La semana ha sido de debates, en Puerto Rico y Estados Unidos. El domingo pasado presenciamos cómo un espacio posible de comunicación política y cívica se tornaba en un cuarto de tortura cacofónica que fue desalentando a las audiencias puertorriqueñas, si los “me voy del aire” en Facebook son un índice.
Aunque los candidatos —sin excepción, aunque por diferentes razones— desaprovecharon la más de las veces la oportunidad para comunicar de manera sencilla, con apego a la información, y sin tanto postureo sus posiciones, creo que el formato del debate tuvo que ver mucho con el fiasco.
Podemos culpar a los participantes por disparar y “atacar en ristra” sin profundizar en asuntos claves para encaminar los tiempos procelosos en los que está el país. Pero el formato estilo ametralladora ayudó a pautar ese desorden. Menos preguntas, menos apremio por parte de los periodistas, quizás hubiese contribuido a que al menos alguna idea pudiera cristalizarse sin que el candidato de turno recurriera a descalificaciones y personalismos que, admitamos, salen más fácil por la boca en pocos segundos.
De por sí, la experiencia de televisión en vivo es complicada y requiere de mucha disciplina y economía en el decir para ser efectiva políticamente. Y por ello creo que el comité organizador debió pensar más en las audiencias. Al no hacerlo, el sesgo al caos y el espíritu de jauría se apoderaron del debate.
Por su parte, el último encuentro, en el escenario espectacularizante de Las Vegas, entre una alba y radiante Clinton y un embalsamado Trump, confirmó los peores rasgos del candidato republicano. Si durante la primera media hora, más o menos, se mantuvo en guión, le pudo más su debilidad infinita de denostar a las mujeres y a las minorías. Las referencias a “los bad hombres” que violan, asesinan y trafican desde la frontera sur o a las mujeres ávidas de fama que se prestaron a acusarlo como una faena política, lo regresaron a su verdadera personalidad: la del conductor de The Apprentice. Aquél que puede decir, sin límites: “You’re fired”. El debate también mostró la capacidad de la candidata demócrata para practicar el “spin” y evitar las situaciones minadas. Con excelente juego retórico, Hillary supo “cucar” al Donald en su vanidad, que es su punto G. Cuando Trump tuvo la oportunidad de conectar un buen derechazo a la candidata por su discurso ante los banqueros de Goldman Sachs, se tragó la carnada rusa que le lanzó su adversaria. El macho Alpha enardecido porque Hillary lo llamó marioneta de Putin, la perdió ahí.
El que se enoja, pierde, dice un buen refrán. Donald: nunca te metas con una “nasty woman”.