Las editoriales universitarias están viendo una época de cambios y un cambio de época. La revolución digital es a las publicaciones académicas lo que fue la invención de la imprenta a la sociedad letrada a finales del siglo XV: un nuevo paradigma. Pero este fenómeno tecnológico, cuyo influjo es solamente comparable, tal vez, con la revolución industrial, ocurre en el contexto de una crisis económica mundial de la que no escapan las universidades.
La velocidad del cambio y el encogimiento de los presupuestos presionan a los sellos editoriales universitarios, no solamente a diversificar sus métodos de producción (con lo que conlleva de readiestramiento de sus recursos humanos y gasto en una tecnología cara por especializada y movediza), sino, y sobre todo, a revisar sus políticas editoriales, a experimentar con nuevos modelos de negocio y a establecer redes de apoyo para conseguir nuevas fuentes de financiamiento y abaratar costos mediante la colaboración entre entidades pares.
Como si esto fuera poco, la sobreabundancia de contenidos obliga a repensar el fin mismo de las editoriales universitarias y sus objetivos de mercado particulares para que su oferta intelectual no sea irrelevante u obsoleta para la comunidad universitaria a la que sirven y desde la cual (y con la cual) operan. De lograr el equilibrio entre gasto, beneficio y pertinencia, depende la rentabilidad de estas empresas universitarias y su proyección e influencia cultural. Así era antes de la aparición del libro electrónico y lo seguirá siendo.
Este es el debate, la discusión viva que ocupa desde hace varios años a las editoriales universitarias en todo el planeta, y en particular, en los Estados Unidos. Según un estudio en progreso cuyas primicias fueron publicadas en el 2011 por la American Association of University Presses (AAUP), entidad que agrupa a las editoriales universitarias de los Estados Unidos, y de la que forma parte la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, el asunto no es tan simple como para llegar a la conclusión de que, para salvar a una editorial de la crisis económica, ésta debe pasar, sin transición, del libro impreso al libro electrónico.
De hecho, según la investigación, que es actualizada periódicamente y usa como fuente de información a las propias editoriales miembros de la AAUP (disponible en la página web de la asociación bajo el título Sustaining Scholarly Publishing: New Business Models for University Presses), las editoriales universitarias que están logrando enfrentar con éxito las exigencias del momento, y mantenerse a flote en tiempos de estrechez económica, son aquellas que sin abandonar el medio impreso, han incursionado en los medios digitales de manera ordenada y reflexiva. Para lo cual han creado sus propios modelos de segmentación de mercado, y han sido ingeniosas en la combinación de múltiples formatos, echando mano de los recursos disponibles al interior de sus comunidades universitarias (las bibliotecas e institutos de investigación, las oficinas de sistemas de información y los departamentos académicos especializados en tecnología, por ejemplo) y con entidades culturales afines –como los museos, fundaciones u otras universidades de la misma región– para financiar el gasto operacional.
Las estrategias
El menú de estrategias es variado y promete seguir evolucionando. Algunas editoriales han digitalizado solamente su fondo de obras clásicas, su backlist, y han liberalizado el acceso a ellas mediante el llamado open source (que es gratuito para los usuarios pero implica un costo para la institución). Este modelo, que podríamos llamar conservador, cumple con una función social de divulgación, pues revitaliza y exporta al mundo los textos que ya no se reimprimían, mientras que las novedades se siguen publicando en el formato impreso. En una versión más amplia de este enfoque, hay universidades que imprimen una tirada modesta de sus novedades y una vez han recuperado el gasto, publican y mercadean la versión digital, probablemente en edición corregida y ampliada. Las instituciones que están más avanzadas en el proceso, o que cuentan con una clientela amplia, han apostado a una combinación simultánea de e-book y papel para la publicación de sus novedades, y mercadean mediante impresión por pedido (book on demand) su fondo editorial inactivo.
La especialización de los centros universitarios también es un punto de creatividad al incursionar en la edición digital. Por ejemplo, universidades solventes y con amplitud de mercado han creado proyectos completos de digitalización para disciplinas puntuales en las que se consideran una autoridad, contando para ello con el apoyo tecnológico y financiero de fundaciones y asociaciones profesionales, así como de la universidad madre. Estos proyectos, generalmente, no son autóctonos de la casa editorial, sino iniciativas de los departamentos académicos que son acogidas por el sello de la universidad en su plataforma digital.
