Un barco sale del puerto. Durante el trayecto, se reemplazan cada una de sus partes, una a una. A su regreso, ¿estaríamos en presencia del mismo barco? Este planteamiento fue motivo de fuertes discusiones en el siglo I a.C., según se desprende de la paradoja de Teseo, leyenda griega recogida por Plutarco. Entonces, o quizás mucho antes, la preocupación era la definición y el carácter del objeto; hoy a raíz del transhumanismo, la preocupación es la definición y el carácter del sujeto.
El transhumanismo, surgido del humanismo, apoya el desarrollo del posthumano. Esto es, un “nuevo ser humano” que en algunos casos pudiera ser tan diferente al actual que no será tan sencillo reconocerlo como tal. Es una forma de pensar que promueve, mediante la aplicación de la ciencia y la tecnología, superar sin restricciones —que no sean aquellas que nos impongan el avance del conocimiento— las limitaciones humanas fundamentales. Esto incluye eliminar el envejecimiento, así como transformar las capacidades intelectuales, físicas y “emocionales”.
En las áreas de la ingeniería médica y la biotecnología se hacen grandes avances en cuanto a la manipulación genética para corregir condiciones particulares antes de que se presenten; además, se llevan a cabo adelantos promisorios relacionados al trasplante de rostro y de órganos de animales humanizados.
En la nanotecnología, la biofísica y la bioquímica se trabajan exitosamente máquinas de tamaño molecular para la detección y tratamiento del cáncer al igual que otras enfermedades consideradas incurables. Todos estos ejemplos de desarrollo tienen intención terapéutica, por lo cual su valor para el ser humano es incuestionable y altamente deseable.
Sin embargo, hay otros desarrollos cuya sola intención es “mejorar” al ser humano. Estos pueden levantar serias interrogantes éticas en un plazo de tiempo mediano. A manera de ejemplos, en la inteligencia artificial y ciencias cognitivas, junto a las ciencias cognitivas, se trabaja en la integración artificial de circuitos neuronales para magnificar el rendimiento cognitivo; y en la ingeniería médica, se avanza hacia el trasplante de cabeza. Los cambios que estos puedan provocar podrían ser irreversibles, no necesariamente deseables, en cuanto a lo que entendemos como naturaleza humana. Inclusive puede invadir la posible “voluntad” inalienable del neonato sobre sí mismo como ser humano.
En el contexto del modelo económico de una sociedad hedonista, con una “lógica del mercado” y el valor asignado a la competencia de algunos padres en la educación de sus hijos, estos procesos de “mejoras” pudieran ser sumamente peligrosos y discriminatorios entre clases sociales. Bajo el pretexto de “mejoras” pudiéramos comenzar a dejar de ver la tecnología como extensiones de las capacidades del ser humano y vernos a nosotros mismos como “la otra tecnología”.
¿Qué significa ser humano? ¿Un “empaque alterable” o algo muy especial —en términos genéticos, antropológicos, culturales y espirituales— que merece ser cuidado? ¿Crear un posthumano para qué? ¿Quién define el nuevo humano? ¿Quién realmente se beneficia? ¿Quién establece los límites de lo ético? En síntesis, proponemos ante los diversos desarrollos un optimismo crítico, y sobre todo, íntegro.
Retomemos la paradoja de Teseo, ahora con mayor sentimiento porque se trata de nosotros mismos. Un humano “sale de un puerto”. Durante el trayecto, se remplazan cada una de sus partes, una a una. A su regreso, ¿sería el mismo ser humano? Más aún, ¿sería —todavía— humano?
Quizás, el verdadero transhumanismo no será causado por alteraciones físicas a la entidad humana, sino por cambios de perspectiva con respecto al mundo provocados por la erosión de las fronteras entre las distintas disciplinas del saber.
Quizás superemos nuestra condición humana cuando finalmente aceptemos que todas las ciencias —dígase, todas las búsquedas del saber— son meramente distintos aspectos, o rutas, de nuestra eternamente autoimpuesta peregrinación de entender los misterios del Universo y, en particular, a nosotros mismos.