“Adiós, adiós, adiós
Ciudad de mi querer
Donde con ilusión mi carrera empecé
Adiós mi Universidad
Cuyo viejo reloj
No volveré a escuchar…”
(Cancionero de la Tuna UPR)
El viernes 30 de junio, a las 11:30 de la mañana, varias personas comenzaron a ocupar la rotonda de la Torre que reside en el primer centro docente del país. Algunos permanecieron sentados en sillas blancas, reservadas y etiquetadas para su comodidad, mientras otras se desplazaron por el espacio, en busca de encuentros y palabras que hoy conmemoran la vida del maestro, sacerdote jesuita, amigo e historiador puertorriqueño, Fernando Picó.
La espera
En el interior de la Torre de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, hace calor y el vapor que se desprende del clima hace sudar a quienes se mantienen en la espera. Son las 11:44 de la mañana, pero el velorio no ha comenzado. Unos dirigen la mirada hacia las pantallas de sus celulares y otros conversan. La estructura del interior de la Torre fusiona y convierte en bullicio las voces de la gente que habita este espacio. Gente de la academia, gente de la comunidad, gente de la Institución. Gente. Amigos, compañeros y estudiantes que esperan pacientes la llegada de un cuerpo cuya vida aún se sostiene en los libros.
Esperan. Son las 12:12 de la tarde y continúa llegando gente.
Ella, de pelo castaño corto, no sonríe. Seria mira a quienes le rodean. Tiene un abanico de manos color crema. El movimiento de sus manos dirige el viento a su favor.
Ella, de cabello rubio y espejuelos oscuros, también lleva consigo un abanico de manos, uno azul clarito, y repite la acción. Y otras, como ellas, también se abanican mientras esperan. No todas tienen abanicos. Tampoco todos tienen donde sentarse. Pero han llegado. Son las 12:23 de la tarde y esperan.
Hay una fotografía que también espera que algo ocurra. Un trípode sostiene la imagen perenne. Es Fernando Picó, quien, como todos los demás, observa lo que ocurre y se hace infinito en la memoria colectiva de quienes le rodean.
Son las 12:32 de la tarde y algunos se comienzan a levantar de sus sillas. Las piernas comienzan a doler cuando sostienen una misma posición por mucho tiempo. Algunos presentes se levantan, se encuentran, se saludan y abrazan. Bajando las escalinatas también hay gente. Son muchos. Algunos se conocen y otros no, pero aun así comparten el espacio.
Llega el coche fúnebre. Cesa el bullicio y ocurre algo muy parecido al silencio. Quienes están afuera, observan.
“Hasta que la familia de él no llegue, no podemos comenzar, están estacionándose”, dice una mujer de pelo blanco recogido, camisa de botones blanca y pañuelo de cuello azul.
Afuera está nublado, pero aún no llueve. A veces pasa que la lluvia también espera.
Ya son las 12:50 de la tarde.
“Hagan espacio”, dicen quienes permanecen afuera.
Se abre la puerta del coche fúnebre y el féretro se desliza hacia el exterior.
Una bandera puertorriqueña, de triángulo azul celeste, descansa sobre el ataúd de madera.
“Cuidado, cuidado con el escalón”, dicen quienes llevan cuidadosamente el féretro por las escalinatas, en dirección a la rotonda.
Todos aplauden. Ya son las 12:55 de la tarde.
Elogio al historiador
Comenzaron los actos fúnebres y algunos seres ya fruncen el ceño de sus rostros humedecidos. Se quiebra el bullicio y quienes presencian el acto se contagian con suspiros profundos.
Desde el podio, representantes de la comunidad universitaria recuerdan la gentileza del colega historiógrafo.
Entre estos se destacó Raúl Reyes Chalas, estudiante del programa Anexo 292 de la Cárcel Regional de Bayamón. “Los seres humanos como Fernando Picó solamente mueren si nosotros permitimos que mueran. Gracias [Picó] por llamarnos estudiantes, no presos ni confinados”, expresó el alumno, antes de leer un poema colectivo de los 65 libros que Fernando Picó les motivó a leer.
“Las despedidas son tristes… ese momento en que se dice adiós, desgarra pedazos del alma… pero cada nuevo comienzo trae la alegría de un nuevo futuro y hoy, en este adiós, renace un nuevo comienzo”, agregó su hermana, Carmen Picó, mientras leía —como los demás— de un papel sus palabras.
Tres guardias de honor conformadas por expresidentes, rectores, representantes de la Junta de Gobierno, profesores, estudiantes y personal no docente guardaron silencio por tres minutos hasta que —tanto la Tuna, como el Coro de la Universidad— quebraron el aire con sus cálidas melodías. “¡Que viva Fernando! ¡Que viva!”, gritaron con fuerza los presentes luego de cantar el himno de la Universidad.
A las 2:00 de la tarde del 30 de junio de 2017, el féretro de Fernando Picó Bauermeister ya había regresado al coche fúnebre, pero antes de que se lo llevaran, una mujer deslizó su mano por la caja de madera para despedirse del hombre ingenioso cuya vida se conservará en las páginas de sus libros. Tanto por su legado historiográfico, como por su gentileza con los menos afortunados.