También el mercadeo de las obras se aprovecha de las nuevas tecnologías: desde colocar gratuitamente en la red el primer capítulo y el contenido de las novedades para promover la venta de las ediciones tanto impresas como digitales, hasta el mercadeo de colecciones temáticas, tanto en las páginas web de las editoriales como en las grandes distribuidoras tipo Amazon. Esto sin excluir la colocación de reseñas, blogs y la experimentación con la comunicación directa con el público lector a través de chats, Facebook, Twitter y otros, que son funciones de publicidad.
Todo lo anterior suena bien cuando se tienen los recursos a la mano, pero, para las editoriales de pequeño y mediano tamaño, cuya creatividad no necesariamente está respaldada por un buen presupuesto, incursionar en este campo puede ser abrumador. En el mercado, el precio de venta de los libros digitales todavía es relativamente bajo en comparación con los gastos de mantener vigentes las plataformas y sistemas operativos. Por lo cual es una opción en ascenso el establecimiento de redes de colaboración y consorcios locales o regionales para compartir gastos y servicios sin egreso de fondos adicionales. A lo cual algunas editoriales han añadido, también, la venta de anuncios en su página web como punto de recobro.
Las combinaciones son innumerables. La constante, según el citado estudio y otras fuentes, es que la impresión en papel sigue ocupando una buena parte del territorio comercial del libro, por ser el formato que más ingresos genera por concepto de ventas, y se anticipa que ello seguirá siendo así al menos por los próximos veinte años. Otra constante es la continua revisión y actualización de los modelos; algo que, de suyo, es un verdadero reto para unas organizaciones que, por su complejidad administrativa, suelen operar lento.
Scholarly communication
Desde un punto de vista más valorativo que operacional, las editoriales académicas que están logrando modernizarse y sobrevivir a la crisis económica comparten una actitud y una visión orientada hacia lo que el estudio de la AAUP y otros definen como scholarly communication. Es decir, se han embarcado en un esfuerzo amplio de intercambio de información y recursos entre los componentes que le dan vida: la facultad, el estudiantado, los centros de estudio e investigación, el personal especializado en la edición y producción de libros y la administración universitaria. La visión y la política editorial, el programa intelectual de una editorial universitaria, aunque casi siempre se delega en una Junta o Consejo, es un asunto que compete a todos los universitarios. Aun cuando la aldea global es una realidad, y gracias a la web el aula académica es el mundo entero, las universidades siguen siendo lugares con tradición y modos de hacer y pensar muy arraigados, distintivos de la región donde estén enclavadas, o de las disciplinas en las que se destacan. Las universidades siguen siendo centros de identidad cultural, y los sellos editoriales universitarios son el medio de divulgación idóneo de esa cultura. El prestigio de una universidad y el de su casa editorial suelen ser indistinguibles entre sí. Dime qué libros publicas, y cuánto influyen en los debates vivos de la academia, y te diré qué universidad eres.
Otra constante, por lo tanto, es la conservación del componente identitario que hace a una comunidad académica distinguible entre las otras. Las editoriales universitarias exitosas no diluyen su identidad en el llamado “interés general” para acceder al gran público. En cambio, han apostado a que es posible, si bien complicado, el mercadeo de la obra erudita o especializada; y la edición digital es un excelente instrumento para lograrlo. El volumen de ventas necesario para subsistir se encuentra, por supuesto, al trascender la inmediatez de la comunidad académica local, haciéndose presentes internacionalmente con los recursos que permite la red. Lo anterior no excluye la publicación de la obra de “interés general” siempre que su nivel intelectual o artístico sea digno del sello universitario que la prestigia.
La presencia digital, bien articulada, facilita la divulgación y revisión de los tesoros, esos clásicos que toda buena editorial académica tiene en su fondo, para que no sigan siendo piezas de anaquel y da, a las novedades, una proyección impensable antes de la existencia de los medios digitales. Permite, también, cierta velocidad en el proceso de publicación que aventaja a la impresión en papel y una capacidad de interacción que ayuda a los autores y autoras a mantenerse vigentes como interlocutores y pensadores y “conectados” entre sí. Lo que cambia, de una editorial a otra, no es si se incursiona o no en el libro o la revista académica digital, sino de qué manera, con qué fin, cuándo y hasta dónde.
La autora es editora en la Editorial de la Universidad de Puerto Rico.