es el caso que leerán a continuación, la historia de un joven que es solo uno entre esos miles.
A los cinco años de edad, Josué Rodríguez y sus cuatro hermanos fueron removidos de su hogar por el DF, luego de que alguien hiciera una denuncia por maltrato de menores y se descubriera la adicción a drogas que sufrían tanto el papá como la mamá. Los cinco hermanos fueron separados y enviados a distintas instituciones y hogares sustitutos.
Josué, llegó al Hogar Casa Cuna San Cristóbal de San Juan con tan solo cinco años de edad. De esa etapa de la niñez recuerda poco: el logo de la organización, un grupo de niños desayunando en un pequeño comedor y algunas peleas con sus compañeros en la Casa Hogar, por tratar de retener los juguetes que había llevado con él y que luego pasaron a ser de todos. “A través de la vida pasamos por sucesos que nos transforman y nos adaptamos al ambiente en que estamos”, expresó el joven de 21 años.
En aquel momento, ese proceso de adaptación fue duro para quien solo era niño. Entonces, poco tiempo pasó para que todo el desconocimiento que tenía Josué de la situación y la falta de alguien que supiera explicarle lo que él estaba viviendo se convirtiera en una rebeldía difícil de controlar.
De Cuna San Cristóbal, pasó al Hogar Niñito Jesús, y luego de ese último, llegó a casa de Carmen, en Aguas Buenas. “Ella trató de educarme, pero no pudo con mi rebeldía, los vecinos trataban de ayudarme cada vez que me daban los ataques de rabieta y las crisis como de violencia, y ella era una señora mayor y no pudo más conmigo y ahí me cambiaron de hogar”, relató Josué.
En Puerto Rico, no existen estadísticas que midan la cantidad de hogares sustitutos que visita un menor bajo la custodia del DF, ni el efecto psicológico de esos cambios sobre los menores.
Desde Aguas Buenas, Josué fue trasladado a un hogar sustituto en Gurabo. Allí lo recibió María, una trabajadora social retirada y a quien desde entonces él llamaría mamá. Josué se acercaba a la preadolescencia y con ella el aumento de rebeldía. Tras varios años de luchas internas con él mismo y externas con quienes lo rodeaban, María se había convertido en la única persona capaz de lograr canalizar sus emociones, implantarle disciplina y desarrollar en él un sentido de responsabilidad.
La relación con los trabajadores sociales
Si algo debiera mejorar el DF respecto al trato de los menores bajo su custodia, es el trato de los trabajadores sociales hacia los menores, de acuerdo a Josué. Hace falta, quizás, cierta cercanía, comprensión y comunicación más constante y profunda.
“Tal vez lo que debe implementarse es más comunicación directa con el individuo que están tratando, porque a nosotros nos tratan como si estuviéramos ausente, es decir, mis trabajadores sociales siempre se dirigieron hacia mi mamá, nunca vinieron personalmente hacia donde mí”, aseguró, exceptuando las ocasiones en que tenía que contestar preguntas protocolares para llenar bitácoras.
Cuando se publicó en Diálogo el documental antes mencionado, una de las entrevistadas también señalaba la poca presencia de trabajadores sociales o el contacto directo de ellos con el menor. La experiencia de Josué, en ese sentido, no parece haber sido muy distinta.
“La música fue mi psicóloga”
De pequeño, Josué había mostrado cierta inquietud o habilidad para las artes. “Yo dibujaba”, indicó. Pero en séptimo grado su pasión artística se inclinó hacia la música. En la escuela intermedia aprendió a tocar trombón, tuba y bombardino. Ya en octavo grado pertenecía a la banda escolar. “Para mí la música fue un modo de canalizar muchas vibras, ya fueran negativas o positivas. […] La música fue mi psicóloga”.
De modo que Josué continuó desarrollándose en la música. Así, en la escuela superior se propuso formar parte de la Escuela Libre de Música en Caguas. Aunque estudiaba en la Escuela Vocacional de San Lorenzo, el joven salía a las 3:00 de la tarde de una escuela para estar a las 3:30 en la otra.
“Me tardaba como una hora y media en llegar a Caguas en un trayecto de 20 minutos. A veces conseguía pon de amigos que me llevaban, pero llegaba y el profesor que tenía yo sé que valoraba el hecho de que yo llegara”. Su hermano menor, Emmanuel, quien María había logrado llevar también a su casa, había aprendido a tocar piano.
