Es considerado uno de los lustres de la historiografía puertorriqueña. Sus publicaciones son guías, y altos estándares para los historiadores de hoy. Su jovialidad y pasión por la enseñanza le han ganado admiración y respeto. Es el excatedrático del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras, Gervasio Luis García, con quien Diálogo conversó sobre su más reciente libro, Historia Bajo Sospecha, el oficio de historiar y los escollos a los que se enfrentan los historiadores en el siglo 21.
Diálogo: Leyendo el principio de su libro Historia Bajo Sospecha, el lector se encuentra con el pensamiento del historiador que no es inocente cuando va a investigar o a historiar. También se encuentra con el historiador que tiene una constante tentación de no dudar, pero insiste en que hay que dudar.
Gervasio García: Hay que tener certezas. Que son certezas superables. Es decir, no hay una verdad, por eso en el libro hablo de la verdad más verdadera. Hay una verdad en el momento, de acuerdo a la evidencia disponible, que puede ser modificada posteriormente si aparecen nuevas evidencias, nuevos enfoques o nuevas reconceptualizaciones como planteo en el libro. Lo importante es que no hay verdades eternas, ni únicas. Sino que la verdad es provisional siempre. Estamos instalados en lo provisional. Y eso es válido para todas las ciencias, ¿no? Si ves la historia de la ciencia, ves que en un momento dado hay una verdad, que después sale superada por otra verdad, porque esa es la naturaleza del conocimiento humano.
Diálogo: Hay que dudar como historiador y los profesores de historia buscan también sembrar esa duda. Sin embargo, a veces el estudiante de historia se muestra renuente a esa duda. Tal vez por pereza o ignorancia.
GG: O por falta de entrenamiento. Si tú no te habitúas a cuestionar la realidad, y la aceptas como viene, eso se va a reflejar toda tu vida. Aceptar las verdades de otros. Para eso, es mejor no hacer nada.
Diálogo: En la presentación de su libro, el ponente, el profesor español José Antonio Piquera destacó algo que, tal vez muchos lectores suyos hemos visto como una constante en su trabajo historiográfico. Y es que usted siempre busca la forma de argumentar inmiscuyendo la literatura en la historia, que es bueno desde el punto de vista del lector porque sirve de ejemplo, da sustancia y muestra que la historia no es un campo aislado, sino abierta y unida. ¿Por qué es tan pertinente esa unión?
GG: Sí, porque la literatura da una dimensión que la historia no suele dar. Es una visión desde adentro. El escritor tiene otra visión de la realidad. Va al pasado o mira el presente con otras inquietudes, y eso es importante para los historiadores. Por lo tanto, se puede usar la literatura de una época, no como un dato o archivo exclusivamente, pero como una visión de una persona particular. ¿Quién era ese escritor? ¿De qué clase social venía? ¿Cómo se formó? ¿Cuáles eran sus intereses sociales, económicos e ideológicos? ¿Cómo eso se refleja en la obra? ¿Y cómo la obra te informa sobre esa época? Manuel Zeno Gandía, Tapia y Rivera son testimonios de una época que tú no tienes que aceptar acríticamente porque siempre hay que contrastar lo que uno encuentra con otra evidencia. No hay una sola evidencia. Para llegar a una conclusión se tienen que ver diferentes testimonios. Tú no aceptas las cosas porque las escribió Tapia y Rivera. Puede ser interesante y convincente, pero necesitas otros datos que no contradigan eso. Y si lo contradicen pues ya tienes una conclusión diferente. Así que eso, me parece muy importante.
Diálogo: También se ha hablado sobre la historia y la literatura, que son representaciones, como líneas muy finas. ¿Cómo ve usted esas líneas? ¿Paralelas pero no convergentes o convergentes hasta qué punto?
GG: Claro, ahí yo cito a Ana Lydia Vega, sobre los historicidas, por la atención que se le planteó cuando estudiaba el bachillerato, si como puertorriqueña su función era estudiar la historia u otra cosa… O sea, ¿cómo llegar a la historia a través de la literatura? Y si podía hacer en literatura lo que hacían los historiadores. Y descubrió que no. Un historiador no puede decir como García Márquez que el Caribe era de mermelada. Él lo podía decir como parte de un universo complejo, ¿no? Pero es una metáfora, no un hecho comprobable. Y eso crea una frontera entre hacer literatura y hacer historia.
