Ya alguna vez he contado lo que me gusta la obra de Haruki Murakami, que sin que llegue a ser un autor esencial para mi, es como ese amigo al que uno siempre se alegra de volver a ver aunque lleve tiempo sin acordarse de él.
De todos los escritores asiáticos, solo varios japoneses han logrado hacerse sitio en mis estanterías. Pasé una época "Mishima" bastante fuerte y luego vinieron Kawabata y Kobo Abe (por cierto, que tengo una gana loca de releer "La mujer de la arena"). Desde hace unos años la antorcha literaria nipona en mi biblioteca la porta Murakami. Creo haber leído todo lo que se le ha publicado en castellano (lo cual es mucho) y alguno he releído en inglés. Unos más y otros menos, los he disfrutado todos.
Si yo no tuviera esta boca tan grande y opinara tanto sobre cosas que no siempre puedo explicar, diría que Murakami es un escritor muy "japonés". Al menos lo que un español que no ha estado en Japón en su vida y no ha tenido más trato con japoneses que con Shin-Chan por imposición de sus hijas podría llamar "muy japonés". Me explico: hay ciertos elementos que pueden seguirse trazando una línea entre los cuatro escritores japoneses que he mencionado antes. Algunos de ellos están en el extremo de lo "muy japonés", probablemente el Nobel Kawabata y el tradicionalista Mishima. Murakami está para muchos en el extremo opuesto, el extremo de los más occidentalizados entre los escritores japoneses. Pero en todos ellos me parece encontrar una sencillez que inicialmente puede llamarnos la atención por excesiva. Los personajes parecen casi infantiles en su forma de razonar algunas veces, se tragan explicaciones que ningún occidental admitiría sin alzar la ceja, perdonan auténticas canalladas que les han amargado la vida durante dieciséis años sin protestar ante una explicación que no lo explica todo, están tranquilos en situaciones en que un occidental treparía por el Empire State más rápido que King-Kong… Pero finalmente yo he llegado a la conclusión (que puede ser totalmente errónea, ojo) de que esa es la forma de ser y pensar japonesa, tan difícil a veces de conciliar con la nuestra. Creo que un japonés entiende perfectamente esta forma de desarrollarse la acción en la vida del personaje. Nosotros también, pero de manera algo más retrasada.
El libro, titulado "Los años de peregrinación del chico sin color", la verdad, se bebe más que se lee, Las páginas vuelan y la historia desfila rápidamente ante nuestros ojos. La historia de Tsukuru, un muchacho que forma parte de un envidiable grupo de amigos de adolescencia – tres chicos y dos chicas – que lo hacen todo juntos, que disfrutan de una comunión de ideas y apetencias de esas que tanta envidia nos dan cuando las leemos. De los cinco amigos Tsukuru es el único que no tiene color. Los otros cuatro tienen incluida en la primera parte de su nombre propio una partícula del idioma japonés que significa un color (aka, ao, shiro y kuro: rojo, azul, blanco y negro respectivamente). El no tiene mote "de color". Solo es Tsukuru "el que construye". Un muchacho que cuando empieza el libro no está en un buen momento que digamos:
Desde el mes de julio del segundo curso de carrera hasta enero del año siguiente, Tsukuru Tazaki vivió pensando en morir. Entretanto, cumplió veinte años, pero esa muesca en el tiempo no significó nada para él. Durante esos meses, la idea de acabar con su vida le parecía de lo más natural y legítima. Todavía ahora, mucho tiempo después, ignoraba la razón por la que no había dado ese último paso, a pesar de que, en aquel entonces, franquear el umbral que separaba la vida de la muerte le habría resultado más fácil que tragarse un huevo crudo.
Es estado deriva de que un día cualquiera, al volver a su casa en unas vacaciones, Tsukuru encuentra que sus amigos le exigen que nunca vuelva a contactar con ellos. No quieren saber nada de él. Y lo más sorprendente es que el no sabe porqué es separado (amputado más bien) del grupo. Y siente tanta vergüenza que no se atreve a preguntar el porqué de esta ruptura. Sus amigos del alma lo echan del grupo para siempre y el siente vergüenza de preguntar el motivo (lo veis, ¿que occidental no pondría el grito en el cielo, clamando por sus derechos y exigiendo explicación y en su caso rectificación?). Pues no, Tsukuru se vuelve a Japón y decide quedarse allí al borde del suicidio.
A partir de ahi, Murakami construye una historia en mi opinión extraordinaria. Una novela que mezcla un cierto nivel de intriga, una sensibilidad emotiva estupenda y una calidad técnica muy destacable. En los últimos dieciséis años Tsukuru ha buscado dentro de si la respuesta al enigma. Respuesta a la que obviamente no puede llegar porque no tiene idea de cual es el origen del problema. Será cuestión de comenzar a buscar fuera de si… Pero Tsukuru, obviamente no es el mismo, ha cambiado. Los dieciséis años más, la experiencia traumática de la ruptura, otras amistades que ha hecho por el camino… han dejado su obvia impronta.
En realidad Murakami, como tantos otros escritores, sigue su propia estela. Ni de lejos es esta la primera vez que un protagonista masculino y tranquilo de sus novelas llega a un punto de su vida en el que se ve forzado por un impacto súbito en la misma, por un acontecimiento traumático, a replantearse o tratar de explicar las relaciones con otro de los personajes (en este caso varios de ellos). Nada nuevo en literatura, por otra parte, pero Murakami, de tanto practicarlo esta alcanzando el cinturón negro de la técnica. Buena prueba de esto es el nombre de Tsukuru, que como he mencionado significa "el que construye". En este caso se las tendrá que ingeniar para construir una explicación al problema y un nuevo sentido para su vida.
El título juega con el doble sentido de la evidente evolución del protagonista y una pieza musical interpretada por una de las protagonistas que llega a obsesionar a Tsukuru y que forma parte de los
Años de peregrinación de Liszt.
Concretamente esta.
Además, ya es cosa rara ver en el mundo editorial ("Harry Potters" aparte) que al anunciarse la salida de un libro (concretamente la salida de este libro en Japón),
los devotos del autor hacen cola toda la noche ante los establecimientos para tener en sus manos uno de los primeros ejemplares del libro, como si de un iPhone 12 se tratase. No es que el fenómeno fan me levante mucho la moral en el mundo editorial (ni en casi ninguno), pero a veces, resulta curioso ¿no?. Mucho más si es en Japón. Mecachis, algún día tendré que cumplir mi sueño de visitar ese país.
Además, por una vez les hemos ganado a los americanos. En Ustados Unidos no se publica su traducción hasta 2014, así que ¡corred, insensatos!
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