No le robaba nunca a nadie (a nadie en especial)
ganó un orzuelo de tercer ojo y su nariz sangró.
No hubo caricias para su celo moro
y ahora mira crecer las flores desde abajo.
¡Safó!
Etiqueta Negra – ‘Los Redondos’
Las criaturas se distinguen entre las que tienen miedo y las que no.
Se llama Fede, pero también responde por el 22. El loco representa también ese número en la quiniela (la lotería popular argentina), y también coincide con los dos tatuajes que lleva del Lobo, símbolo de Gimnasia y Esgrima. Los otros leen “muerte a la gorra” [policía] y “Cata te amo”, uno en la espalda, otro en el brazo. Guarda debajo de un gorro gris de lana roto cicatrices varias en la cabeza. Mientras habla, se traba con el labio inferior, pronunciado, habla lento, “chamullea” [miente]. Pero siempre mira, con los ojos bajos y la mente suelta.
Cuando nació y se criaba, en un barrio rural y ocupado cercano a La Plata, Argentina, su madre se dedicaba por entero a las drogas y tenía cinco hermanos. Calles de tierra y chuecas capas de chapa y cartón recibieron otros cinco. Al padre no le habla, sólo lo recuerda pegándole a su vieja, cuando se fue y él tenía 3 años. Padres hay muchos, dice, madre una sola. Fue a la escuela hasta el segundo año.
A los 7 dejó la casa.
Fede se encontró con un 22% del país desempleado y el 54% en situación de pobreza. Entre saqueos y casas tomadas había un 28% de indigencia en el país. Fue solo uno más de los “pibes” que se sumó a los bancos fríos de alguna plaza. En 2005, el gobierno arrojaba una cifra de 4.000 chicos en la calle. El año pasado, una ley habilitó el voto joven, desde los dieciséis años. Este año el debate se instalaba sobre la baja en la edad de imputabilidad.
En un fallo reciente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sancionó al Estado argentino por la aplicación de la pena punitiva máxima, al considerar que no cumplen con “la finalidad de la reintegración social de los niños” y las expectativas de resocialización. “Además, por su desproporcionalidad, la imposición de dichas penas constituyó un trato cruel e inhumano, y violó el derecho a la integridad personal de sus familiares”, sostiene la sentencia, que data del 5 de julio del 2013.
Con la sanción del tribunal internacional, la Argentina “incumplió su obligación de adoptar disposiciones de derecho interno, ya que el ordenamiento legal argentino permite la posibilidad de imponer a niños, sanciones penales previstas para adultos”. Por lo tanto, el país deberá readecuar un sistema jurídico juvenil, junto a políticas públicas orientadas a la inclusión del niño y a la prevención, en el marco de la CIDN.
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A Fede lo conocí en la Plaza Rocha, frente a la biblioteca y la facultad de Bellas Artes de La Plata. Allí “chupa” [bebe] y “se pone loco” hasta que se queda dormido y todo vuelve a empezar otra vez. El triángulo que forma la plaza es habitado por la biblioteca de la Universidad y fingido silencio, y detrás, como recordatorio de otros jóvenes, la Facultad y la Plaza de los Lápices se alzan, desembocando en el vórtice de unos árboles perfilados y majestuosos. Si Rocha, el fundador de la ciudad, supiese que su monumento ha visto tanto…
También a los 7, Fede conoció el estadio de fútbol y a su club: Gimnasia. Aprendió a cantar, yo te sigo a todos lados, de pendejo [de pequeño] que te aliento sin parar, de pendejo que defiendo estos colores, sos mi vida nunca te voy a dejar.
En Buenos Aires cientos de chicos venden flores por las veredas, limpian vidrios, dejan tarjetas en el tren a cambio de monedas. Usualmente, con mensajes de amor. Otros simplemente, piden. A Fede no le gusta eso: él roba. Entre ellos se ayudan y “si alguno jode, lo sacan cagando” (a palos). Camina medio cojo, mira sin parar, quiere ver cuál será la presa, para atacar sin piedad y sin pena. Come y a veces le sobra para drogarse. Y vuelve a estar “puesto” [listo] para robar de nuevo. Las oportunidades las ven sólo los vivos y Fede lo es, aunque no se sabe hasta cuándo.
