¿Cómo aproximarse a un sobreviviente de una de las tragedias más impresionantes del siglo XX? ¿Qué preguntas se le pueden hacer a un ser humano que caminó durante 10 días a través de elevados picos y peligrosas cumbres en uno de los entornos más hostiles del planeta?
Entrevistar a Fernando Parrado en su segunda visita a Puerto Rico no es tarea fácil. Hay que resistir la tentación de abordarlo desde el cliché y el comentario simpático de retórica new age. Conviene, quizás, conversar con él para escuchar y alcanzar una atmósfera de diálogo y reciprocidad, en la cual las experiencias compartidas sirvan de pie forzado para la formulación de ideas.
Fernando Parrado es sobreviviente de uno de los más trágicos y dramáticos accidentes aéreos de la historia. Hace 41 años ocurrió la tragedia que se convirtió en lo que hoy conocemos como "El milagro de los Andes". En aquel entonces, el mundo quedó conmocionado al enterarse de cómo dos jóvenes salieron caminando de la Cordillera de los Andes, setenta y dos días después de que su avión se estrellara. Su fe y perseverancia de cruzar los Andes, junto a Roberto Canessa, fue lo que permitió el rescate de sus compañeros del equipo de rugby Old Christians, de Uruguay, y es un testimonio elocuente del espíritu de vida indomable que hay en todo ser humano.
De primera intención, Parrado es una persona amable, muy accesible, con grandes dotes de comunicación, y que habla con la certeza de quien estuvo a punto de perderlo todo y que, paradójicamente, su experiencia límite lo enriqueció con vitalidad y determinación afectiva.
Sin embargo, esa vitalidad y determinación siempre están sujetas a sus reflexiones y pensamientos constantes. Y es que, la vitalidad y determinación que demuestra Parrado en su discurso y accionar se lo atribuye a los afectos: el amor por su familia y compañeros, esa fuerza que en el 1973 lo ayudó a sobrevivir, y que hoy continúa siendo su hoja de ruta como ciudadano y empresario.
“El hombre tiene miedo a hablar del amor. El amor es la fuerza más importante del mundo. No hay otra fuerza que pueda superar al amor. Y aún así algunos se preguntarán, ¿cómo un ejecutivo puede hablar del amor?", responde Parrado cuando le pregunto sobre los afectos como el eje central de su experiencia de vida.
“Por ejemplo, con los empleados que trabajan conmigo, como Sandra que hace 21 años la conozco, todos los días los saludo con un abrazo y un beso. Nelson, Gonzalo, que trabajan conmigo a diario, conozco a sus familias. He visitado sus casas. Con todos hay afecto. Y siempre queda claro que yo soy el CEO. Pero uno puede ser líder por compasión y no un líder por verticalismo y a mi me ha ido muy bien así”, abunda sin ambages y con una sinceridad que desarma a cualquier entrevistador.
Cuando le pido que contraste su estilo gerencial afectivo con los métodos tradicionales de manejo empresarial, en los cuales–por lo general–prima la formalidad distante y fría, no esconde su desacuerdo y sentimiento de extrañeza.
“Hay muchos que son líderes y que luego a sus espaldas, no los consideran líderes. Sus pares le dan la espalda, luego de que se pegaron todos a la pared cuando entró al board, pero no lo respetan. En mi caso, ese liderato vertical no lo he ejercido. No sé si tenga la capacidad para liderar de esa forma. No me ha hecho falta”, responde sin tapujos.
Le lanzo otra pregunta, a manera de pie forzado, para que su reflexión oscile entre lo que vivió en Los Andes y su cotidianidad actual: ¿si el liderato compasivo funciona en situaciones extremas, puede ser efectivo en el entorno empresarial?
“Podríamos decir que una hoja siempre tiene dos lados. Para mi–continúa Parrado, mientras toma una hoja de papel en su mano para ejemplificar su planteamiento–tiene dos lados. Pero para ti también tiene dos lados. Entonces, esta hoja realmente tiene cuatro lados. Lo que vos piensas del otro; lo que el otro piensa de vos y la interpretación que ambos hacen de la realidad. Por mi parte siempre trato de ponerme en el lugar de otra persona. Y sé que la otra persona debe estar pensando en él, que es lo lógico. Y aunque esté trabajando para mi, sé que está preocupado por su hogar, por sus chicos en el colegio, su esposa. Si lo contrasto con lo que pasó en Los Andes, tal vez no es que estábamos sobreviviendo para vivir, aunque suene raro, si no que cada uno quería sobrevivir para volver a sus afectos, a su hogar, a su amor”.
Cuando coloca al amor y los afectos como ejes centrales de su filosofía de vida y trabajo, Parrado aclara que no es un hombre de negocios educado en una academia de negocios tradicional. De hecho, Parrado era estudiante de ingeniería al momento del accidente en Los Andes. Carrera que tuvo que abandonar para dedicarse a administrar el negocio de ferretería de su familia, el cual quedó a la deriva cuando su hermana y madre murieran en el accidente, hecho que a su vez afectó grandemente la capacidad laboral de su padre.
“Creo que la educación universitaria [tradicional] en negocios es muy importante. Pero siempre pienso y digo lo siguiente ‘si la intuición y mi corazón me salvaron la vida, le doy más importancia a mi corazón y la intuición que mi cabeza o a lo académico’ ”, sentencia.
¿Cómo el joven Fernando Parrado pudo conjugar todas esas experiencias súbitas en su vida: héroe nacional y sobreviviente de una gran tragedia; la pérdida de su madre y hermana; el desmoronamiento de los negocios familiares y una sociedad uruguaya que en los 1970 vivía bajo una dictadura?
“Yo no estaba activamente metido en un grupo político para luchar contra la dictadura. Luego que tuvimos el accidente en el avión, volví, e insertarme de nuevo en mi familia, en mi medioambiente, borraba un poco lo que estaba pasando a mi alrededor. Mi madre llevaba los negocios con mi padre y cuando mi madre murió , mi padre estaba un poco desvariado, hasta que engranó de vuelta, y comencé a trabajar con él, y esas cosas te abstraen un poco de lo que hay a tu alrededor”, responde con un tono y lenguaje gestual muy reflexivo, como el de aquel que se desdobla y ve su vida en retrospectiva, cual película ajena a su memoria inmediata.
Mientras duró la dictadura, y luego con el desplome económico de Uruguay, mucha gente se fue del país. Es decir, Uruguay, un país formado por migrantes, se volvió a convertir en un país de emigrantes, a Estados Unidos o España por ejemplo. Hoy, Puerto Rico vive una situación parecida, mientras Uruguay está recibiendo nuevamente a los que se fueron. ¿Hay algo de esa experiencia uruguaya en la que Puerto Rico pueda mirarse, no para imitarla, si no para tenerla de referencia?
“La historia de los países están llenas de altas y bajas. En los años ochenta los uruguayos se iban a España. Se convirtieron en los llamados ‘sudacas’. Hoy esos ‘sudacas’ están regresando porque Uruguay está viviendo el crecimiento económico más importante de su historia, hay trabajo, se genera riqueza. ¿Y cómo puedes predecir esos ciclos? Es muy difícil. Y ese ‘boom’ tal vez hasta tenga que ver con factores un poco ajenos a los uruguayos: como nuestro comercio con Asia, o porque Noruega y Finlandia instalaron las dos papeleras más grandes del mundo en Uruguay. Capaz que dentro de diez años, qué se yo, explota la papelera, China deja de comprarnos alimentos. Pero lo importante es nuestra capacidad humana de adaptarnos a las circunstancias”, concluye.