El segundo Foro Social Mundial que se celebra en África podrá aparecer en las piezas de 20 segundos de los informativos de todo el mundo como una edición aún más festiva y colorida que las anteriores, con una mayoría de participantes africanos, seguidos de brasileños y, en mucha menor proporción, franceses. Un Foro marcado por las revueltas en Túnez y Egipto.
Sin embargo, igual que la marcha no fue tan festiva ni animosa, sobre todo a partir de la segunda mitad del recorrido, cuando el calor y el cansancio empezaron a hacer mella entre los asistentes, la influencia de las revueltas árabes apenas si fue visible en la manifestación y hasta el momento, ha sido más un referencia transversal en los debates que un asunto protagonista en las mesas, en una primera jornada dedicada a “África y la diáspora”, con una presencia mayoritaria de organizaciones senegalesas –casi la mitad de las 1200 registradas en el Foro–.
El Campus universitario Cheikh Anta Diop, una ciudad misma dentro de Dakar, donde se celebran la mayoría de las actividades del Foro, es una sucesión de edificios de mediados y finales del siglo pasado descascarillados donde la vida universitaria no se ha interrumpido. Los estudiantes, concentrados, repasan los apuntes a la sombra de los árboles plantados en los secarrales que hacen las veces de espacios de recreo.
Refugiadas de Sierra Leona hablan en un acto del Foro Social Mundial 2011, Dakar, Senegal.
Mientras, los miles de asistentes al Foro, 45.000 según la organización, intentan orientarse y encontrar en las facultades y en los núcleos de carpas de plástico alguna de las charlas o encuentros que hasta el día anterior no fueron conocidas, cuando fue publicado el programa de la primera jornada. En los laterales de las tiendas, en carteles pintados a mano, aparecen las actividades de las próximas horas: “Soberanía alimentaria en África”, “Democratización en el Magreb”, “Red de apoyo a los inmigrantes en su ruta a Europa”….
Pero en medio del aparente caos, el rumor de voces sólo interrumpido de vez en cuando por aplausos empieza a revelar que nos encontramos en un ágora, una asamblea donde tienen voz las grandes ONG y movimientos sociales, pero también pequeñas organizaciones y supervivientes que tienen pocas oportunidades no sólo de contar su historia, sino también de presentar su organización, su trabajo y sus demandas. Ésta es la historia de lo que ocurrió bajo uno de estos toldos amarillos ayer por la tarde.
Tras una breve presentación a manos de una voluntaria de la organización, Ann Igoroma toma enérgicamente la palabra, en inglés. “Soy refugiada de Sierra Leona en Senegal. Tuvimos que huir de nuestro país porque asesinaron a nuestros maridos, mataron a nuestros hijos, nos violaron“.
Son las cuatro de la tarde y el gesto del rostro sin edad de Ann, que mira a la única periodista en la sala directamente a los ojos, evidencia que no es la primera vez que cuenta su historia en público pero, sobre todo, que no es ésta la historia que viene a contar. Coge un puñado de papeles manoseados, desgastados de la mesa y los muestra a la sala: “Las Naciones Unidas nos dieron estos documentos acreditando que éramos refugiadas, que nos iban a proteger, que tendríamos una casa, que nuestros niños tendrían derecho a la eduación. Pero a la mayoría de nosotras Senegal no nos han reconocido el estatus de refugiadas y a las pocas que sí lo hicieron les dieron un documento sin fotografía de identidad que la policía no admite”. Ann muestra una y otra vez los documentos como si entre todos fuésemos a encontrar la respuesta al absurdo de una burocracia de la que depende su vida, pero que no responde a ninguna lógica.
En frente, una docena de mujeres que corrieron la misma suerte permanecen sentadas escuchando sus infortunios en boca de su portavoz. “Nunca pensamos que nos convertiríamos en indocumentadas. Muchas de nosotras dormimos en la calle, otras están en la cárcel…. Llegamos en los noventa, nuestros hijos han crecido aquí sin educación, algunos de ellos han terminado en la prostitución… No sabemos qué hacemos en este país y tampoco podemos volver a Sierra Leona aún”. Y se sienta. Mientras, algunas personas que han pasado ante la carpa han terminado entrando, escuchando y preguntando, por ejemplo, qué sentido tiene que Senegal no acepte como refugiados a aquellos que las Naciones Unidas reconocen como tal. Un abogado aclara que este país “sólo concede este estatus a un 10% de los casos que presenta la ONU”.
En ese momento otra mujer comienza: “Sí, soy refugiada, huí de la guerra, violaron a mi hija cuando tenía ocho años y mataron a mi marido delante de mí. Llegué a Senegal sin nada en las manos. Hemos hecho muchas conferencias de prensa pero luego no pasa nada…“. Es Neffie Jalloh, quien vuelve a mostrar los papeles que siempre tienen que llevar con ellas, que no les sirve para nada y que de desgastados dejan pasar la luz del mediodía.
Anna vuelve a tomar la palabra: “Más de una vez, nuestros hijos nos han preguntado para qué organizábamos actos públicos, para qué estábamos haciendo esa entrevista. Les contestábamos que para que nos ayudaran. Pero al día siguiente no salía nada en los medios y nos preguntaban qué habíamos hecho mal. Estamos cansadas de contar lo mismo y que no sirva de nada”.
