Los rayos del sol quemándole la piel, el ruido molesto de los autos y frases de conductores como “salte que te llevo con el carro”, “no tengo chavos” o “vete a trabajar como yo”, era el escenario que enfrentaba Antonio (nombre ficticio) todos los días.
De eso ya van siete años, y hoy a sus 38, Antonio recuerda sus jornadas en las calles de Ponce pidiendo chavos para “curar” su adicción a las drogas.
Antes de vivir en las calles, trabajaba en el desaparecido Hospital Distrito en el área de Psiquiatría en la Ciudad Señorial y vivía con sus padres en el pueblo de Guayanilla.
“Comencé a los 12 años a fumar marihuana”, recuerda. Y cuatro años después con la cocaína “por curiosidad y presión de sus amistades”.
Más adelante, a los 24 años, tuvo una pareja con quien compartía sus vicios.
“Una noche detrás de mi casa mi pareja y yo comenzamos a inyectarnos “manteca” (heroína). Él y yo utilizábamos todo tipo de droga como perico (cocaína) y con el tiempo nos fuimos a deambular” relata el segundo de cuatro hermanos.
Según cuenta, pasaba sus días en la calle con un vaso plástico en mano, su ropa destruida y con un gran vacío en el estómago hasta que el sol era reemplazado por la luna.
Al final del día recolectaba entre $80 y $110 para comprarse un “speed ball” ( mezcla de heroína y cocaína).
“Dormía en un ‘hospitalillo’, que era la casa de los usuarios de droga del área. Allí se encontraba la droga más fácil porque llegaban muchos adictos a buscar su dosis” detalla el entrevistado, quien reconoce que la muerte de su hermano mayor a consecuencias de la droga lo hizo recapacitar y pensar sobre el daño que se estaba haciendo.
El tiempo como enemigo
Al recordar sus vivencias lejos de su familia, Antonio, recuerda que una señora le decía todos los días que nunca dejaría las drogas y que éstas lo llevarían al cementerio.
Pero, las acciones de Antonio no sólo lo destruían a él. Por ejemplo, según recuerda su hermana “un día estaba con mi madre y vi a mi hermano pidiendo dinero en las luces y aceleré el carro porque sentí coraje al verlo buscando dinero por pena cuando no tenía la necesidad de hacerlo”.
Al pasar los años, Antonio pensaba que el tiempo era su peor enemigo y se entristecía al pensar que de seguir siendo un usuario nunca realizaría su sueño de convertirse en un profesional.
Un día una mujer policía se le acercó y lo exhortó a participar del programa “Devuelta a la vida” de la Policía de Puerto Rico para así escapar del mundo de las drogas.
“Esa mujer me llevó a ‘curarme’ porque decía que no podía ir al programa sin ningún indicio de droga. Estuve un año en rehabilitación en ese programa” , explica Antonio, mientras su mirada lentamente se va ahogando en lágrimas.
Logró escapar del mundo de las drogas y obtuvo un bachillerato en ciencias de enfermería.
Actualmente, Antonio es enfermero en una institución penal en el área metropolitána y aunque sus días comienzan con un sol brillante, ya los rayos no le grietan la piel. Se dirige al trabajo en su propio carro y desea continuar sus estudios posgraduados en el área de psiquiatría.
“A los jóvenes les aconsejo que nunca dejen de soñar porque ese día será crucial en sus vidas. No pierdan la fe en Dios que es él que guía nuestros caminos, hacia un camino lleno de alegría y triunfos. Nunca permitan que sus debilidades se conviertan en su peor fortaleza” concluyó Antonio, quien en un futuro desea impartir clases a los futuros profesionales de la salud en el país.