Imagínese que un día pasando por el expreso se encuentre con un billboard brillante que diga: “Dios es un precipicio”, sí, no es una errata, quise decir precipicio. Y escojo esa palabra para probar que muchos creerán que leían principio, lo que demuestra que estamos presos en el cerebro judeocristiano. Pero de eso les hablaré otro día. Hoy quiero hablarles de una idea que tengo.
A mí me encantaría poder escribir un poemario en billboards, y poder poner uno enorme que diga: “Dios es la letra, nosotros somos la canción”. Me explico. Desde hace mucho tiempo, tengo esta idea de hacer un “libro” de micro-poesía, en donde cada billboard sea como una página enorme. Para mí sería una metáfora fortísima. Pero no tengo el dinero para hacerlo, pues empiezan sin contar el arte y los materiales, en los 2 mil dólares de renta, y eso son los baratitos.
Investigué sobre la opción una vez empecé a ver esos grandes mensajes firmados por dios. Descubrí que esos espacios se los regalan a la “palabra del señor”. Yo, que adoro la metáfora, quisiera poder reclamar tiempo igual, y creo que para ser justos, deberían además de darle la pauta al dios cristiano, incluir en sus “doctrinas de billboards”: a la religión judía, musulmana, budista, etc. Creo que sería injusto si no se hiciera el acceso gratis para todos, incluyéndonos a nosotros, los ateos.
Pero más allá de la falta de acceso democrático a esos espacios tan frontales e invasivos, tengo que aceptar que me ofendo, pues hacen creer a todos que el mundo acepta ese dios que describen como un hecho. Nuestro país está lleno de creencias, y con una constitución que defiende la libertad de culto, todas deberían tener las mismas oportunidades. Me pregunto si me dejarían escribir en palabras gigantes las primeras dos páginas de mi poemario de billboards, el título: “La poesía es el cielo de la letra”; y el primer micro-poema: “Dios es una sombra de sombrero”.
Todo esto comenzó, al ver la ventaja que tiene la religión como ideología, en un mundo con tantas otras mejores formas de ser explicado. Recuerdo el primer letrero que leí, y que estuvo diciendo por un tiempo: “Si sigues usando mi nombre en vano, podría alargar la hora del tapón. Dios”. Ahora hay uno que dice que el fin viene, pero juraría que tendrá una segunda parte y se referirá a un nuevo monitor, o a un carro, o alguna otra mercancía. Lo que me lleva al meollo de mi comentario: dios es un producto.
Para mí exponer una “explicación” del mundo desde dios, y específicamente desde un dios cristiano, evidencia la falsa idea de igualdad y justicia que nos rige. Miren por qué.
Cada religión concibe su relación con la idea de un dios de forma distinta. Richard Dawkins nos dice que somos todos ateos de los dioses ajenos. Para cada cual, el dios desconocido (el del “otro”) es falso. La decisión de escoger una creencia sobre otra, no parece estar dada por otra cosa que no sea el poder político y económico. Las creencias que tengan el poder económico tendrán el poder político y viceversa.
Dios cambia a menudo, y unas iglesias nacen mientras otras desaparecen, y todas, reclaman tener el control sobre los asuntos de dios en la tierra. Además, sabemos que en la historia humana, las religiones que dominaron fueron las de los individuos que controlaban el poder económico. El cristianismo domina América porque los conquistadores europeos eran cristianos; y Europa era cristiana, porque desterró a los moros y judíos con una guerra. Nuestra historia establece que la conquista es la base de la “popularidad” de una creencia religiosa.
El dios más popular será el de mayor presencia en la vida pública. Lo que debemos entender es que una propuesta de fe, al tener acceso destacado, obtiene una ventaja social como creencia. La religión que domine la opinión pública gobierna, y no es la idea la que gobierna, sino sus líderes. La iglesia con poder político: esa que buscó votos y lanza candidatos, esa que puede entrar al Capitolio escoltada, y lograr primeras planas por semanas tras un comentario de odio; esa persona, se representa a sí misma. La fuerza de la religión es fuerza política para sus líderes religiosos, y punto.