Por eso he planteado más de una vez que la historia no es un género literario, como sugieren algunos colegas, que la historia también es como decía Hayden White, un lugar de fantasía. La literatura puede ser el reino de la fantasía, pero la historia no. Yo creo que no se le hace un favor a la literatura diciendo que la historia es un género literario. Y tampoco se le hace un favor a la historia diciendo que la literatura es igual, porque no son iguales. Son campos diferentes con criterios diferentes.
Diálogo: Adentrados ya en el texto, cuando nos asomamos a la parte de “La Inconsolable Memoria”, se menciona un ejemplo de Puerto Rico bajo un campamento de censura en el siglo 19, que según Ángel Quintero, suegro de José Julián Acosta, “los que piensan no hablan, y nadie escribe”. Eso nos puede llevar a pensar desde la actualidad que, tal vez, existen ahora otros modos de censura, muy diferentes pero a la vez parecidos. La autocensura, por ejemplo, ¿cómo podemos mitigarla? ¿Es ese nuestro nuevo campamento de censura?
GG: No somos el siglo 19, en eso estamos claros. Podemos estar bien insatisfechos con lo que tenemos hoy, pero hay un paso de avance respecto a ese siglo. Con todos los problemas que tenemos, disfrutamos de unas libertades que no existían en el siglo 19. Con eso no quiero decir que hay una democracia perfecta, pero obviamente es más democrática. Hay que tener cuidado.
Estamos insatisfechos con el Puerto Rico de hoy, pero por otros tipos de problemas.
Diálogo: Pero en el contexto actual, no refiriéndonos a que hay una censura tan marcada, mas sí una oficial… ¿La autocensura es la nueva censura?
GG: Claro. Existe la autocensura. Uno deja de decir cosas de antemano para no chocar con la autoridad presente. Eso puede ser válido para un periodista de El Nuevo Día, que sabe que si se va en contra de su junta editorial, lo botan.
En ese sentido, Acosta, Tapia y Rivera, y otros se aplicaban la autocensura porque sabían que sus libertades tenían unos límites, y el estado podía multarlos, encarcelarlos o desterrarlos. En Puerto Rico no se podía hablar ni del tema de la esclavitud, ni de su abolición. Así que, hay una diferencia entre el ayer y el hoy. El tipo de censura hoy es otro. La ejerce el que tiene el poder o los poderes: económico, financiero, político. Entonces el ciudadano se plantea hasta dónde puede llegar, hablar y actuar sin que le penalicen.
Así que, eso es válido para todas las sociedades donde existe el poder o los poderes. Tenemos más libertad, pero no deja de existir el poder que obliga a autocensurar.
Por ejemplo, en el siglo 19, las publicaciones de los periódicos eran censuradas. Pasaban por un filtro. Y a veces los periódicos aparecían con espacios en blanco, que luego fueron prohibidos porque ya había una población que sabía, que si un espacio en blanco salía, era porque había censura. Es decir, la censura también es su propia enemiga.
Diálogo: En las páginas de “Nación, Censura y Revolución”, menciona que muchos gobiernos, “parecen etimólogos y filólogos al revés, si de ellos dependiera matarían todas las palabras sospechosas para borrar su significado, para olvidarlas”. Entonces, me hace pensar en una conversación que sostuve con el profesor Fernando Picó recientemente sobre el olvido histórico. ¿Existe una constante o un punto fijo donde se está causando la muerte de estas palabras y causando consecuentemente el olvido?
GG: Han habido intentos. Por eso menciono cómo a mediados de siglo, la reina de España prohíbe la palabra colonia. En el ensayo de Martorell, cito el caso de la prohibición de la palabra colonia en los documentos oficiales y uno piensa en qué tienen que hacer los gobernantes preocupados por eso. ¿Por qué? Recuerda que las palabras no son inocentes tampoco.
Doy el ejemplo también del historiador argentino, Ricardo Levene, que tiene un libro llamado Las Indias no eran colonias. Pero el decir es que éramos provincias españolas y no colonias. Eso luego, los Estados Unidos lo continúa porque intentan construir un imperio sin colonias (gesto de comillas). No somos colonia, somos un territorio no incorporado. Y se inventaron los términos de protectorados y muchos otros, para evitar la carga de la palabra colonia. Una palabra que tiene historia, porque las palabras tienen historia, como todo tiene historia. Y eso es importante reconocerlo en Puerto Rico.