Según el último informe oficial, en el 2007, se registraron 6.299 menores de 18 años en dispositivos penales juveniles por orden judicial por ser sospechosos o estar imputados por haber cometido algún delito. De ellos, 1.529 estaban privados de libertad en institutos de régimen cerrado, con alambradas o muros y policías que los controlan; y 270 estaban internados en establecimientos en régimen semicerrado.
“Lo único malo es la yuta” [policía], dice de su día a día, con acento en el rencor viejo. “Todo el día amenazando, circundan la plaza, molestan: miran mal, con el dedo pulgar se cruzan el cuello como diciendo “te voy a matar”.
Desde el punto de vista legal, los regímenes especiales para los menores en conflicto con la ley deben estar inspirados en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (CIDN), celebrada en 1989 por la Asamblea de las Naciones Unidas. Por entonces la norma constituyó un cambio de paradigma en cuanto al trato a los menores, “aunque en América Latina su vigencia es desigual, en algunos casos lejos de lo deseable. Lo que es un tema tabú a nivel local, en la región la mayoría de los Estados ya lo resolvieron, con mejores y peores resultados.
En las últimas dos décadas, a lo largo y ancho del continente se legislaron sistemas especiales de responsabilidad penal juvenil, cuyo margen de edad suele fijarse entre los 12 y 18 años, aunque en algunos casos arranca en los 13 en Paraguay, Uruguay, Nicaragua, Guatemala, y en otros a los 14, como en Chile”, relata el mismo informe.
Otros, dan cuenta de que el incumplimiento de los tratados internacionales trasciende nuestros países latinoamericanos. En la actualidad, en los Estados Unidos, se encuentran cumpliendo cadena perpetua sin posibilidad de excarcelación casi 2.500 menores. 79 de ellos tienen menos de 14 años, según cifras de Human Rights Watch. A su vez, casi dos tercios de estos menores son de origen afroamericano o latinos y varios llevan más de media vida encerrados.
El número se completa con que 175 son niñas.
Acá, en su plaza, Fede parece estar siempre alerta, tranquilo, escaso de movimientos, de huesos grandes, un par de libras que se mueven como un sigilo: es la sombra que se le escapó hace tiempo. Es la que va unos metros antes que él. “Todo se aprende mirando” cuenta, escribe torcido otro 22 y agita esa risa feroz. Este lobo sabe reír.
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No sé cómo voy, no sé cómo vengo, borracho, drogado, te vengo a alentar, la banda está loca, se va a todos lados, pincha refugiado te vamo' a matar, vamos basurero, que todo está bien, como siempre te seguiré, como siempre te alentaré, vamos basurero, vamos a ganar, que la vuelta vamos a dar, que a los pinchas vamo' a matar, que la 22, la vuelta va a dar, que la 22, la vuelta va a dar.
Más de una década antes de que pasara por acá Fede, Marcelo Amuchastegui, el Loco Fierro, caía preso en una cárcel de Córdoba. Al salir de la prisión, Menem ya era presidente y los 90 amanecían con desalmada esperanza en Argentina. La 22 adquirió su nombre en honor al Loco, quien junto al “Negro” José Luis Torres convirtió la hinchada “del Lobo”, en su momento, en la más temida.
Siempre en caravana, como esta banda ya no queda ninguna, que todos los domingos copa las tribunas (gradas), al Lobo se alienta con el corazón, esta banda loca te quiere ver campeón, se toma se toma todo el vino y cerveza, al lobo lo alentamos todos de la cabeza…
Cuentan que se cruzó de gradas en un clásico a recuperar una bandera de Gimnasia y los hinchas de Estudiantes (los pincha), sus rivales eternos y con quiénes se disputan la popularidad en la ciudad, no dijeron ni palabra. La más popular entre sus historias ha de ser cuando llevó el primer telón a “la bombonera”, en la época del Abuelo (uno de los barra bravas más temidos, la hinchada más violenta de Boca en los años 80), le dio una paliza, disputándose el poder al menos desde ahí, para los hinchas de Gimnasia y Esgrima La Plata, uno de los primeros equipos de fútbol de Argentina, que si bien nunca acumuló campeonatos (nunca han ganado ninguno, en realidad), no se cansa de gritar, llega la gloriosa 22, llego la hinchada, esta hinchada que grita y alienta sin parar, ¡vamos Lobo, vamos a ganar!
