El legado de las personas se traduce a espacios, sus nombres quedan inmortalizados en las avenidas, calles y parques. Llega incluso ese momento -un tanto incrédulo- donde un nombre alude más a ese espacio que la persona que conmemora.
Aprender que Doña Fela va mucho más allá de un parking multipisos en el Viejo San Juan constituye una de esas experiencias insólitas de la realidad que vivimos. No se trata de ignorancia, más bien de la dualidad de un nombre y la pluralidad de significados que acoge. Doña Fela es un parking y, al mismo tiempo es uno de los personajes más coloridos de la cultura puertorriqueña. Para unos fue la mujer antes del parking, para otros, lo contrario.
Ante mí, Doña Fela se desvela como uno de los personajes más excéntricos de la mitología puertorriqueña. Aquella historia de la mujer que nació en Ceiba, crió a sus nueve hermanos luego de la muerte de su madre y se convirtió en una de las figuras políticas más prominentes en pleno apogeo de la lucha de los derechos de las mujeres; parece un cuento de hadas post-moderno.
Pero Puerto Rico es el escenario del realismo mágico -entre las gárgolas y los bastones desaparecidos, el chupacabras y los títeres amarillistas- es el lugar donde cualquier cosa puede suceder. La misma Doña Fela retó a los gitanos que visitaban a Macondo cuando trajo nieve para que los niños pudieran jugar y “vivir el sueño”.
“Con el propósito de que su obra no quede en el olvido y que sirva de ejemplo a la generación actual y generaciones futuras, hemos organizado la Fundación Felisa Rincón de Gautier”, narró Luis Muñoz Rivera durante la inauguración de la Casa-Museo Felisa Rincón de Gautier, un año antes de que yo naciera (1987).
Más adelante, unos 22 años después, allí llegó parte de la generación futura para asistir a un taller educativo organizado por la Sociedad de Guías Turísticos Profesionales de Puerto Rico llamado “Doña Fela: una dama para recordar”.
La Casa-Museo, cede de la fundación y todas las reliquias que pertenecieron a la dama, está ubicada en un espacio del Viejo San Juan que frecuento con regularidad durante mis fugas como transeúnte; pero -al igual que me pasó con Doña Fela- nunca me fijé que estaba allí al frente de la puerta de San Juan y al lado de un kiosco de piraguas.
Esta Casa-Museo abrió sus puertas a la ciudad y yo entré con la familiaridad de aquel que visita un lugar de confianza. Y al parecer este lugar no es de nadie o por el contrario es de todos, porque hasta los gatos callejeros se adentraron de una forma similar a la mía. Una vez adentro, se puede apreciar los vestigios cónsonos con su leyenda: moños, gafas y cientos de abanicos.
Las paredes de la Casa-Museo están colmadas de cuanta memorabilia hay. Un paseo breve por la casa bastó para entender cuán reconocida era esta mujer. Entre más de un centenar de llaves de la ciudad, más de media docena de doctorados honoris causa y cientos de fotos con celebridades, entendí que aquella casa -más allá del centro de parafernalia Felanesco- representa un testimonio a los logros, la gestión y entrega de Doña Fela.
Llegué sin saber quién era. Sus pelucas, trajes y cama aún yacen allí, para todo aquel que quiera pasar para conocer o recordar. Detrás del parking, los moños, las pelucas, los abanicos y la nieve, está la trayectoria de una mujer que se celebra por el compromiso con el cuál ella vivió aferrada a sus valores – se conmemora su obra y convicción con la esperanza de que motive a los líderes del mañana a hacer “buena política”.