La ciencia, con todos los avances que hemos tenido –desde ir a la Luna, clonar una ovejita y hasta crear inteligencias artificiales– todavía no ha desarrollado un instrumento capaz de medir con la precisión de diez puntos decimales cuán grande y noble puede ser una persona.
Ante esa deficiencia tecnológica nos quedan las palabras, por simples que sean, y algunas cosas mensurables. Por ejemplo, un corazón, en promedio, late entre poco más de 60 y poco menos de 100 veces por minuto.
Digamos, por ahora, que son 60 latidos por minuto. O 31,536,000 por año.
Que un corazón, entonces, lata tantas veces por un mismo motivo nos llevaría a pensar que hay fuerzas invisibles que nos atan a las causas que –a veces por vocación, otras por error– escogemos. Aquí, esa fuerza invisible, y sin embargo sondable, es el amor.
Hoy reconocemos a una persona cuyo corazón ha latido 30 años –o 946,080,000 veces– por amor a un proyecto. Porque por lo demás, Odalys, eres inmensurable. Lo has sido para quienes pasaron por Diálogo y lo eres para quienes todavía habitan en él, porque nos aconsejas, nos enseñas, te solidarizas y nos dejas ser nosotros mismos. Y eso es incalculable.
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La primera vez que apareció el byline ‘Odalys Rivera’ en Diálogo fue en marzo de 1987, en el volumen seis del primer año de publicación del periódico. Allí, en la tercera página, escribió el artículo Sobreviven fondos para becas (para que vean que las cosas no han cambiado mucho). La foto que acompaña el breve texto es de la institución del fotoperiodismo Ricardo Alcaraz, quien había llegado poco antes, en octubre del 1986.
14 años después, en enero del 2000, Odalys se estrenaba como editora, faceta que ha desempeñado desde entonces y que conocemos los millennials de ella. Su labor, de más está decir, ha sido premiada por los gremios periodísticos del país (particularmente su cobertura de temas ambientales, tanto individualmente como en equipo).
Pero más allá de los obtenidos por mérito propio, basta decir que la arquitecta –en la redacción, en la edición, pero sobre todo en la dirección– de muchos reconocimientos que ha recibido Diálogo ha sido Odalys. Son deudas que el periódico tiene contigo, y que esta noche cobras con sonrisas, abrazos, gestos y buenos deseos añejados por 30 años.
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Me gustaría pensar –porque nunca se lo he preguntado, aunque estas cosas llegan a sentirse– que conozco a Odalys desde una lejanía muy cercana. La lejanía es más que todo por el respeto. Quienes hemos compartido con ella sabemos que su perro se llama Zuleiko; que no come carne (y que me ha pegado esa dieta, which is good); y que le molestan las tazas de café casi vacías adornando el lado derecho de los teclados.
Pero sabemos, también, que ha sido maestra de maestros (periodistas galardonados, que hoy dirigen medios y que ocupan un lugar respetable en la profesión); madre para muchos de nosotros; alguien que nos escucha entre tanto ruido; y árbitro que sirve, siempre, como el justo medio de las disyuntivas.
Compromisos como el de Odalys dejarán de existir. El panorama laboral –sobre todo en la faena periodística– ha mutado, y serán pocos los que podrán decir que llevan 30 años escribiendo, editando, construyendo en un mismo lugar. Eso, por sí solo, ha sido –y es– una dicha para Diálogo.
Para muchos de nosotros, Odalys tiene una esquinita de nuestro corazón, aun cuando los corazones no sean cuadrados, porque ella es así de especial: al punto de romper las dimensiones geométricas para abrazarnos completos.
Gracias, Odalys, por tu fe, tu compromiso, tu sabiduría, tu vida.