Diálogo: En el siglo 19, la iglesia y el estado eran gemelos, según menciona en el libro. Hoy, ¿cómo ve la relación entre iglesia y estado?
GG: La iglesia no tiene ya el peso que tenía en el siglo 19. Hoy compite con otras iglesias. En estos últimos años no es solamente la Iglesia Católica la que se impone a ciertas cosas. Ahora son otras tantas, que cada vez que hay un proyecto de ley sobre el aborto, el matrimonio del mismo sexo o sobre la marihuana, salen a la calle a protestar. Y claro, la Iglesia Católica los sigue por lo general. Pero ya no es la voz principal.
Diálogo: Ya en el sentido amplio de la historiografía, hay una pregunta clichosa, mas siempre pertinente, según los colegas de la historia. ¿Cuáles son los más grandes retos que enfrentan en el siglo 21 los historiadores?
GG: (Entre risas) Óyeme, qué preguntita se te ocurre a ti.
Diálogo: La traigo porque ya Picó y otros de sus compañeros hablan de unos escollos para hacer historia del siglo 20, porque faltan documentos por catalogar y ya el siglo 21 nos está acechando. ¿Qué está pasando?
GG: Cierto. La gran contradicción es que tú encuentras hoy más información sobre el siglo 19 que sobre el siglo 20. La desgracia es que no se ha conservado bien la documentación del siglo 20, y me sospecho que con el siglo 21 pasa lo mismo. Es más, si uno va a la universidad, al Departamento de Historia y pregunta dónde está el archivo sobre el departamento, para hacer una historia sobre él, te dirán: “Aquí no hay documentos. Se botaron”. La universidad tiene un archivo, donde no se guarda todo. Y dice mucho saber que antes, gran parte de los documentos de la universidad se guardaban bajo las gradas del antiguo parque atlético del recinto, en condiciones obviamente deplorables. Todo se bota. Por eso, hacer una historia de la universidad es tediosa.
Así que el reto es grande. Por un lado perdemos documentos y por otro estamos bombardeados de información. Entras al Internet, y no tienes tiempo para ver toda la información. Y ese es otro problema. ¿Cuál es tu criterio selectivo? No se puede tomar todo en bloque. Se descartan de antemano un montón de cosas para llegar a lo fundamental. Y para llegar a ello no hay una fórmula. Depende de cada persona, que determina lo que es importante para su trabajo.
Por eso, los estudiantes de historia tienen que preocuparse mucho por precisar el problema que se disponen a investigar. Y hubo una ocasión en que se me acercó un estudiante que me dijo que quería investigar la educación en el siglo 19. Y mi reacción fue: “Pero, ¿y cuántas vidas tienes tú?”. Hay que buscar un problema y ceñirlo. Pero si quieres pasarte la vida estudiando, hazlo… Y tendrás una tesis inconclusa.
El éxito de una investigación histórica depende de cómo se plantea el tema inicial y observar bien cuáles son las posibilidades de llegar al final de la investigación. Para eso hay que saber el tipo de documentación con el que se cuenta… Pero si sabes que esa literatura está muy dispersa, pues así es la vida… Uno no siempre investiga todo lo que quiere, porque hay unas limitaciones físicas, materiales, económicas que se cruzan. Claro, la escuelas siempre exigen un título. Y por eso le decía a mis estudiantes: “Saquen el título primero, y luego dedíquenle el resto de sus vidas a hacerse famosos”. Hay que buscar primero el título para tener un salario decoroso. Eso me lo decía mi director de tesis. Es algo práctico.
Finalmente, el doctor García, tomando en cuenta lo finito y provisional que es el conocimiento, instó a dudar y a plantearse las sospechas, tal y como ha ilustrado en su libro “Historia Bajo Sospecha”. Un texto que pasea al lector por el siglo 19, un siglo marcado por el año terrible de los Compontes, la invasión estadounidense y la censura a las voces disidentes y críticas del País. El libro ya está disponible en varias librerías de la Isla.