¡Qué pesadez! Qué mucho cuesta levantarse; das vueltas en la cama, el día oscuro como la noche ante tus ojos. Dicen que todos pasan por esto a la hora de comenzar el día, pero la realidad es otra. No todos degustan el amargo sabor de la mañana de la misma manera, algunos siente que la cama se aferra a su cuerpo, otros engañados por el olor del café jadean animados…
Te levantas, a veces con ella…nunca sin ella. Aún así, decides ignorarla. Con los pies arrastrados, te dispones a hacer el café, vas al baño y tarareas una canción para pretender que estás bien. Nada pasa. El sentimiento es el mismo que el de ayer.
Peor aún es cuando sabes que tienes mucho para hacer, entre la Universidad y el trabajo no das a basto, no porque estés vago, sino porque ya nada es como antes. Nada te mueve.
Comienzas a entretener la idea de que estás perdiendo la noción del tiempo, la cordura tal vez, contemplas la ilusa acrobacia de no saber quién eres. Los 24 años tocan a tu puerta sin perder el tiempo y no es fácil darle la bienvenida.
“¡Qué felicidad, un año más!” Menos aún quieres ese año adicional cuando sólo trae dolores de cabeza, pues resulta que para el Gobierno eres completamente independiente y tienes que llenar la planilla solo. ¡Sorpresa! Que tus padres te añadieron como dependiente en su planilla y si la ajustan sales igual de mal parado que si la dejas así, pues de todas maneras tendrás que pagar la matrícula de la Universidad a cascajo.
Que tu padre, a pesar de lo trabajador que es, tiene un pasatiempo muy airoso y peculiar conocido como alcoholizar el alma, y tu madre trabaja de sol a sol con mil y un condiciones de salud; a pesar de esto, pretenden estar bien. Sonrían, la familia feliz está a la vuelta de la esquina.
Intenté este semestre encaminarme, enfocarme en los estudios y en oportunidades de empleo que surgieron, y debo admitir que funciona, así como funciona darle cantazos al starter del carro cuando sabes que debes llevarlo al mecánico y cambiarlo de una vez.
¿Quién me puede decir cómo no caminar junto a ella? Y no hablo de la sombra que entre la luz y su ausencia nos regala para compañía en momentos de soledad. Hablo de ella, quién se siente nefasta a todas horas, que arranca la felicidad como el fuerte oleaje al naufrago, que sabe el lugar exacto y la emoción precisa a embargar, que juega el papel ausente frente a los demás para hacerte quedar mal. Ella.
“Que no tienes nada, que debe ser la tiroides”, dice mi mamá. Hace un año no me mencionó la tiroides, ahora el “achaque” tiene nombre. No recuerda ella que hace un año Zoloft no lo medican para la glándula endocrina, que ni el psiquiatra y el psicólogo tratan tales males…
Puedo decir que suelo sentirme bien, en algunas ocasiones, que muchos creen que me siento así por que así lo quiero. Hace un año ignoré los medicamentos, ignoré seguir acudiendo a mis citas con el famoso psicólogo, conocido como “loquero” según el coloquio puertorriqueño; sin embargo, ignorar no sirve de mucho. Ella duerme conmigo y se hace grande a medida que pasa el tiempo.
No pretendo que me lean y me entiendan, mucho menos quiero pena de su parte pues de nada sirve, pero sí quiero que si me leíste a regañadientes, comprendas que no eres el único montado en el carrusel, que los caballos y los banquitos de colores son un comfort zone de donde debes y tienes que salir, que no debes temer expresar cómo te sientes, y que te muevas a buscar ayuda, pues sólo tú puedes tomar la decisión.