Nota del Editor: Diálogo presenta en edición especial algunos de los textos escritos por los participantes del taller de Literatura y Escritura Creativa: Desde Adentro, impartido en la institución 945 del Complejo Correccional de Guayama. Hace un año, trece confinados se reencontraron con el lenguaje y como parte de la exploración de la palabra se convirtieron en escritores. Para algunos de estos confinados, esta es la primera vez que uno de sus escritos se publica de manera oficial, a excepción de Aníbal Santana Merced que ya cuenta con su primer libro. En los siguientes días, compartiremos esta muestra con nuestros lectores en la sección de Escribanía.
Escrito inspirado en fotografía de Jack Delano en Puerto Rico mío
Osvaldo Álamo Carpio
Recuerdo claramente como aquel hombre de mediana edad, pelo blanco y calvo parecía levitar. Adornado con su ropaje blanco bordado en dorado, su voz retumbaba en aquel claustro de forma intimidante. Su voz melodiosa mantenía a todos en un trance del cual solo salían cuando culminaba las estrofas de su recitar, seguido por la multitud que completaba a coro con un canto gregoriano.
Parecía que estaban hipnotizados. Su escenario estaba decorado con materiales tan brillosos que lastimaban la vista y figuras que parecían seguirte con los ojos sin importar a donde te movieras. Sus rostros llenos de dolor arrancaban lágrimas. Ese hombre allí parado parecía un santo y el ambiente lo ayudaba aún más, todo parecía tan espiritual. No se podría esperar menos, ya que el lugar donde me encontraba era la parroquia a la cual asistía cada domingo, sin faltar.
Mi abuela me obligaba a acompañarla para además de escuchar la letanía, aunque no entendiera ni pizca, ayudarla en su trabajo de limpieza de la casa parroquial. Nunca podré olvidar el primer día como asistente de Doña Carmen. Cuando al fin terminó el espectáculo celestial nos trasladamos a la parte posterior del edificio, entramos por una puerta que nos dio acceso a un amplio apartamento equipado con los más modernos equipos tecnológicos. Una decoración sobria pero de buen gusto.
Doña Carmen rápidamente se adueñó del lugar hablando entre dientes y organizándolo. Mi sorpresa fue grande cuando se abrió una puerta en el fondo y ante mis ojos de niño apareció el hombre que minutos antes con poderes casi sobrenaturales controlaba a una multitud. Más grande fue mi sorpresa al darme cuenta que el santo no era tan santo.
Ya sin su traje blanco, con un cigarrillo en la boca y botando humo hasta por las orejas se acomodó en un mueble y empezó a disparar órdenes. El cura acompañaba los cigarrillos con una bebida que al pasar de los años entendí que no era la sangre de Dios.
Fue en ese momento que pude percibir sus modales toscos y un acento desconocido en su voz. Con cada palabra y en cada gesto brusco, sus alas angelicales iban esparciendo sus plumas ante mis ojos. Toda su presencia divina desapareció. Al poco rato solo quedó un hombre, un hombre vulgar y tan mortal como yo. Ahora reconozco aquel sentimiento que me embargó, fue mi primera desilusión ante la primera persona que admiré y quise emular. ¿Cómo aquel hombre tenía la capacidad de camuflagearse como un ser celestial, hipnotizar con su voz, atraer a tanta gente y a la vez, ser como cualquier hijo de vecino? Desde ese momento empezó mi búsqueda de adquirir la capacidad de verme como un ángel comportándome como un machinero.
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