Expresar indignación quizás no sea suficiente. Al menos, eso se pudo denotar luego de la convocatoria que se llevó a cabo el pasado 15 de junio de 2011 en la Plaza de Armas de Viejo San Juan con miras a esbozar un grito de indignación ante diversas problemáticas sociales que acarrean a la Isla. Sin embargo, esta convocatoria careció de apoyo a diferencia del movimiento similar que se realizó en la Plaza Sol en España: el autodenominado Movimiento 15-M.
A nivel local, esta serie de actividades, en saludo a la indignación mundial, pareció ser más simbólica que reaccionaria. Aunque parece obvio que la gente se sienta interpelada de cara al embate de la crisis económica, la alta tasa de desempleo y los niveles excesivos de criminalidad en Puerto Rico aun así las calles no se abarrotaron de protestantes exigiendo un cambio político justo. Como se esperaba.
El 15, a las cinco de la tarde, comenzó una pancartada entre las palomas que se encontraba alrededor del gacebo de la Plaza de Armas. Sólo la mitad de la plaza era ocupada. La policía, vigilaba desde la esquina, esperando la excusa para intervenir con los manifestantes. Y así ocurrió. Un oficial se acercó buscando un líder de los allí reunidos. Exigía muestra del permiso para congregarse en las facilidades de la plaza pública. Entonces, se abrió el diálogo con asesoría legal en una innecesaria tensión si no hubiese sido por la hostilidad institucionalizada de la policía. Más tarde, apareció otro agente para indicar que una ordenanza que no citaba ni tenía copia al momento. A parte que, no se permitía colgar pancartas de los árboles.
Esto me hizo pensar en todo el dinero que invierte el gobierno en legislar prohibiciones y todo el que gana con las multas mientras impone esas prohibiciones. Mientras tanto, en las calles tienen a policías que les cuesta trabajo comprender que no había líderes ni representantes del grupo, sino que como espacio público es la Plaza de Armas un lugar donde no se puede reprimir la libertad de expresión.
No sé cuál sea el detonante para que las personas se organicen para exigir la democracia participativa, pero sí entiendo que debemos retomar los espacios públicos. Abarrotar las plazas de los pueblos, sin razón alguna. Sencillamente frecuentarlas, fomentar los lugares de encuentro donde no haya que obligatoriamente consumir ni someterse a códigos privados. Restablecer la seguridad acaparando las comunidades con actividades culturales. Las plazas deben ser más que contenedores de espacio cuando no hay actividades programadas.
Podemos empezar con salir de las rejas del hogar, caminar, llenar los parques. Las personas están armadas de inconformidad y aunque no necesariamente se pueda expresar con marchas y piquetes debería haber una reacción concreta ya sea autogestora o a través de la organización de grupos que sin miedo hagan del País su verdadera casa. El punto es propiciar alternativas infinitas de libertad de expresión, lejos de banderas o ideales político partidistas.
En esa falta de apoyo a la convocatoria del 15 no creo que haya sido sólo desinterés o desinformación de la masa. Las fronteras interpersonales son peores. El estigmatizar a ciertos grupos como los únicos que pueden ser revolucionarios como es el caso de los universitarios del recinto de Rio Piedras de la Universidad de Puerto Rico, levanta líneas divisoras. Las fronteras que construimos a partir de nuestras convicciones son más poderosas que las murallas levantadas por los gobiernos como ocurre con el Caribe. La verdadera democracia participativa es estilo de vida.
El panorama de crisis demanda un sentido de unión, comunidad y cooperativismo. Pero no se puede entender como reaccionario a las minorías, las iniciativas no sólo pueden venir de los jóvenes. Debe existir un acuerdo invisible, una complicidad de hermandad entre la población. Olvidar las divisiones ante la severidad de la época. Sencillamente porque es lógico. La gestión del 15 de junio fue sostenida con esfuerzo hasta culminar con una asamblea de pueblo. Allí había una representación de lo que puede ser un gran movimiento, pero el apoyo pudo haber sido mayor.
En la actualidad, en este tipo de evento, los ciudadanos se enfrentan a la violencia institucionalizada de la policía. Los oficiales se convierten en obstaculizadores en lugar de propiciar el dialogo. Es inaceptable que estos ciudadanos-armados demuestren no estar preparados para lidiar con respeto las manifestaciones coartando los derechos civiles. Están entrenados para reaccionar con violencia y no para dialogar. Ya es costumbre los arrestos como modo de represión aunque luego no se estimen cargos contra los arrestados. Pongo en duda que sus instrumentos de trabajo a parte de la placa y la macana sea la carta de derechos civiles.
El asunto de la indignación es humanista ¿Dónde están aquellos que se preguntan cuánto de sus contribuciones es destinado a la guerra? ¿Quiénes son los inconformes con la pseudo dictadura en Puerto Rico? ¿Cuántos no exigen mejor educación en nuestras escuelas? Me aventuro a apostar que estos reclamos serían más contundentes si nos inventáramos tener relaciones diplomáticas interpersonales. De apoyo, tolerancia o afectivas. Todas las voces deben participar sin cumplir criterios de grupo.
El poder del recurso humano es incalculable. Más que revolucionarios se necesitan solidarios, personas que estén dispuestas a tomar la amistad como agente de cambio social. Tenemos lo necesario para opinar, coincidir, organizarnos y accionar para hacer la diferencia: somos ciudadanos.