Este escrito es una muestra del trabajo realizado por los y las estudiantes del curso Acercamientos Irreverentes a la Literatura Puertorriqueña Reciente (ESIN 4992/ESPA 4992) en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. En el mismo echamos una mirada crítica a gran parte de la literatura publicada en Puerto Rico durante los últimos cinco años, cruzando los géneros de poesía, cuento, novela, ensayo y novela gráfica. El curso cumplió el propósito de armar, en conjunto, un marco teórico para mejor entender y comentar la literatura local más reciente, y también hizo las veces de taller de creación literaria. Puedo decir, sin riesgo alguno de rayar en hipérboles cursilonas, que como profesor y compañero, tuve la oportunidad de conversar y conspirar con un puñado de los más novísimos y prometedores escritores y escritoras del patio. Ahí vamos. – Guillermo Rebollo Gil
Irme de casa de mi abuela resultó ser bastante sencillo. Había vivido ahí por dieciocho años, y por fin pude partir hacia el exterior, hacia el frío lejano de las latitudes norteñas, hacia cuartos con la puerta y la privacidad que nunca tuve. Rocé las paredes manchadas con la condensación de los aires acondicionados, queriéndome llevar cascaritas de pintura bajo las uñas. Regué mis lágrimas en las camas, en los pasillos, en el agua del inodoro. Más bien una partida feliz, un “good riddance” hacia lo único que había conocido hasta entonces. Me despedí de mi abuela con un beso, y no me acordaba cuando fue la última vez que la había besado así. Creo que nunca. Me la imaginé llorando en lo que llegaba al aeropuerto, en lo que despegaba el vuelo, en lo que aterrizaba en Philadelphia y me montaba en una guagua double-decker que viajó por el campo de Pennsylvania por cinco horas hasta llegar a mi primera universidad. Me quedé perplejo con aquel mundo nuevo. Nada de coquíes, nada de changos. Una humedad extraña. El cielo parecía estar más cerca a la superficie. Ni una pizca de sal en el aire. Pronto me quedé añorando los pequeños pititos y silbidos de Río Piedras, los que rellenaban el estático entre mis pensamientos más volátiles—la puerta del baño abriendo y cerrando, las lechusas mañaneras desapareciendo con el silbido del televisor prendido, los coquíes en el patio que me cantaban cada vez que salía a fumar, la alarma que misteriosamente sonaba cada medianoche, el crujir del compresor del aire acondicionado, el beep-beep del carro de mi abuela en reversa, las balas perdidas entre Las Dalias y Monte Hatillo, el silencio final de la casa cuando mi madre terminaba de fregar, los susurros de mi abuela haciéndole el rosario a mi abuelo. Todos aquellos sonidos rellenaban los huecos en mi cráneo. Ahora me enfrentaba el silencio rotundo de las montañas continentales, el crujir ominoso del invierno y sus árboles, el estancamiento de mí mismo tan lejos de mi Caribe. Ahora sólo tendría la soledad de mis lutos, de mis arrepentimientos. Ahora los tendría que enfrentar, y eso me aterraba.