Caminamos por el angosto pasillo que nos llevaría al encuentro. Una vez frente a la puerta, aquella que descubrimos ayudados por el número 104 tatuado a la madera, tocamos. De inmediato, aquel mundo exterior -que ese día había decidido vestirse de gris- quedó atrás.
Ya adentro, la apertura de una segunda puerta nos seduce a atravesarla.
-Ellos están aquí al lado- nos dice la teatrera Rosa Luisa, cómplice de aquel efímero pero muy inusitado encuentro.
La sala era un escenario y por los cristales de las ventanas espiaban algunos rayos de aquel inexistente sol mañanero. Todo a nuestro alrededor tenía una historia, cada detalles estaba en su sitio, nada estaba de más. Pinturas efímeras en las paredes, libros, películas, una foto grande, descolorida de Rosa Luisa en personaje y al pie de ésta una maquinilla antigua, se prestaban como utilería inmóvil cumpliendo a la perfección su rol en estas tablas de hogar.
Empezó la obra, ambos estaban sentados a la mesa. De una lado, la señora inundada de tiempo en sus cabellos y apodada por los demás personajes como Charo. Teje, y al mismo tiempo sonríe, como si nuca pudiera desvincularse del mismo acto. Y del otro, él, su compañero. Arístides lo llaman. Hombre de mirada profunda y de hablar tranquilo que evoca rememorar a los sabios de otros tiempos, de otras his-torias.
El tiempo que llevan juntos salta a la vista de inmediato. Mientras Arístides habla, Charo destejía y en-tretejía sus sonrisas con impresionante naturalidad.
Ambos, Arístides Vargas y María del Rosario ´´Charo´´ Francés, llegaron a Puerto Rico con dos male-tas. Las mismas que han trazado incontables viajes por territorios efímeros. En una, traen su vasta ex-periencia en el teatro y en la otra, la obra Nuestra Señora de las Nubes para presentarla en un sola fun-ción el sábado 9 de abril en el teatro Francisco Arriví en Santurce.
Nos llegan a la Isla desde el mundo, porque su estadía por diversos lugares no los compromete exclusi-vamente con una sola patria. Por su parte, Arístides -dramaturgo, actor y director teatral- se exilia de Argentina en 1975 a causa de la dictadura militar y se radica en Ecuador donde fundó el grupo de tea-tro que aún en la actualidad dirige; Malayerba.
Su labor dramática ha impactado la historia del teatro en América Latina. No es para menos, su trayec-toria se extiende desde colaborar con grupos teatrales como la Compañía Nacional de Teatro, de Costa Rica; el grupo de taller Sótano, de México; el grupo Justo Rufino Garay, de Nicaragua y la compañía Iré, de Puerto Rico. Estas memorias, lo llevan a llamarse así mismo Paladín del exilio.
Arístides Vargas, interpreta a Oscar. Ricardo Alcaraz
De su mano en esta travesía por aproximadamente 20 años, Charo, cofundadora de Malayerba y egre-sada del programa de actuación de la Universidad de Middelsex, Londres. En esta ocasión -cuentan- Nuestra Señora de las Nubes, surge de esa conversación que estos dos artistas y protagonistas de la obra, han sostenido durante dos décadas.
Precisamente, tomando fragmentos de la obra nos aventuramos a preguntarles si podíamos leer el pasa-do como un poema. Charo, desde la perspectiva de su personaje, Bruna, no se censura y nos dice que incluso “el presente también se puede leer así”.
Para esta actriz española, la memoria de esa tierra de donde se es inevitablemente oriundo puede ser un método de supervivencia o de muerte.
“Hay que aprender a sembrar donde se esté”, nos dice sin dejar sus hilos a un lado- “las raíces pueden sujetarte de tal manera que te inmovilizan”.
Quizás, por esta razón Arístides y Charo se exilian al teatro donde el imaginario puede perdurar en la cotidianidad. En este sentido, la invención, el artificio dramático es necesario para sobrevivir a lo habi-tual. Y, el actor -insiste Arístides- se encuentra con un pie en la realidad y el otro en la imaginación.
Mientras que, para su compañera el exilio ocurre cuando es trasplantada a una realidad que los sentidos comprenden equivoca. Ese lugar (dentro o fuera de uno) donde la gestualidad pierde significado, no reconoce los olores y el lenguaje que conoce ya no funciona.
El exilio que tanto ha marcado sus obras, puede ser experimentado por cualquier persona sin salir de su País. Es no encontrarse a sí mismo y no puede simplificarse exclusivamente al aspecto político. Es en momento en el que el exiliado, en este caso los actores de Nuestra Señora de las Nubes, comienzan a descubrir o inventarse las palabras de ese nuevo país en el que se habita en y fuera del escenario.