La velocidad y la rutina con la que regularmente vivimos y nos desplazamos por la ciudad logran coartar la posibilidad de que observemos detenidamente los discursos y las agendas socio-económicas que se crean en esos espacios donde trabajamos, vivimos, caminamos y compramos. Los excedentes que esa cotidianidad produce y los efectos que surgen a raíz de esas agendas, generan desechos. Desechos que son en ocasiones “basura”, pero que también son los deambulantes, los enfermos mentales y el tiempo invertido en la producción fuera del mercado. Muchas de esas cosas que para la producción capitalista son sobrantes, constituyen algunos de los elementos que nutren el trabajo de Omar Velázquez. Esa cotidianidad irreflexiva, muchas veces acrítica que habita nuestro día a día, da sentido a gran parte de su trabajo. Ante ello nos preguntamos: ¿es este cotidiano un marco impuesto con el que debemos convivir?¿Cómo un artista incide en su entorno y se mantiene vinculado a las problemáticas de su comunidad más inmediata?
Omar Velázquez se graduó de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras de un Bachillerato en Bellas Artes de la Facultad de Humanidades en el año 2008. Su educación en arte le ha permitido trabajar en la elaboración de pasquines e instalaciones en las que incorpora material gráfico, “basura” y objetos encontrados.
Entre los trabajos de este artista hallamos proyectos realizados fuera de los espacios regularmente asignados para el arte (entiéndase galerías y museos) y también vemos lo contrario; intervenciones en galerías donde a través instalaciones, Velázquez genera espacios que se asemejan a las casas improvisadas por personas sin hogar debajo de puentes o estructuras abandonadas. Con piezas hechas con cartón o materiales despachados trae a estos espacios las formas y discursos que en su entorno original son evadidos.
En la edición del 2009 de la feria internacional de arte Circa, Velázquez presentó un tendedero del cual colgaban unos paños largos y barnizados que emulaban la forma de la “penca” de bacalao ose vende en las plazas. Sobre esos trapos el artista dibujó personas a cuerpo completo colgadas de sus hombros. Estas ilustraciones de individuos que no eran modelos ni figuras canónicas, eran personas de la barriada Blondet de Río Piedras, comunidad donde se encontraba el taller del artista. La pieza, titulada “Sala-son” pretendía crear un paralelismo entre el folclórico mercado de alimentos y las tan de moda ferias de arte, donde se venden piezas de arte tal cual se vende lo último que queda del bacalao en la plaza.
Recientemente tuve la oportunidad de compartir en una conversación informal con Velázquez, en la que discutimos las ironías del mercado y la falta de criterio que existe alrededor del mismo. Un ejemplo de ello sería, la reaparición de artistas por el mero hecho de que su producto es fácil de mercadear y la ausencia de pertinencia contextual en cuanto al contenido de gran parte del arte que se muestra para venderse. Nos pareció que estos son efectos de la inserción de la producción plástica en un mercado hiperdinámico donde lo que se hizo ayer ya es viejo. Durante la conversación comentamos sobre la función de su trabajo en la calle y lo importante de que piezas como las suyas no sólo aparezcan en galerías, sino que sigan poblando las paredes y las aceras de la ciudad como lo hacen sus pasquines. En ocasión de esta reflexión compartimos impresiones sobre la instalación “Sala-son” recién descrita: ¡A precio de pescao’ abombao’!; como cuando te quieren vender lo último que queda en el mercado.
Este paralelismo entre la plaza del mercado y la feria de arte, en la que el artista trae lo de “afuera” hacia “adentro”, al igual que la muestra presentada en Galería Guatíbiri en Río Piedras en octubre de 2009 y la que se presentó en la Galería Luis Adelantado en Valencia en el verano del mismo año, no sólo hacen una crítica bastante explícita y llena de ironía sobre la naturaleza excluyente y acrítica del mercado, sino que recrean ese “adentro” y ese “afuera”, proveyendo un espacio donde lo excluido en la cotidianidad puede ser visto y reflexionado. Ese afuera/adentro reaparece en su obra: la “basura”, la almohada dura, el indigente, el “tecato” y las murallas de cartón que sobran de las mercancías recién puestas en las vitrinas de las tiendas. Estos elementos, vistos en el primer plano de una vitrina, revaloran radicalmente los objetos que el capitalismo desecha a través de la construcción visible de contradicciones estéticas, donde lo bello es lo feo y obviado, aquello que normalmente tiene lugar fuera de la galería y el museo. Tal cual Antoni Tapies y Alberto Burri hicieran a través de la propuesta informalista en Europa, Velázquez ahora desde Puerto Rico, le devuelve el valor a los desechos.
Como mencioné anteriormente, lo que es evadido en su entorno es llevado al lugar donde las cosas deben ser vistas. El arte sirve de herramienta y plataforma para mostrar lo invisible. Casi en tono de protesta, Omar Velázquez nos presenta lo que la sociedad desecha dentro de la galería o en los bancos de la plaza pública. ¿Cómo hacer presentes a aquellos que han sido borrados o desaparecidos conscientemente del organigrama social que se nos ha impuesto? El trabajo de Velázquez no sólo tiene un alto sentido de responsabilidad social y política sino que su proceso de producción está permeado de una honesta necesidad por formar parte de esos espacios y vidas relegadas. Omar no sólo se limita al desarrollo de su obra plástica. Al igual que el artista y profesor José Luis Vargas, ha explorado otras dimensiones estéticas más cercanas a las que se experimentan cuando se da un servicio. Tanto Omar como José Luis, han servido de maestros y recursos en proyectos en organizaciones y escuelas, a través de talleres, discusiones y ejercicios, comprometen su tiempo y su trabajo en una apuesta por generar experiencias estéticas en espacios menos controlados por intereses de mercado y agendas político-partidistas.
La colección de objetos que vinculan al artista con su entorno, evidencia una intención clara de mantenerse directamente relacionado con su contexto. Las cajas, las hojas de lotería, la sábana, e incluso los títulos, son puentes de tráfico de información directa con un entorno invisible ante nuestros ojos pero que el artista subraya y reubica para provocar un encuentro. Similar al trabajo de José Luis Vargas, cuando interviene maliciosamente sobre pinturas haitianas y nos presenta la “mutilación” de una obra (un documento), a la vez nos señala la triste situación de Haití. El caso particular de José Luis, además de servir como referencia, sienta un precedente en cuanto a las intervenciones artísticas en Puerto Rico. Podríamos entender por intervención un acto en el que un artista inserta nuevos elementos sobre algo ya existente. La intervención puede llevarse a cabo sobre una pieza de arte o en un espacio en la ciudad, por ejemplo. A pesar de que hemos visto en muchísimas ocasiones la apropiación de imágenes al servicio de la creación de nuevas imágenes, discursos y contextos, esta colección de piezas de José Luis, similar a como sucede con Combines de Robert Rauschenberg, dialoga políticamente con el arte mismo. Podría mencionar, también, el caso del dibujo de William de Kooning borrado por Rauschenberg. Velázquez por su parte, comenta en un registro similar al de José Luis Vargas, Rauschemberg y Marcel Duchamp cuando presenta el urinal en el museo, retando el espacio de exhibición y sus políticas de legitimidad y funcionamiento a través del ejercicio de apropiación e intervención.