La segunda novela del escritor Sergio Gutiérrez Negrón se lanza a explorar un oscuro vacío sin paracaídas. Es una obra intensa e imaginativa que a grandes rasgos aprovecha la prosa que Gutiérrez Negrón ensayó con éxito en su primera novela, Palacio (2011), para tratar un tema complejo pero de mucho interés. El cometido de Dicen que los dormidos es examinar la frontera que separa la clase media puertorriqueña del mundo del narcotráfico. Cuando un incidente de violencia invade la vida de dos hermanos, el autor descomprime su trama sucinta para diseccionar cómo esa zanja aparentemente infranqueable no es más que una fantasía. Nada nos separa a nosotros de ellos.
La novela ofrece pocos detalles de entrada, creando un ambiente de incertidumbre que permea la exploración de tan cargado tema. Nunca revela, por ejemplo, los nombres de esos dos hermanos alrededor de los cuales gira la trama.
Todo comienza con una balacera en la cual unos desconocidos e inexpertos francotiradores disparan por error al carro del hermano mayor anónimo y protagonista, dejándolo en estado coma. Sin embargo, quien está a cargo de la narración de los sucesos es el hermano menor, también anónimo,y para ello utiliza en partes la segunda persona.
Cuando el hermano mayor despierta después de cuatro años inconsciente, el menor cuenta como todos en su familia intentan regresar a la normalidad. Como es de esperar, el protagonista nunca logra engranar del todo con el resto de su vida. Las cosas ya no son como eran.
Mencionarlo podría sonar anticuado, pero el recurso de la segunda persona es difícil de manejar exitosamente. El ejemplo más citado en las letras hispanas es Aura (1962) de Carlos Fuentes, pero tan recientemente como el 2012, el podcast Welcome to Night Vale sacó un excelente episodio contado completo en segunda persona, “A Story About You”.
No es que la narración desde el punto de vista del personaje secundario sea desacertada del todo, pero al añadirle la segunda persona, la trama pierde fluidez, dejando al texto a veces sin impulso, atrapado en la inercia. Las decisiones narrativas de esta novela desafortunadamente también mantienen afuera de nuestro alcance el interior del protagonista en vez de invitarnos a experimentarlo de manera innovadora.
Un beneficio inesperado de mantener al protagonista alejado del campo de vista, es que éste no se convierte en la paradigmática “víctima inocente” que los periódicos explotan en sus titulares. La novela evita impartir epifanías sensibleras sobre los estragos del narcotráfico. Tampoco busca apelar al morbo amarillista que asedia las ansiedades de la clase media puertorriqueña. El epicentro inevitable de la historia sí es el daño colateral de la guerra entre “bichotes”, pero enfocada en la relación fraterna de los protagonistas, no en los efectos de la economía criminal en la sociedad del país.
Mientras el hermano menor detalla el descenso a la antipatía y eventualmente violencia del mayor, los lazos afectivos de ese con su familia y su novia sufren daños irreparables. El narrador crea conexiones entre los sueños ominosos que empieza a tener después del regreso de su hermano y momentos de la crianza compartida entre los dos. Esas extensas divagaciones al mundo onírico, parecidas a las de A Hard-boiled Wonderland and the End of the World (1985) del japonés Haruki Murakami, por ejemplo, tuercen la realidad que las alimentan. Redefinen esos recuerdos de la niñez que el narrador cuenta para que sean indicios de ambas, una formación perfectamente normal, o una que llevaría a la búsqueda por la venganza. Los sueños carecen de imágenes suficientemente cautivadoras para agarrar la atención del todo, pero en general añaden más de lo que restan al texto.
“Dicen que los dormidos” monta una convincente exploración del trauma visto desde afuera. Es audazmente contemporánea, vigente y avispada. Sus temas de drama familiar alcanzan un bello ápice cuando el narrador considera los sentimientos de los padres del protagonista. Este matrimonio puertorriqueño, trabajador y de clase media, lucha por lo que sienten suyo y aceptan las tragedias que los alcanzan, pero el accidente de su hijo no lo logran internalizar. Sienten que la invasión del mundo del narcotráfico en el suyo no es tan sólo inmerecido, sino impensable. “Para ellos es una traición”, explica el narrador, “darle cabida en sus vidas sería cancelar todo lo que ellos representan”.
A pesar de uno que otro paso en falso, la segunda entrega novelística de Sergio Gutiérrez Negrón tiene grandes ambiciones que en su mayoría cumple. El autor enfrenta la frontera que separa la experiencia del ciudadano promedio de clase media a la experiencia de los que participan en el narcotráfico con brazos abiertos. Aunque es una frontera oscura y difícil de definir, se lanza con ganas de que confiemos y lo sigamos.