La palabra no es agradable al oído, pero la monocultura es uno de nuestros mayores tropiezos en la evolución de un pueblo. Digamos que es una muralla china ideológica, o un aislamiento tibetano donde la solemnidad espiritual es sustituida por una fuerza paralela, que la infusión de ideas herméticas con las que alimentamos nuestra alma política.
Es necesario conocer que al hablar de cultura podemos referirnos a (1) el sistema material definido como civilización y a (2) un sistema simbólico que capacita a una sociedad para que se estructure, se comunique y se auto-reconozca porque es dinámica y cambiante. Ambos, en su suma, articulan los rasgos de identidad para la subsistencia de un pueblo.
La nacionalidad, el lugar de residencia, visiones políticas, el idioma que hablan, el lugar de residencia, las afiliaciones religiosas y hasta los hábitos alimentarios son, entre otros, elementos constitutivos de una identidad cultural. Todo esto es rara vez debatido y cuestionado, hasta que consideramos que las condiciones culturales son plurivalentes, cambiantes y siempre en transformación, dado su realidad de interdependencia. Más descabellado es sugerir que las condiciones de cultura que identifican a un sujeto son de su libre e informada selección.
El producto contrario a esa concepción de una cultura interdependiente y multifacética es lo que se conoce como monocultura: un modelo fijo de condiciones con las cuales los ciudadanos deben adecuarse, o de lo contrario son aislados. Las categorías de etnicidad, raza y religión prevalecen en estos casos
Lo de monocultura en Puerto Rico es, como todo, aprendido. Primero fue bajo el dominio de España y luego bajo el de Estados Unidos, dos imperios expertos en monoculturizar la manera en que nos miran. Que no seamos ni uno ni el otro es un rasgo de Resistencia; también es indicativo que somos un país inacabado culturalmente –si bien inacabable-.
De esto podríamos estar hablando mucho más tiempo, pero baste citar un libro muy particular, La lengua de Puerto Rico, de don Rubén del Rosario, donde, si bien el autor define el habla puertorriqueña como una prolongación de las formas españolas, también resalta en el valor sintético de nuestro principal medio de expresión cultural. O sea, «La lengua en Puerto Rico, como la de cualquier otra nación, es resultado de una tradición larga y compleja […] porque el idioma no marcha solo y por su cuenta, sino entretejido, impulsado y retardado por nuestras peculiares circunstancias políticas y culturales», dice el estudioso.
Del Rosario también admite en su tesis que, en Puerto Rico, el idioma no es uniforme, y es lo que es básicamente su clásico libro. Ello implica que no existe una sola manera de hablar en puertorriqueño, y que es tan amplia, variada y rica como ir de Fajardo a Mayagüez.
Igualmente, tendría mérito visitar Los problemas de la cultura en Puerto Rico (1935) de Emilio S. Belaval, menos florido que Pedreira, pero con ideas sustanciosas.
La cultura entonces, como sistema simbólico, es maleable: se manifiesta y se reinterpreta. Se redefine. Crece. Tiene capacidad de enmendarse y mejorarse. De abrirse, sin dejar de ser uno lo que es.
Es así que la monocultura, ese deseo de unificar y homogeneizar atributos subjetivos como el gusto y la manera de pensar, o construcciones como la preferencia sexual o de religión, se acomoda como un mono en la espalda. Nos pesa. A veces, en su broma, coloca sus manos en nuestros ojos. La monocultura es el aire natural para la intolerancia, el fanatismo y el atraso como pueblo.
Pensemos en monocultura como decir monocultivo.
Todo lo que sea mono, es del reino del uno, el número solitario. Donde no hay dos, no hay diferencia, no hay selección y, por tanto, no hay democracia.
La monocultura organizacional –modelo vago de la alta modernidad, ya caduca– es el rasgo primordial de los partidos políticos en Puerto Rico. Y por eso ninguno ofrece espacio más allá de la desesperanza.
Pensemos que la monocultura, como limitación, es un espacio idóneo para el control, el aislamiento y la enajenación, formas de poder para los que nos quieren dominados, sumisos y poco letrados.
Es lo que Vandana Shiva ha llamado las "Monoculturas de la Mente".
La transformación de todo país, a estas alturas de la historia, debe ser una síntesis de memorias. Y bregar de aquí hacia el futuro.
Fuente Blog Munucias desde genérika