En el público, el hijo de uno de ellas, mientras dejan la mesa a los siguientes ‘ponentes’, nos cuenta cómo tienen que buscarse la vida en la economía sumergida, él descargando barcos en el puerto, ellas cocinando para su comunidad, o en otros trabajos que no les permiten dejar de pasar hambre. El muchacho dice que consiguió llegar a Barcelona como inmigrante indocumentado a España hace poco más de un año. Fue deportado de vuelta a Senegal porque era donde la ONU le había reconocido su condición de refugiado.
Por su estabilidad en comparación con los países de la región, Senegal ha sido durante las dos últimas décadas el destino principal de los refugiados de las guerras de África occidental. Según los últimos datos de la Agencia de los refugiados de la ONU (UNHCR), en 2010 había más de 20.000 refugiados procedentes de toda la región, la mayoría de ellos de Mauritania, y esto después de que en los últimos tres años hayan sido repatriados más de 20.000 mauritanos que llevaban dos décadas refugiados en Senegal.
El día de la marcha inaugural, unas ancianas octogenarias portaban un cartón en el que pedían “Parar las deportaciones de mauritanos por parte de Senegal a Mauritania”. La explicación de esta extraña demanda tiene lugar hoy en esta misma carpa. “El sentimiento de ser refugiado nos une” dice el historiador Abdourahmane Allangara en francés mientras un joven le traduce, mal, al inglés para que todos los asistentes, especialmente las sierraleonesas, puedan comprender su situación.
El colectivo Unión para la solidaridad y la ayuda a los refugiados mauritanos en Senegal ha hecho bien en iniciar su ponencia con la historia del país mauritano. Repasa la segunda mitad del siglo XX, donde la discriminación de la comunidad negra por parte de la árabe bereber es cada vez mayor hasta llegar a 1989, cuando un conflicto fronterizo con Senegal desata una ola de violencia étnica contra los mauritanos negros que termina con la deportación de decenas de miles de ellos a Senegal y Malí, mientras que otros tenían que huir para salvar sus vidas. El gobierno mauritano materializaba lo que llevaba décadas transmitiendo: que Mauritania es un país árabe y que, por tanto, los negros no son mauritanos. En total, unos 60.000 mauritanos salieron del país y llevan viviendo más de 20 años como refugiados.
“Nosotros no somos consideramos mauritanos porque somos negros. Nos desprecian. No queremos volver”. Ésa es la consigna que en la manifestación inaugural y ahora en la mesa algunos de los afectados explican. “Nadie nos garantiza que nos vayan a devolver nuestras tierras, ni que no volvamos a ser torturados, vi aseinar a muchos compañeros que sólo intentaban volver a su país. Yo lo intenté y me encerraron dos años en una comisaría. Al final, el ministro vino y nos dijo ‘¿os queréis quedar aquí o marcharos de Mauritania?’ Entonces me dí cuenta de que yo ya no era de allí”. Quien se ha levantado y ha tomado la voz es uno de los mauritanos que piden no ser ‘deportados’ a su propio país.
Mauritania fue el último país del mundo en abolir la esclavitud, en 1980, pero sigue siendo una práctica constatable por cualquier visitante en el país fronterizo. Entre 300.000 y 500.000 personas negras, siguen siendo víctimas de esta lacra. Hasta 2007, con el inicio de una supuesta transición democrática en el país, por primera vez se aprueba una ley que castiga a los dueños de esclavos. No ha sido hasta este mismo mes de enero cuando por primera vez alguien ha sido condenado a prisión por esta causa. Por tanto, la situación de discriminación de los mauritanos negros por parte de los blancos árabes en este país sigue siendo tan flagrante que un grupo se ha organizado para pedir no volver a su país. “Al principio, éramos acogidos en las periferias de las ciudades del norte de senegal, pero al final hubo incluso vuelos militares que nos deportaban directamente en Dakar. Nadie nos ayudó y muchos terminamos viviendo en las calles, mendigando. Pero aún así, con todo lo que hemos pasado prefiero no volver. Con este color de piel no tenemos nada que hacer allí” sigue contando un hombre mauritano a un público que ha ido cambiando, donde han aumentado los rostros de europeos que superan los sesenta años y que, en muchos casos, desconocían esta situación.
Hasta aquí llega el rumor de la carpa de al lado, donde unos párrocos que trabajan en Mali, Senegal, Mauritania y Argelia ayudando a los inmigrantes en su camino a Europa explican las situaciones a las que se enfrentan diariamente. Un poco más allá, una colombiana analiza las contradicciones a las que se tienen que enfrentar las misiones internacionales de transparencia electoral…. El rumor engloba todo el Campus, y no se apagará hasta la noche, cuando los conciertos comiencen y vuelvan los colores y la música a la edición africana del Foro. A pocos metros de aquí, el ex presidente brasileño Lula da Silva, el de Bolivia, Evo Morales, entre otras importantes autoridades, han pronunciado discursos en actos multitudinarios en estos dos días de Foro. Muy cerca, refugiados de Sierra Leona y de Mauritania, también. Aunque estos últimos parezcan muy cansados de contar siempre lo mismo.