Estadio La bombonera, Argentina.
El Loco Marcelo se aferró a un nuevo amor, casi veinte años menor y tuvo una beba. Un año después lo mataron de un balazo por la espalda en Rosario, un sábado previo a un partido entre Gimnasia y Rosario Central, mientras presuntamente robaba una joyería. Dicen que fue la policía de aquella ciudad, por encargo de la barra contraria, apodada “canalla”. Miles asistieron al funeral, que copó las calles de La Plata de azul marino y blanco, de luto y lágrimas.
Yo paro con una banda que es la más loca del mundo entero, llega tocando el bombo con la alegría del basurero, recorriendo los barrios del Buenos Aires y del interior, por eso allá en La Plata la bautizamos la 22, se viene la 22, la 22, la 22 locura y descontrol la 22, la 22.
-Con la banda he viajado por toda Argentina y llegado hasta Brasil.
-¿Y quién es Cata? ¿Tu madre?, le pregunto. El tatuaje es tosco, de letras muy finas. Un trazo bastante impreciso en el brazo derecho.
-No, es una piba que andaba conmigo.
Debió quererla para ponerla junto a la vida. Porque él quiere ser el Loco, espera, camina y espera, merodea por el bosque y la ciudad. Los de la hinchada lo ven, parece el Loco Fierro mismo. Es él, Fede tiene que ser él. Tiene 15 y lleva con los ojos verdes y la risa alta, siempre la camisa de la hinchada, el escudo de su equipo en la muñeca izquierda y rota. Se lo hizo “la cana” [policía] un día que se robó una moto. Lo persiguieron, lo atropellaron con la patrulla y “lo cagaron a palos”. Tenía trece años. Un bosque turbio, de árboles inmensos y mística sublime es la casa del Lobo. “Al bosque no vayas de noche”, le advierten todos los nuevos en la ciudad.
Como boca cerrada que salta en aullidos, se prende de miradas, de escondidos y refugiados, que al toque de luz dejan de ser. Presa que cae en el bosque, llega a garras de quien sabe sus mañas, sus líneas, su estrechez profunda. Un excedente de verdor callado divide los espacios, el centro urbano de una ciudad planificada y moderna, unas cuantas facultades universitarias para asegurar el flujo de transéuntes y el barrio “tripero” (que viene de las tripas que se sacaban en un frigorífico de esa área industrial donde se procesaba carne).
En el bosque encuentra fuerza. Entre la arboleada hay un cosmos, entre viento constante, circular y frío. Pasa todo y nada. Fede es como el bosque: ni pide, ni espera. Pero tiene cicatrices en la cara y en los brazos que ya se le olvidaron, o que no quiere contar. Un toque de cumbia, un “porro”, y una cerveza le cambian “la jeta” [cara], empieza la fiesta, al Lobo hay que apoyar, este puede ser el día, que vamos a ganar.
Porque es la hinchada que no abandona, “el que abandona no tiene premio”. La que da el aguante y cantaen el bosque me enamoré de ti, en el bosque, yo me voy a morir, es la banda, que se coge al león, todos saben que en La Plata mando yo, quien tiene ahora un nuevo 22.
Una edición de este texto fue publicado originalmente en la revista FronteraD en España, y republicado en Diálogo Digital con permiso de la autora.
Diana Ramos Gutiérrez es editora y periodista. Egresada de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, cursa una maestría en Comunicación y Derechos Humanos en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata en Buenos Aires, Argentina. Es colaboradora permanente de Diálogo Digital.