Everything can be taken from a man but one thing:
the last of human freedoms – to choose one’s attitude
in any given set of circumstances, to choose one’s own way.
–Viktor Frankl
Hace no más de dos semanas publiqué una columna en el periódico Primera Hora, donde relaté mi experiencia con relación a la enfermedad que padece mi mamá, conocida como Early Onset Alzheimer. Me confieso sorprendido por el alcance que tuvo el artículo y agradecido por los comentarios de personas tanto cercanas como distantes.
Las reacciones generales de la gente fueron de admiración, tristeza pero sobre todo de pena. Esto me hizo reflexionar profundamente sobre tal concepto. Me tomé la oportunidad para pensar en la diferencia entre pena y empatía. Entonces, la definición de pena en este contexto es la siguiente: aflicción, tristeza; sentir pena por alguien. No obstante, empatía se define: sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra; la empatía consiste en ser capaz de ponerse en la situación de los demás.
¿Por qué viene al caso tomar en consideración la diferencia de estas palabras? Yo insisto en que la diferencia de estos sentimientos o ideas radican en su uso real, en la práctica. Es comprensible sentir pena por un ser vivo que enfrenta circunstancias que son muy tristes o difíciles, para el que siente pena. Mi problema con este concepto es que se convierte en un sentimiento fugaz, que poco nos afecta o nos compete.
Por el contrario, la empatía tiene un enfoque práctico y directo en nuestro ser, en nuestra concepción de la realidad del yo y del otro. ¿A qué me refiero con esto? Es sencillo, la acción de ponerse en el lugar del otro tiene dos efectos prácticos consecuentes:
– El primero es evidente, al ponernos en el lugar del otro creemos entender los sentimientos o los problemas por los que este pasa, y entonces nos ponemos a su disposición para brindarle ayuda física o emocional.
– El segundo es más profundo, se esconde entre líneas, pero es de mayor importancia para nuestro ser. A partir de calzar por un instante los zapatos del otro, profundizamos a un análisis personal. ¿Qué haría si esto me pasa a mí?, ¿qué me ha pasado?, ¿por qué me ha pasado?
Esta secuencia de cuestionamientos personales nos lleva a una reflexión filosófica sobre nuestras vidas. Nos damos cuenta que muchas veces nos sentimos mal, tan mal que nos paralizamos y no encontramos como sentirnos bien sobre nosotros mismos. Esperamos a que una causa externa nos alegre, algún objeto o persona que nos dé razón para sonreír otra vez. Pero no debemos ceder nuestro bienestar a manos de terceros.
Es normal que como humanos no queramos sufrir. Vamos, ¿quién busca el sufrimiento? (solo aquel que encuentra placer de manera masoquista). Pero sufrir es un sentimiento humano, de hecho muy humano. Es lo que nos da contra el piso y nos hace ver que la vida que vivimos es real.
Si hacemos una concepción general de nuestro contexto, vemos que vivimos muy cómodos. Que realmente padecemos muy poco. Ahora, cuando padecemos se nos cae el mundo, nos autofusilamos frustrados pues el pasado no fue el que ahora deseamos. Pero pasó.
Cómo este texto es consecuencia de un relato, tomaré el espacio para hacer otro muy breve: Estaba en el hospital, me envenené con alguna comida y me sentía destruido por dentro. Al momento en que el doctor se volteó para colocar los tubos de sangre que me había sustraído, me desmayé. Cuando desperté en el piso frío de la pequeña sala, reflexioné: “Me siento tan mal, tan mal. Pero no siempre me he sentido así. Me he sentido tan bien, tan bien antes. ¿Quién me dice que no me sentiré así otra vez”.
El neurólogo y psiquiatra austriaco, Viktor Frankl, quien vivió en varios campos de concentración nazi, relató su experiencia en un texto llamado El hombre en busca de sentido. Uno de los momentos más chocantes del libro es cuando lo ingresan al primer campo donde lo despojan de su ropa, sus pertenencias, le afeitan todo el cuerpo y lo duchan desnudo junto a decenas de personas que como él, fueron despojados de todo. ¿Por qué viene esto al caso? Pasa que Frankl explica posteriormente en una entrevista su concepción del sufrimiento vs la desesperanza. Explica que la desesperanza es el sentimiento último que culmina en la dejadez y a veces en el suicidio.
“La fórmula es la siguiente, la desesperanza es igual a sufrir sin sentido”
Sufrir sin sentido. Qué poderoso. El sentido que plantea Frankl es una razón de existencia, esto es algo que encontraremos en la profundidad de nuestro ser. Cuando hice la reflexión, tirado en el hospital encontré un sentido. La vida es maravillosa, ¡por Dios!, estamos vivos.
En esa misma entrevista Frankl critica la absurda proposición de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos del derecho a perseguir la felicidad. El psiquiatra menciona que es imposible perseguir la felicidad, pues la felicidad tiene que ser un efecto secundario de nuestras vidas.
Aquí añado, que queramos o no, el sufrimiento es un efecto secundario de nuestras vidas y aunque no nos guste, hay que vivirlo, reflexionarlo hasta llegar a entender: si el sufrimiento y la felicidad son efectos secundarios de mi vida, y he sentido ambos, estoy vivo. ¡Qué maravilla!