Si en la caja de recuerdos que guarda su madre no hubiese una taquilla, vieja, hinchada de tiempo, quizá la historia sería distinta. Quizá Ricardo Olivero, cineasta, no estuviese entre dos territorios: Puerto Rico y Nueva York; dos puntos que se funden. También en aquella caja –miniatura llena de afectos– hay un diente, el primero, un mechón de cabello, el primero, y la memoria, como una polaroid, de los Juegos Panamericanos del ’79. Aquella taquilla cobra más sentido ahora que Olivero trabaja un documental, Nuyorican Básquet, sobre la selección que vio en sus primeros años y que es eco de ese cartón rectangular y añoso.
Arguye el mexicano Juan Villoro en su libro homónimo que “Dios es redondo”, en referencia al fútbol, pero más a la circunferencia del balón con que se practican ciertos deportes y al fervor que despiertan. En ese caso, Olivero sería del básquet un feligrés. En 2013 su hermano mayor, Fernando, le trajo varios cuentos de sus andanadas como reclutador de prospectos. Historias que detonaron la curiosidad de Olivero y que hoy permanecen vaciadas en un documento fílmico, hasta ahora inédito, sobre un puñado de deportistas que soñaron el juego de otro modo dentro y fuera del tabloncillo. Un sueño redondo, habría que añadir.
“Yo me crié en el baloncesto”, dice Olivero al otro lado del teléfono. No hace falta que lo repita. Desde que su hermano le trajo aquellas historias de jugadores nuyoricans, se ha aferrado a este proyecto como aquel náufrago a Wilson en la película que protagonizó Tom Hanks.
“El cine independiente en Puerto Rico es heroico”, continúa Olivero. Y tiene razón. Luego extrapola esa heroicidad a cualquier comunidad artística del País. Y vuelve a tener razón. En 2013 Olivero propuso su caballito de Troya a la Corporación de Cine –al momento se llamaba así– y para su sorpresa este fue admitido. Entonces recibió los préstamos monetarios y hubo que investigar, viajar, dormir poco, concertar entrevistas, hacerlas, editar, limpiar, montar y darse cuenta que al final faltaron hilos por tejer. Para ello, en días recientes, Olivero, quien junto a Julio César Torres es codirector del largometraje, han levantado una campaña en Indiegogo para colectar el dinero que falta. Para ayudar, visite www.nuyo79.com.
Pero hablemos del documental. Su argumento es sencillo. En la selección nacional de baloncesto que jugó la final por el oro contra los Estados Unidos en el ’79 algo pasaba. Algo en la forma de hablar: el spanglish como bandera. Y otro modo de ejercer el juego. Ocho jugadores eran nuyoricans, entre los que destacan Georgie Torres, Angelo Cruz y Raymond Dalmau. Por obra y gracia de nuestra soberanía deportiva, pues, fue posible el encuentro entre ambos países. Y alrededor giraba todo lo demás. Historias de migración, sacrificio, rechazo, superación. A ello habría que añadirle el convulso contexto político bajo la administración del entonces gobernador Carlos Romero Barceló. El documental narra lo anterior y no escatima en contextualizar los claroscuros de la época valiéndose además de una pluralidad de voces que le dan soporte y peso al material fílmico.
Olivero encuentra ingenuo no narrar esto en pos de higienizar la realidad. “Cada vez que un atleta se desempeña, hay todo un escenario alrededor que no se puede ignorar”, explica. Utiliza como ejemplo las protestas suscitadas en Brasil por la Copa Mundial del pasado año. “Me interesaba, no meramente el asunto deportivo, sino qué estaba pasando en el país cuando estos jugadores pelearon la medalla de oro con los Estados Unidos”, cuenta. Es iluso, deja entrever, no hablar sobre el caso del cerro Maravilla, o el vil asesinato de Carlos Muñiz Varela, no referirse a las tensiones de la diáspora, a la exclusión. “Nunca, nunca, los atletas entran a la cancha en una burbuja”, remata. Olivero tiene previsto estrenar el documental el año que viene. Sin burbujas.