Oscar Wilde: poeta, esteta, decadente, alma sensible, uno de los que Rubén Darío hubiera incluido entre sus “raros”. Hoy reverenciado como uno de los grandes escritores que nos ha dado Irlanda, pero en su momento incomprendido y juzgado, ya no por su obra, sino por su comportamiento, lo que le convirtió en una figura maldita, como también le pasó a Charles Baudelaire.
Tras la tragedia de su encarcelamiento entre los muros de Reading, donde pasó dos años por un juicio que se volvió en su contra, finalmente murió en París tres años más tarde, pobre y solo.
En sus últimos años de exilio había adoptado el significativo nombre falso de Sebastian Melmoth (por la novela ‘Melmoth el errabundo’). Pero si honda fue la tragedia personal de Wilde, grande fue también el legado que nos dejó como escritor. Nos quedan, sobre todo, su afinada prosa en forma de epigramas y algunas obras inmortales como ‘El fantasma de Canterville’, o sus obras de teatro ‘La importancia de llamarse Ernesto’ y ‘Salomé’.
Pero hay una que, a mi juicio, destaca sobre todas las demás, y es ‘El retrato de Dorian Gray’. En esta su única novela, fechada en 1891, Wilde nos cuenta la historia de un pintor, Basil Hallward, que, impresionado por la belleza del joven Dorian Gray, decide hacerle un retrato. Charlando en el jardín de Basil, Dorian conoce a Lord Henry Wotton, empieza a ser cautivado por la visión hedonista del mundo de Lord Henry. Al darse cuenta de que un día su belleza se desvanecerá, Dorian desea tener siempre la edad de cuando le pintó en el cuadro Basil. Y cuando su deseo se cumple, Dorian entra en una espiral de perversión y libertinaje que irán desfigurando cada vez más el cuadro.
Wilde reescribe de forma magistral el mito de Fausto y aprovecha para retratar de forma crítica la hipócrita sociedad de su época, en violento contraste con la actitud amoral y epicúrea de Lord Wotton y de Dorian Gray. Pero es también una relectura del mito de Narciso y un ensayo sobre la vanidad y sus consecuencias. Es tan fuerte el atractivo de la obra que no es extraño que Enrique Corominas (autor de las portadas españolas de ‘Canción de hielo y fuego’) decidiera tomarse todo el tiempo necesario para adaptar la novela al cómic.
El texto, publicado este año por Diábolo, es ‘Dorian Gray’, un álbum exquisitamente editado en el que encontremos posiblemente la mejor obra de Corominas en el territorio del cómic hasta la fecha. Para ello, como no podía ser de otra manera, Corominas se deja influir por los ismos de fin de siglo, usando recursos de las obras del decadentismo europeo, con una paleta de colores vivos y de fuerte implicación expresiva, y con cambios de registro que potencian la intensidad narrativa.
El resultado: un tebeo lleno de sensualidad y preciosismo, donde cada viñeta es una obra de arte digna de enmarcar. Corominas ha sabido adaptar el texto de Wilde sin abusar de los textos, y aportando un toque personal en la que nos guiña el ojo a otras obras como las de Rossetti, Leighton, Beardsley o Lautreamont. Sin duda alguna, se trata de una de las mejores obras del año, que ya va por su segunda edición y que acaba de ganar el XII Premio de la Crítica al Mejor Dibujo. Por algo será.
Fuente Papel en Blanco