Querido Ricardo, a tus ojos les sobra ternura y puntería. A nosotros se nos hacen insuficientes las palabras para agradecer eso. Tus ojos son una suerte. Diálogo, ahora en el tercer piso, goza de esa incalculable fortuna de saber que han sido tus ojos los suyos, los nuestros. Muchos lo hemos asumido así. Confiamos ciegamente en ellos, en ti. Vemos y tejemos nuestras historias muchas veces desde tu mirada. Lo hacemos porque tenemos la certeza de que tus ojos no ven lo mismo que los nuestros. Ellos son atinados, mansos, atrevidos e intrépidos. Y saben cuándo serlo. Con ellos has detenido el tiempo incontables veces. Con ellos ha sido posible el embellecimiento de nuestros textos, desde una plática al amparo del café, hasta la impavidez de los que se han atrevido a luchar a través de estos 30 años por nuestra Universidad y por la dignidad de nuestro País. Esa belleza, para nosotros, la regalan tus ojos que, sin más, son una suerte.
¿Y qué decir de tus manos? En ellas hay firmeza, precisión. Hay también una infinita bondad y la fuerza de un espíritu noble, capaz de alzarse ante la injusticia. Tienen una opulenta capacidad, junto a tus brazos, de abrazarnos y traernos el café cuando hace falta calor, cuando nos hace falta cariño. Tus manos han sujetado el cañón, el lente por el que nos has puesto a mirar el mundo y a contarnos sobre él una instantánea a la vez. Esas manos, para algunos, también nos han traído las cervezas más frías en noches de bomba o martes de jazz en Río Piedras, pero siempre sin soltar la cámara, esa fiel compañera. Esas manos, que también palmean bien al son de la clave, nos han apuntado el camino y se han posado en nuestros hombros en momentos en los que tan solo eso ha bastado. La fuerza y la sapiencia de ellas guardan toda la ternura.
Ahora bien, tus rodillas. Esperamos que ahora mismo no te estén molestando y prescindas del bastoncito. Aunque, siendo honestos, te luce bien, y hasta te insufla otro brío de ternura. Pero esas rodillas también nos han cargado, nos han sostenido cuando el sopor o el cansancio nos han inundado. Ellas nos han enseñado a esmerarnos y a entender que las buenas historias requieren enñangotarse más a menudo –siempre- porque la verdad, lo lindo y lo crudo andan por lo bajito. De ellas aprendemos a mantenernos de pie, a andar.
Te parecerá todo esto una cursilería nuestra, o que exageramos. Mas no importa, porque tu humanidad, tu trabajo y tu corazón son exageradamente buenos, y decirte gracias por todo es lo menos que podemos hacer. Eres nuestro padre putativo, un encanto para hacer buen periodismo y un lujo contar contigo, de que seas nuestro amigo, el mejor anfitrión de fiestas y el presidente fundador indiscutible de la Casa Cultural Ricardo Alcaraz en el pueblo más lindo, tu Baldrich.
Eres nuestra suerte.
En fin, Ricardo, has sido por 30 años, además de alma y sol, los ojos de Diálogo. Y nosotros damos gracias por ellos porque, desde que llegaste al mundo, han sabido mirar como pocos. Esos ojos que, posándose detrás de un lente, han realizado tantas veces los disparos decisivos para detener el tiempo, han tejido de a poco la historia de un país y embellecido la labor fotoperiodística. Agradecemos, no solo el virtuosismo y la maestría de tu mirada, sino tu don de gente, la camaradería inagotable, tus sanadores abrazos, el afecto de tus manos, las puertas abiertas de tu casa. Pero, sobre todo, tus ojos porque nos enseñan a ver el mundo, no como es, sino como debería ser.
Con todo nuestro amor,
Diálogo.