Sabemos que dios existe como consecuencia histórica del miedo a la muerte. La debilidad frente a las fuerzas de la naturaleza nos hizo buscar apoyo esotérico como especie. Dios es el sufrimiento encarnado, es el dolor, y se convoca tras el miedo. Sin embargo, aún creo que todos tienen derecho a creer lo que les plazca, pero no creo que tengan el derecho a ponérnoslo a la cara, y de forma gratuita (literal y figurativamente).
Lo que somos hoy día tiene una historia antropológica, nuestra existencia no es estática. El ser humano no es el primer ser vivo, y no se hizo de un tirón. Nuestro proceso evolutivo nos llevó por una ruta, y lo que somos hoy es lo que llegamos a ser porque contrario a otros seres, sobrevivimos los cambios desde nuestro pasado remoto.
La evolución y los efectos de la genética en los seres vivos, no han sido estudiados cuidadosamente todavía por la mayoría de los individuos en la humanidad. El que exista la información como para explicar al mundo desde la ciencia, no ha logrado convertir al conocimiento científico en parte de nuestra cultura.
La dificultad que tenemos para aprehender al conocimiento que nos haría cuestionar la idea de dios, es consecuencia de tener que competir con instituciones que devengan su poder de lo que la humanidad ignora. La religión se difunde con más recursos económicos y humanos, y garantiza su perpetuación el evitar el conocimiento científico. Insisto, la evolución debería ser mejor explicación que dios y no lo logra por los privilegios de divulgación social que tiene la fe, y por los beneficios económicos y políticos que las religiones logran.
Lo que nos explica la evolución, la genética, y la física, contradicen cualquier prueba de dios. Sin embargo, es dios el pensamiento que domina la sociedad e igual que los que mandan, el dios que domina hoy es hombre, heterosexual (y creo que también es padre soltero), blanco, y capitalista, y por esto último es posible su participación en los medios publicitarios.
Parece que sólo a mí me sorprende que cualquiera se atreva a hablar por dios. Pero no soy bobo, y cuando leo un billboard me imagino a un grupo de publicistas alrededor de una mesa, pensando en un gesto de contribución social, y tratando de conseguir una forma de presentar su relación directa con el consumidor, para entrar en ellos por donde están convencidos que existe: en el consumo. (E. Canclini)
Pero el publicista no tiene porque creer en dios. Él o ella, apuesta a que apelando a la mítica “mayoría cristiana”, también tiene a la mayoría de los consumidores. La idea es vender. El espacio del billboard se consagra con sus textos blancos sobre fondo negro como los colores del cura que nos hace reír, porque con esa referencia tiene la intención de bendecir el gran letrero, que luego será ocupado por otro producto en venta.
Dios sale en donde mismo veremos un hamburguer, unos zapatos, o un rollo de papel sanitario, porque dios se vende. Dios es una mercancía. Y lo es porque hay personas que lo poseen, y tienen acceso privilegiado a él.
La lucha por el mercado espiritual, no parece estar muy lejos de crear sus propias guerras, porque la creación de mundos imaginarios, está toda inmersa en la conquista, y en el poder y los privilegios que da administrar el mundo de después de la muerte.
El que esté la firma de dios en un letrero en la autopista, lo hace real para el pensamiento social y su fase de consumo, además de robarle tiempo a otras mejores interpretaciones del mundo. Poner a dios en un billboard lo hace una mercancía, pero esa cualidad lejos de desprestigiarlo parece legitimarlo en nuestros tiempos. Los que controlan las marcas de dioses, son los que controlan el poder que de ellos inventan, y dios entonces no es dios, sino un hombre disfrazado, que habla para que lo compren o lo vendan.
*El autor es escritor, artista y productor audiovisual.