No se me hace difícil imaginar cómo Frank Sinatra hubiese pasado este 12 de diciembre. Hoy sería su cumpleaños y de seguro estuviera dándole sorbos a su Jack Daniel's y, obviamente, tendría en su otra mano el cigarrillo que nunca le faltó. Claro, esto además de la presencia de sus corpulentos escoltas, quienes siempre permanecían a su lado aunque fuera un día especial como el de hoy.
Muchos lo han vinculado con el mundo de la mafia, otros lo criticaban por su amistad con John F. Kennedy, o por el hecho de que para los años 50 era descrito como el donjuán de la década.
Para develar la figura de Sinatra, el periodista Gay Talese le adjuntó el seudónimo de Il Padrone en su afamado reportaje “Frank Sinatra Has a Cold”, texto donde mejor se desglosa los detalles más íntimos de la vida del músico.
Francis Albert Sinatra –su nombre de pila– nunca hacía presencia pública sin lucir bien puesto de los pies a la cabeza. Y no lo digo por decir. Este hombre siempre de etiqueta y con profundos ojos añiles, esos mismos ojos que hicieron delirar a Ava Gardner y Mia Farrow (y a muchas más), coleccionaba decenas de pelucas muy bien cuidadas; claro, los años no vienen en vano.
Su preocupación por su fachada era excesiva, inclusive, en ocasiones miraba de reojo a las personas que no eran de su estilo. Un día, Il Padrone, según el escrito de Talese, entró al mismo salón billar de siempre a tomar su apreciado bourbon. Allí se encontró a Harlan Ellison, escritor de El Oscar, quién llevaba unas botas parecidas a las de un guardabosque. Como era de esperarse, Sinatra no se pudo contener.
-¿Espera una tormenta?
Harlan Ellison dio un paso al lado.
-Mire, ¿hay alguna razón para que usted me hable?
-No me gusta su forma de vestir- dijo Sinatra.
-Soy plomero- dijo Ellison.
-No, no, no lo es- se apresuró a exclamar un hombre de otro lado de la mesa-. Él escribió El Oscar.
– Ah, sí –dijo Sinatra- . Bueno, pues yo la vi, y es una mierda.
-Qué raro –dijo Ellison-, porque ni siquiera la han estrenado.
-Bueno, pues yo la vi –volvió a decir Sinatra-, y es una mierda.
Él era Frank Sinatra, podía decir lo que fuera y a quién fuera y nada pasaba (sus guardaespaldas funcionaban de muy buen escudo).
Tal vez la única persona que lograba apaciguar las aguas del Il Padrone y hacía revivir al Sinatra, el hombre normal, el hijo de Dolly y Martin y el padre de tres hijos, era Nancy, su hija mayor. Junto a ella él era otro, cantaba mejor y funcionaba mejor.
Frank Sinatra tenía una relación especial con Nancy. Se veían todos los días, de no ser así, él la llamaba por teléfono aunque estuviera de gira y sin importar el país donde estuviera. Cada vez se hacía más evidente que ella era su predilecta, ya todos notaban la diferencia entre su relación con Nancy y sus otros dos hijos: Frank Jr. y Tina.
Frank Sinatra Jr. comentó en el reportaje de Talese: “Mi vida de familia es muy, muy normal, hasta el mes de septiembre de 1958 cuando, en contraste total con la crianza de las dos niñas, me internan en una escuela preparatoria. Ahora estoy lejos del círculo íntimo y hasta el día no se ha podido rehacer mi posición en su interior…Y sobre Tina, para ser honesto, no sabía decir cómo es su vida”.
Cuando Nancy y su padre estaban sobre la tarima su semblante cambiaba y sus movimientos era distintos. Ella sacaba lo mejor de él y hacía que todos vieran la gentileza y simpatía que había detrás de Il Padrone. En la actualidad, Frank Sinatra continúa siendo la gran voz que New Jersey vio nacer, pero sobre todo, logró como nadie perpetuar en el jazz el romance y la nostalgia que aún levanta pasiones entre los buenos oídos.