La música pues, los uniría más tarde con su madre.
Tras el encuentro (relatado en el video), Josué comenzó estudios universitarios, primero en la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Humacao y luego en el Recinto Universitario de Mayagüez (RUM), donde también formó parte de la famosa Banda Colegial. Pero algo más grande aguardaba en su futuro.
La familia se reúne
Tan reciente como este verano pasado, Josué recibió una llamada que cambiaría su vida. Se trataba de su hermana, a la que había dejado de ver cuando tenía cinco años. Ruth, la hermana, se casaría en junio y tanto Josué como su hermano menor estaban invitados a la boda, donde también se reencontrarían con su papá, su mamá y uno de sus hermanos mayores.
Aunque dudó, Josué y su hermano menor abordaron el avión que los llevaría hasta Nueva Jersey, donde reside la familia ahora. Allí, tras 16 años de ausencia, ambos hermanos se reencontraron con su papá. “Cuando me encontré con papá en Estados Unidos reaccioné como si el hubiese estado presente durante todos estos años de mi vida. Fui donde él, lo saludé, le pedí la bendición, le pregunté cómo le había ido el día”, relató Josué.
Su papá se había convertido en pastor de una iglesia que había fundado tras su rehabilitación de las drogas. Se había casado nuevamente y junto con su nueva esposa, rescató a la madre de sus hijos, quien finalmente se rehabilitó y también se mudó a Nueva Jersey. En ese reencuentro, contó Josué, hubo aclaraciones, pero no hubo reclamos. Era el momento de compartir, de recuperar el tiempo.
“En ese viaje pude perdonar a mi papá, frente a toda su congregación, en su propia iglesia y pude decirle que perdonaba de él todo lo que conocía y todo lo que no conocía”, aseguró.
Uno de los hermanos de Josué no habría participado del tan anhelado reencuentro. Arrastrado por las drogas, el mayor de los cinco moriría dos años antes de que su familia cruzara miradas nuevamente.
A diferencia de otros menores que han sido víctimas de maltrato en hogares sustitutos, Josué aseguró que nunca fue maltratado en ningún hogar. Por el contrario, reconoció que, con su rebeldía, pudo haber causado daño a quienes pretendían ayudarlo.
“Siento que yo maltraté a Carmen, donde estuve antes de estar con María, aunque en el momento yo no estaba consiente de que lo estaba haciendo”, lamentó.
Tras el viaje, Josué y su hermano están de vuelta en Puerto Rico. Ambos, decidieron continuar su vida junto a María, en la Isla, siguiendo la línea de los planes que tenían trazados. Josué se encuentra ahora en una pausa académica, aunque a partir de enero, continuará sus estudios en Ingeniería Química en el RUM.
“Nunca es tarde, porque si tuvieron que pasar 16 años para que un día todos estuviésemos juntos en la misma mesa cenando, definitivamente nunca es tarde, porque si tuve que esperar 16 años para darme un café en la mañana con mi mamá, nunca es tarde”, afirmó.
En algún punto de la vida, o quizás en varios, el ser humano experimenta la sensación de que se han agotado las energías. A veces un golpe puede azotar con fuerza y sin más, sucumbes. César Vallejo lo describió de la manera más cruda que pueda doler. “Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios”. El resurgir, sin embargo, puede ser una gran obra de amor.
Josué confesó que antes del viaje en el que se reencontraría con su familia había perdido el enfoque, las ganas. Un capítulo de su vida no estaba claro, se encontraba incompleto. Hoy, ha recuperado el andar.
“Bien vale la pena luchar por lo que sea que uno quiera. Una amiga mía me dijo que cuando más bajo uno cae es cuando más potencial uno tiene para subir y yo pienso que eso es cierto. Hay que actuar, hay que moverse. Lo importante es tener una meta y si no tienes una, encuéntrala”, puntualizó.
Un famoso refrán en Puerto Rico dice que “madre no es la que pare, sino la que cría”. Si bien Josué ha logrado descifrar espacios vacíos de su historia y entablar una relación con su madre biológica, el esfuerzo y entrega de María es más que reconocido por su hijo. Así lo dejó saber.
“Si yo tuviera la potestad en mis manos y el poder para hacerlo, yo le daría un premio nobel a mi mamá. Para mí ella se merece demasiado y nada de lo que yo pueda hacer va a ser suficiente para agradecer todo lo que ella ha hecho por mí”, aseguró.